Mamá: estos días no van a ser fáciles ni para mí, ni para ti, tengo mucho miedo y sé que tú también (…) Te pido, por favor, de que tengas mucho cuidado y trata de no ver tantos pacientes con esta enfermedad tan horrible. Te deseo mucha, mucha suerte, que Dios te lleve y te acompañe siempre. Te amo, eres la mejor mamá del mundo y la mejor doctora del universo
Ese mensaje de su hija significó para la médica internista Ana Cristina Montenegro la inyección de aliento para estar durante toda la pandemia en primera línea salvando vidas. Con nostalgia recuerda que tuvo que alejarse un tiempo de su familia, para protegerlos.
“Fueron momentos muy difíciles para nosotros y damos a gracias a Dios por estar bien, porque nuestras familias estén bien y por haber podido ayudar a todos los pacientes que ayudamos”, dice ella con lágrimas.
Un año de luchas, de un esfuerzo sin igual, de largos turnos y de estar forrada de pies a cabeza.
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“Creemos que lo mejor de todo esto es lo que pudimos hacer por tantos pacientes. Nos duele mucho los muertos que tuvimos, nuestros compañeros médicos que tuvimos y nos duele mucho la gente que no pudimos ayudar, pero nos engrandece mucho todas las personas que pudimos ayudar”, añade la doctora Montenegro.
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Así como la médica Montenegro, la enfermera María Alejandra Giraldo, del Hospital de Kennedy, tuvo que irse de su casa y alquilar un apartamento para no contagiar a sus padres con el COVID-19.
“Yo me fui de mi casa, deje a mis papás porque pues los dos tienen enfermedades crónicas y el riesgo que yo corro acá es muy alto, entonces por eso me tocó irme de mi casa a vivir solita”, explica la enfermera.
A pesar de su esfuerzo, sus padres se contagiaron y tuvo que atenderlos en el mismo hospital donde trabaja. Una de las pruebas más duras que ha enfrentado en toda su vida.
“Mi papá estuvo hospitalizado en una UCI, mi mamá también. Entonces esas experiencias le dejan a uno lo dejan a uno como muy marcado como que uno tiene que aferrarse más a su familia”, dice.
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Alejarse de su familia, una dura decisión que también tuvo que tomar la médica general de UCI María Paula Herrera.
“Durante los picos de la pandemia, tomé la decisión de irme a un hotel para poder proteger a mi familia, para poder estar también un poco aislada de ellos, evitar riesgos innecesarios”, dice la médica.
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Han sido días y noches, atendiendo pacientes y tratando de no perder la fe.
Para el médico internista Jorge Abondano la parte emocional ha sido la más difícil, dice que ha tenido momentos de impotencia por no poderle salvar la vida a los pacientes que perdieron la batalla contra el virus.
“Como portador de malas noticias es difícil llevarle o hacerle entender a las familias o informarles de esa situación”, explica Abondano.
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Él también tuvo COVID y dice que eso lo hizo entender más a sus pacientes y la angustia que se vive alrededor de este virus. Hoy está más fuerte que nunca en esta primera línea de batalla.
“Si no soy yo quién lo va a hacer, alguien lo tiene que hacer. Esa es mi profesión, alguien lo tiene que hacer definitivamente”, dice el galeno.
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Un año de luchas internas, de querer rendirse, de alejarse de sus familias, de incertidumbre, de angustia, pero de mucho amor por su profesión y, sobre todo, por salvar vidas.