La depresión, la ansiedad y los trastornos del comportamiento, de la conducta alimentaria, entre otros se han incrementado entre los jóvenes y son causas muy importantes de enfermedad y discapacidad. Es clave no confundir rebeldía con señales de alarma y se necesitan espacios para que ellos hablen, se sientan protegidos y apoyados; de lo contrario puede haber consecuencias que llegan a la adultez, que amenazan tambien la salud física, la calidad de vida y la vida misma.
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Uno de cada siete jóvenes, entre los 10 y 19 años, padece algún trastorno mental, situación que se agudizó con la crisis provocada por el COVID-19.
“En el periodo postpandemia hemos tenido un aumento de ocupación en las clínicas psiquiátricas, que ha llevado a que las diferentes clínicas que hay en la zona urbana y alrededores estén en estado de emergencia funcional gran parte del tiempo, es decir, ocupación total”, señala Javier Andrés Caicedo, psiquiatra infantil y del adolescente.
La adolescencia es una etapa de cambios sociales, emocionales, físicos; ahí se definen aspectos como la identidad, la personalidad y habilidades para afrontar la vida. Es un momento determinado por la interacción con otros como la familia, la comunidad y el colegio.
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“Y a eso le sumamos que hay una interrupción y un aislamiento en el que estamos tensionados, con ideas catastróficas de qué nos va a suceder y bombardeados también en cierto grado de noticias, pues no son buenas en ese momento porque hubo todos estos problemas con el COVID, es un ambiente que me sacó de lo que yo debería estar haciendo que es la interacción con mi par para poder aprender a interactuar a futuro con el mundo en general, entonces eso lleva a que tenga un conflicto del sentirme aislado, solo, más triste, irritable y además tengo la misma situación con mis padres”, explica.
Y así manejen muy bien la virtualidad y se consideren nativos digitales, el aislamiento físico interrumpió planes, proyectos y los sometió a otro tipo de presiones difíciles de manejar.
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¿Qué señales indican que no es un tema de rebeldía?
“Si empiezo a notar que además de que haya situaciones en las que mi hijo o mi hija como tal esté cuestionando las normas o esto, presenta eventos en los que está reactivo de manera importante, siento un cambio repentino en su comportamiento o en su estado de ánimo, empieza tener apatía o no le gusta como tal las actividades que le gustaban previamente, que quiere pasar todo el tiempo en la cama”, subraya.
Sin duda, la primera reacción es juzgar o cuestionar al adolescente, pero antes haga un alto porque no abrir los espacios necesarios puede acarrear situaciones de riesgo.
“Si tenemos y reconocemos síntomas depresivos en nuestros hijos o ya tenemos un diagnóstico podemos hablar también de la ideación de suicidio, que es uno de los riesgos que se da. El no hablar de ello no evita el riesgo; sin embargo, que podamos hablarlo con nuestros hijos, que le demos esa confianza de que estamos para apoyarlos y escucharlos de manera abierta es algo que, primero, les permite que ellos nos comenten cuando hay más riesgos y así los podemos cuidar mayor y, segundo, les genera bienestar emocional”, puntualiza.
La mayoría no se siente preparado para este tipo de situaciones, por eso pedir ayuda tambien es clave, pero antes hay que liberarse de prejuicios hacia los profesionales y tratamientos de salud mental. El eje es la psicoterapia y favorecer los procesos de desarrollo sin sacar al joven de su entorno.