Esta pandemia del COVID-19 no solo cambió la forma de trabajar, de relacionarse, de transportarse. También cambió ritos tan importantes como darle el último adiós a los seres queridos y, aún más, si mueren por este virus.
Luego de un año de pandemia, todavía no se han logrado solucionar de manera adecuada temas como el acompañamiento a las personas que deben ingresar al hospital o la ceremonia de despedida.
Es momento de hacer un alto y, a pesar de la emergencia, recordar que estos procesos que se han visto forzados pueden mejorar por la dignidad de los que se van y por la salud mental de quienes se quedan.
La pandemia ha traído para miles de pacientes, familiares y amigos procesos psicológicos y emocionales excepcionalmente difíciles.
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“Nuestros familiares ingresan a la institución de salud, son hospitalizados y muchas veces llegan a la unidad de cuidados intensivos, son intubados, se sedan y perdemos total contacto con ellos al entrar a estos escenarios de aislamiento”, explica el médico bioeticista de la Universidad El Bosque y del Rosario Boris Pinto.
Y como si fuera poco, a muchos el coronavirus no solo les arrebata su ser querido sino también la posibilidad de despedirse de él.
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“¿Por qué no recurrimos a la evidencia para pensar en protocolos basados en bioseguridad que garanticen también la correcta expresión de emociones y sentimientos en nuestros procesos de duelo?”, se pregunta Pinto.
Sin duda, no se estaba preparado para este desafío, pero un año después del inicio de la crisis es hora de reflexionar y mejorar por la dignidad, el valor y los derechos que no prescriben con la muerte, pero también por el bienestar mental de las familias.
“No hemos meditado de forma suficiente sobre lo que esto significa para la salud pública, vamos a tener muchos casos de duelos complicados, de procesos de duelo suspendidos, diferidos, que generan y constituyen factores de riesgo para la salud mental”, indica el experto.
Seguramente se puede encontrar un punto intermedio entre la bioseguridad y la intimidad y el dolor de una familia.
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“Hay que preguntarse quién regula a las empresas de servicios funerarios, cuáles son los criterios que se están manejando, por qué, por ejemplo, muchos hemos tenido que despedir el cadáver de nuestro ser querido en una improvisada ceremonia, en un andén al lado del cementerio. ¿No podríamos pensar en algunos escenarios más respetuosos? Sabemos que hay que controlar los aforos, sabemos que hay que controlar las aglomeraciones, que hay que asegurar la ventilación, por supuesto, pero ¿no hay otras estrategias?”, reflexiona.
Lo dice no solo el médico bioeticista sino el hijo que debió despedir en estas difíciles condiciones a su padre.
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“La resiliencia no significa resignación, no podemos llevar esas emociones a un baúl y meterlos ahí sin pensar en lo que esto significa a largo plazo, tenemos que hablar, tenemos que expresar lo que sentimos, el dolor, el llanto, las emociones”, manifiesta.
Incluso, a veces es necesario hablar no solo con familiares y amigos sino con profesionales en salud mental. Así que, empatía para reconocer que los pacientes y sus seres queridos no solo tienen necesidades físicas, sino también emocionales.
No se debería sumar más dolor a lo que ya es supremamente doloroso. Hay que pensar con enfoque diferencial y contexto. Por ejemplo, ¿qué pasa con las muertes de personas de comunidades indígenas que tienen rituales tan diferentes a lo que estamos haciendo?
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