Horas antes de comenzar la invasión de Ucrania , el Kremlin difundió uno de los episodios que mejor refleja el carácter prepotente de Vladimir Putin. Sergei Naryshkin, jefe del servicio de inteligencia ruso, un hombre que fácilmente puede ser de los más temibles del mundo, quedó literalmente sin palabras frente al presidente ruso y no fue capaz de sostenerse en una propuesta que implicaba darle una última oportunidad a Ucrania.
Sergei Naryshkin: Tenemos que intentar forzar que Kiev cumpla el acuerdo de Minsk. En caso contrario tendremos que tomar decisiones
Vladimir Putin: ¿A qué te refieres con en caso contrario? ¿Hay que negociar?
Naryshkin: No, yo...
Putin: ¿Hay que reconocer la soberanía de las repúblicas?
Naryshkin: Yo…
Putin: Habla claramente
Naryshkin: Yo apoyaré la propuesta de reconocimiento
Putin: ¿Apoyarás? ¿O apruebas? Dilo directamente, Sergei.
Naryshkin: Lo apruebo
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La declaratoria de territorios independientes ambientaba una sola cosa, que Putin pudiera enviar tropas a la frontera del este de Ucrania para facilitar un ataque militar que tiene al mundo en vilo por el temor de una tercera guerra mundial.
Vladimir Putin es un hombre de dos caras. Por un lado, difunde la imagen de un líder carismático, un hombre común y corriente que se deja grabar mientras monta a caballo sin camisa, practica judo, juega hockey con niños, conduce un carro de carreras y protege los valores familiares y las creencias religiosas.
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Pero su otra cara infunde temor. Es un líder frío, calculador, que no tiene el menor escrúpulo al momento de ordenar asesinatos de opositores o comenzar una guerra en la que caen miles de inocentes.
Nació en 1952 y creció en un ambiente de limitaciones económicas. Estudió Derecho como una forma de convertirse en lo que realmente quería ser un espía. Y lo logró: en 1975 entró a la KGB y, tras, el colapso de la Unión Soviética se convirtió en jefe del FSB, organismo que reemplazó a la KGB.
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En 1999 consiguió que un debilitado Boris Yeltsin lo nombrara presidente interino de Rusia. Seis meses después, Putin salió elegido presidente. Casi de inmediato desató una invasión a Chechenia como represalia a una serie de ataques terroristas en territorio ruso.
A un periodista de un periódico francés que se atrevió a preguntarle si la utilización de bombas de fragmentación en Chechenia contribuía a la erradicación de la población más que a la erradicación del terrorismo, Putin le respondió con molestia y crudeza: "Ellos han hablado de la necesidad de matar a todos los no musulmanes y si es usted cristiano, está en peligro. Si usted es ateo, también lo está. Tiene garantizada la liquidación".
Aunque la comunidad internacional lo veía con reservas, durante muchos años se hicieron los de la vista gorda por estar alineado en la lucha antiterrorista global. Esto le permitió destapar su discurso nacionalista en busca de restaurar la vieja gloria del imperio ruso.
Esto implicaba retomar a la fuerza antiguos territorios perdidos tras la disolución de la Unión Soviética, como ocurrió con la Península de Crimea.
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Esas campañas militares estuvieron acompañadas por una oleada de asesinatos selectivos por envenenamiento en todo el mundo. Algunos países protestaron y ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas responsabilizaron a Putin por los crímenes y anunciaron sanciones que nunca se concretaron.
Mientras su vida personal sigue siendo un misterio, Putin lleva más de dos décadas demostrando que está dispuesto a todo, siempre con las dos caras que lo han caracterizado. Hace dos años visitó al Papa Francisco en el Vaticano, en un intento de enviar un mensaje de paz a occidente. Hoy, bombardea a un país sin importar quien caiga.
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