Durante más de dos meses, Iryna Yegorchenko rezó para que su hijo Artiom, uno de los soldados ucranianos que defendían la enormeacería Azovstal de Mariúpol , último reducto de resistencia asediado por las fuerzas rusas, saliera indemne de la guerra, pero el pasado miércoles la noticia de su muerte llegó como un rayo.
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Devastada, Iryna asegura que también sintió una forma de alivio: al menos su hijo, que tenía 22 años, no será capturado por los rusos. Tampoco vivirá la hambruna o sufrirá las heridas de muchos de sus camaradas.
"De repente, me sentí aliviada. Es más fácil saber que tu hijo está muerto que saber que está cautivo, herido o muriéndose de hambre", explica la mujer de 43 años que vive en Kiev, contactada por la AFP por teléfono.
Con todos los civiles evacuados gracias a una misión de la ONU y de Cruz Roja, en la acería Azovstal solo quedan combatientes atrincherados en un laberinto de pasillos interminables y búnkeres soviéticos.
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En la superficie, los rusos controlan ya casi toda esta ciudad portuaria en el mar de Azov.
Artiom, un joven de aspecto recio y apasionado del boxeo, se refugió en la acería a principios de marzo. En total pasó 74 días con Telegram e Instagram como únicos medios de comunicación con el exterior.
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"Al menos no sufrió"
"No se les permitía telefonear. A veces, escribía solo un '+' cuando le preguntaba si seguía con vida", explica Iryna, psicóloga de profesión, que también tiene una hija de 20 años y dos niños adoptados de 9 y 6.
Artiom siempre le decía que estaba bien. Pero con sus amigos era más honesto, se da cuenta ahora la madre. "Les había escrito que sus días estaban contados, que no saldrían de esa", dice con la voz cargada de emoción.
En sus relatos contaba que cada día morían algunos de sus camaradas y que los tanques rusos habían conseguido acceder al complejo industrial.
La última vez que habló con su madre fue el 7 de mayo. Después el contacto se perdió hasta que el 11 de mayo Iryna recibió el mensaje: su hijo había muerto por el hundimiento de un bloque de hormigón.
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"Al menos no sufrió. Todo pasó muy rápido". "Está con Dios", se consuela.
Su preocupación ahora es el destinos de los otros soldados atrapados en Azovstal, aquellos que están gravemente heridos o los que se arriesgan a ser capturados.
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Llamados desesperados
Tras semanas de combates feroces, los soldados atrincherados en Azovstal, entre ellos los del batallón Azov, multiplicaron los pedidos desesperados de ayuda en redes sociales.
Uno de sus comandantes, Serguei Volyna, describió las condiciones de vida en el interior de la fábrica como "inhumanas". "Cada minuto, una nueva vida se pierde", aseguró.
Esta semana apeló al papa Francisco, a los dirigentes occidentales e incluso al multimillonario Elon Musk reclamando una asistencia "inmediata". Estos llamados se repiten entre las familias de los soldados.
"Mi hijo está en el infierno de Azovstal", dijo en una rueda de prensa el jueves Yevguen Sukharikov, el padre de un integrante del batallón Azov, que teme una "masacre" si los soldados no son evacuados.
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"O tomamos el riesgo [de salvarlos] o el mundo entero verá cómo mueren allí abajo", insistió Sukharikov.
La vice primera ministra ucraniana Iryna Vereshchuk indicó el jueves que las negociaciones con Moscú para evacuarlos habían fracasado.
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"Ellos solo proponen capitular. Nuestros chicos no aceptarán deponer las armas", dijo esta responsable, que espera al menos poner en marcha un operativo para recuperar a los soldados en peor estado.
La ciudad de Mariúpol y la acería Azovstal se convirtieron en Ucrania en símbolo de la resistencia encarnizada de sus tropas frente al invasor ruso. Y para Iryna Yegorchenko, la muerte de su hijo defendiendo su país es motivo de inmenso orgullo.
"Ha vivido una buena vida, ha protegido a los suyos. Se ha ganado su lugar en el paraíso", afirma la madre.
Iryna no sabe si podrá recuperar sus restos cuando terminen los combates. Pero, de todos modos, no quiere ver a su hijo en un ataúd.
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"Me duele físicamente saber que ya no está con nosotros. Me hubiera gustado ver cómo hubiera sido su futuro si esta guerra no hubiera empezado, cómo habrían sido mis nietos", lamenta.