Ante la mirada atónita del mundo,hace un año empezaba la invasión de Rusia a Ucrania. Meses previos de crecientes tensiones fueron insinuando el riesgo de una nueva guerra en Europa, que muchos creyeron improbable hasta que se hizo inevitable.
Desde la anexión rusa de Crimea en 2014, la región ucraniana del Donbás era un polvorín. Ucrania y occidente señalaban a Moscú de dar apoyo financiero y militar a estructuras armadas prorrusas allí, y las fuerzas ucranianas respondían con fuego para mantener el control.
El acuerdo de Minsk, firmado en 2015, para poner fin a la guerra en el oriente de Ucrania, fue flagrantemente violado por ambas partes. Ni Ucrania dio mayor autonomía a las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Luhansk, con aspiraciones independentistas, ni Rusia dejó de apoyar a los rebeldes.
En abril de 2021, las alertas se dispararon. Rusia empezó a concentrar, lenta pero sostenidamente, tropas en la frontera con Ucrania: llegó a reunir 100 mil soldados. Imágenes satelitales así lo constataban, mientras el Kremlin esbozaba sus motivos.
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Desde 2008, la OTAN, la alianza militar liderada por Estados Unidos, había abierto la puerta a un eventual ingreso de Ucrania y Georgia, y en el 2014, tras la anexión de Crimea por parte de Rusia, Ucrania había confirmado su intención de hacerlo.
Para Kiev, el respaldo necesario para disuadir cualquier nueva agresión de Moscú, mientras que para Rusia, una línea roja intolerable que pondría en sus fronteras tropa y equipamiento militar de sus adversarios: las potencias occidentales.
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Volodímir Zelenski invitaba a Putin a hablar en el Donbás, Putin ripostaba, diciendo: "Cuando quiera, pero en Moscú".
La reunión nunca se dio, pero el canal diplomático estaba abierto a través de distintos actores, entre ellos, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, uno de los pocos líderes occidentales con los que Putin hablaba.
"Ucrania está lista para cualquier formato de negociación con la federación rusa para resolver esto. Necesitamos el mismo deseo por parte de la federación rusa para detener la guerra", manifestó Zelenski en ese entonces.
Las voces de alerta llegaban de toda Europa y, sobre todo, de Estados Unidos. El gobierno de Kiev nunca se mostró débil.
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En noviembre de 2021, una nueva concentración de tropas rusas en la frontera con ucrania escaló las preocupaciones. Advertían sobre una posible operación de bandera falsa, un supuesto ataque ucraniano provocado realmente por Moscú, un evento que diera luz verde a la intervención. Y el argumento, finalmente, fue este: “El llamado mundo civilizado, como se han autoproclamado nuestros colegas occidentales, prefiere no darse cuenta de todo este horror, el genocidio al que se han enfrentado casi 4 millones de personas”, dijo Vladimir Putin el febrero 21 de 2022.
El presidente ruso hablaba del Donbás y de la población prorrusa, que estaba dispuesto a "defender". Un día después de estas declaraciones, la Duma, la Cámara Baja del Parlamento, autorizaba una incursión militar para "liberar" a Donetsk y Luhansk.
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“Este es el comienzo de una invasión rusa de Ucrania. Así que voy a comenzar a imponer sanciones en respuesta, mucho mayores que las que nosotros y nuestros aliados implementamos en 2014", advirtió el presidente de EE. UU., Joe Biden, el 22 de febrero de 2022.
Se desató una andanada de sanciones a individuos, empresas y bancos rusos por parte de Estados Unidos y Europa, pero nada detuvo las ambiciones bélicas de Putin.
“Decidí llevar a cabo una operación militar especial, cuyo objetivo es proteger a las personas que han sido intimidadas y sometidas al genocidio por el régimen de Kiev durante ocho años. Nos esforzaremos por desmilitarizar y desnazificar Ucrania”, declaró Putin.
Lo que parecía ser un golpe a la mesa para que los coqueteos de Kiev con la OTAN finalizaran, se convirtió en la invasión de Rusia a Ucrania, pero quizá Putin no midió las consecuencias de entrar en el pantano imprevisible de la guerra.