Niños llorando sin consuelo, perros solitarios en busca de sus amos, maletas en el camino y sin dueño, familias viendo como sus viviendas se consumen tras los bombardeos son algunas de las imágenes desgarradoras de la guerra en Ucrania y cómo sufren sus pobladores. Mientras unos huyen, otros se quedaron a resistir.
Olga Tarnosvka es maestra de español y una patriota decidida que no quiso abandonar su país y se quedó a defenderlo. Vive en las afueras de Kiev y su padre de 71 años está en el frente de guerra.
“Hace algunos días la Organización Mundial de la Salud hizo un cálculo de que en Ucrania hay 18 millones de personas en estado de emergencia, hay 3 millones de refugiados que salieron del país, porque no puedes estar tranquilo en ninguna ciudad. Te puede caer un misil, nos están bombardeando desde Crimea, Bielorrusia, son misiles de largo alcance. Caen en cualquier parte entonces, por eso la gente sale del país”, explica.
Viven en un constante asedio y denuncia que los corredores humanitarios no están funcionando. Asegura que “hay ciudades que ya son escombros, al lado, a 15 kilómetros, incluso hay gente que se queda viviendo en esos escombros y lo terrible es que no nos dejan entrar ni siquiera al corredor verde, a ese paso seguro. O sea, no hacen el alto al fuego, aunque negocian y dicen al final disparan contra los autobuses y camiones con comida y eso es terrible porque están violando las propias palabras todos los días y por eso no nos podemos fiar”.
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Una tragedia humanitaria que el mundo presencia en vivo y en directo. Lo que actualmente ocurre en Mariúpol es un genocidio, asegura Olga: “Estamos viviendo una catástrofe humanitaria de una escala tremenda que todavía no calculamos porque los datos oficiales dicen que son 2.500 muertos solo en esa ciudad, pero me temo que pueden ser muchos más”.
Ante las alarmas, confiesa que mientras unos se aferran a su fe otros como ella se acostumbran a vivir el día a día con mucha angustia y poco sueño: “Uno se acostumbra, ¿sabes? Es como vivir con el riesgo a la vida constante".
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Pablo Vasilinsky es otro ciudadano ucraniano que también lleva su cruz a cuestas. El día en que inició la invasión huyó con su madre a Polonia, pero es tan alto el número de refugiados que no hay suficientes sitios para dormir, no hay mucha comida.
Polonia no es un país muy grande y a pesar de que la gente quiere ayudar, hay una situación muy precaria en los campos de refugiados. Como todos sus compatriotas, Pablo pasó difíciles momentos en su camino al exilio. “Fue caótico, logramos salir con mi mamá justo dos horas antes de que cerraran frontera porque en un principio Polonia cerró la frontera, todo fue caótico en la estación del tren porque estaba cerca de una base militar, y pues no querían enviar trenes, esperaron más de seis horas y con la incertidumbre de estar cerca de una base militar porque en cualquier momento podía ser atacada”, dice.
Mientras ellos luchan, cada uno desde su trinchera, no cesan los ataques y piden con urgencia la solidaridad del mundo porque dicen cuando llegue la calma tal vez ya no haya una Ucrania a donde regresar.
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