Sayed Sadaat era el ministro de comunicaciones de Afganistán , un cargo clave y de gran influencia en la pugna de las grandes potencias tecnológicas por el sudeste asiático.
Hoy anda en bicicleta haciendo domicilios por las calles de Leipzig, en Alemania.
“Todo el mundo tiene que trabajar. Hay gastos, hay que pagar arriendo y se necesita dinero para comer. No significa que una vez que haya sido ministro, pueda quedarse sin trabajar y no hacer nada”, dice Sayed.
Abandonó su país cuando vio el avance imparable de los talibanes. De eso ya hace ya 8 meses. Dice que no se arrepiente y sólo alienta a sus connacionales a mantener viva la esperanza de que vendrá un futuro mejor.
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“Estoy orgulloso de estar haciendo esto. Pude haber sido uno de los ministros corruptos, con millones de dólares, y haber comprado edificios, hoteles, aquí o en Dubái. Pero estoy orgulloso de que mi alma esté feliz y no tengo nada de qué sentirme culpable”, indica el exministro.
Y es que ya son varios países los que han tendido su mano a los refugiados.
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Contra todo pronóstico, un joven afgano y su esposa alcanzaron a salir del país en el último vuelo a Alemania.
“La situación empeoraba cada vez más por la cantidad de personas tratando de huir. Había pánico masivo y tiroteos, no sé cómo alcanzamos a llegar al aeropuerto. Allí logramos salir con la ayuda de soldados alemanes”, dice el hombre.
También aliviados de haber salido del caos, pero con la incertidumbre de iniciar una nueva vida en un país extraño y con el dolor por los que dejaron atrás, a España llegaron otros 292 refugiados.
México recibió a un grupo de periodistas con sus familias, así como al equipo afgano femenino de robótica.
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En Albania, los refugiados esperan hacer tránsito en su camino a una nueva vida finalmente en Estados Unidos.