Kibrom Hailu no estaba muy preocupado cuando en febrero pasado su hijo de 15 años salió de casa para jugar un partido de voleibol enWukro, al este de la región etíope de Tigré.
Las manifestaciones habían agitado esta localidad unos días antes: jóvenes habían quemado neumáticos en protesta contra el primer ministro Abiy Ahmed, que envió el Ejército a la región a principios de noviembre, pero su hijo Henok no había participado. Y prometió que no se alejaría.
Cuando Kibrom oyó disparos, era demasiado tarde. El cuerpo del joven yacía en el camino que bordea su casa.
El adolescente fue uno de los 18 civiles que mataron soldados etíopes, según el colegio Santa María de Wukro, que documenta desde el inicio del conflicto los abusos contra los civiles.
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Henok murió más de dos meses después queAbiy, premio Nobel de la Paz 2019, anunció el 28 de noviembre el fin de los combates y aseguró que la vida reanudaba su curso en Tigré .
"La guerra se ha intensificado. Ahora se ensaña con los civiles", dice Kibrom a la AFP, confirmando las declaraciones de otros habitantes.
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A lo largo del conflicto, Wukro, un eje otrora vibrante, conocido por su patrimonio religioso y arqueológico, se ha desfigurado.
Los bombardeos han destruido casas y empresas y han vaciado las calles de gente. En la principal arteria comercial se alinean las vitrinas rotas y anaqueles vacíos. Los soldados -inicialmente eritreos, ahora principalmente etíopes- patrullan las calles con violencia.
"Recibimos constantemente pacientes, heridos por la guerra", cuenta Adonai Hans, el director médico del hospital de Wukro.
"Si alguien dice -quienquiera que sea- que no hay guerra en Tigré, me lo tomaría como una broma", agrega.
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Mónica Camacho, una colombiana integrante de Médicos Sin Fronteras y responsable de las operaciones en Etiopía y otras tres naciones africanas, indicó que esta era un región prominente con importante inversión.
"Hijos de la junta"
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La intervención militar pretendía deponer al partido en el poder en la región, el Frente de Liberación del Pueblo del Tigré (TPLF), acusado de haber provocado el ataque de las bases del ejército federal.
Cuando, varias semanas después, los habitantes de Wukro comprendieron que su ciudad iba a caer, huyeron a las montañas vecinas, desde donde observaron las bombas caer en sus casas.
Al volver, todavía fue peor: soldados eritreos, llenos de odio, habían saqueado sus casas, los bancos, las fábricas y mataron a muchos jóvenes sospechosos de simpatizar con la "junta" del TPLF, cuentan fuentes médicas y religiosas.
"Matar, es su trabajo diario. Ni siquiera se dan cuenta de que matan a personas", dice sobre los eritreos un responsable de la Iglesia católica de Wukro, que prefiere ocultar su nombre por miedo a represalias.
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Nebiyu Kiflom, un vendedor de materiales de construcción, estaba en su casa con sus 6 compañeros de piso - 3 de ellos hermanos - cuando los eritreos abrieron la puerta una noche de noviembre.
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"Dijeron: 'son hijos de la junta'", recuerda. "Estaban sentados en casa. No hacían nada".
Esa noche, Nebiyu era el único que no estaba en casa. Estuvo tres días encerrado con los cuerpos antes de poder salir a buscar ayuda.
A principios de diciembre, muchos jóvenes habían muerto en Wukro. 81 fueron enterrados detrás de una Iglesia ortodoxa.
"Vimos los cuerpos con nuestros propios ojos. Los enterramos", cuenta Gebrehana Hailemariam, el sacerdote.
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"Nuestra casa"
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Al principio del conflicto, los habitantes casi no tenían acceso a cuidados médicos. Los bombardeos y los saqueos destruyeron el 75% del hospital y su equipo, dice Adonai, el director médico.
Estaba cerrado cuando en diciembre, Elisabeth Gebrekidan dio a luz a mellizos y tuvo una hemorragia, cuenta su hermano Elías, que suplicó a un soldado para que pudiera alquilar una ambulancia para llevarla a Mekele, la capital regional. Sin éxito.
"Me dijo: "vete de mi vista, eres un hijo de la junta'", recuerda Elías, cuyo rostro se llena de lágrimas.
Cuatro días más tarde, Elisabeth murió en su casa. Elías cría ahora a los pequeños Tsion y Roda con ayuda de su madre.
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En los pasillos del hospital, que ha reabierto parcialmente, se cruzan supervivientes de violaciones -que esperan a veces semanas, incluso meses antes de acceder a los cuidados médicos - y civiles, cuyas heridas frescas demuestran que prosiguen los combates.
Así, Meles, de 45 años, que recientemente recibió un disparo en el muslo derecho, cuenta cómo soldados eritreos dispararon a finales de febrero en su ciudad de Agula, sur de Wukro, en respuesta a un ataque de las fuerzas pro TPLF.
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"Los combates continúan", dice. "La comunidad internacional debe actuar ahora antes de que sea demasiado tarde, antes de que desaparezcamos".
El Ejército etíope no ha respondido a las llamadas de la AFP pero el gobierno ya ha desmentido que hayan muerto civiles en Tigré, al igual que niega la presencia de soldados eritreos, lo que también desmienten las autoridades de Eritrea.
“Llevan semanas sin luz, sin internet, sin teléfono o bancos, entonces es problema, porque la gente no tiene dinero. El Gobierno no les deja sacar dinero y no pueden comprar cosas. Las carreteras están bloqueadas, no hay comida. Es una situación precaria que no mejora”, manifestó Mónica Camacho.
En Wukro, estas declaraciones hacen reír. Los habitantes quieren sobre todo que se vayan los soldados.
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"No deberían pasar una noche más", dice Nebiyu, el vendedor de materiales de construcción. "Es nuestra casa. Es aquí donde vivimos. Si no, tendremos que irnos".
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