Su solitario sufrimiento, sus desencuentros con la reina y la familia real y el acoso de la prensa tornaron en tragedia la historia de la princesa Diana, que se presumía perfecta. El mundo la recuerda hoy, 25 años después de su trágica muerte.
Diana Spencer era la candidata ideal, pertenecía a una familia aristocrática con estrechos vínculos con la familia real. Sus abuelas habían servido como damas de honor de la reina madre y su padre, como oficial de honor, es decir, como asistente personal de Isabel II.
Por eso, desde la cuna, la monarca conocía a quien sería la esposa de su hijo mayor, el heredero al trono, el mujeriego y disipado Carlos. La reina quería que sentara cabeza, tuviera descendencia y, por supuesto, garantizara la sucesión.
Diana era joven, bella y educada. Llegaría a refrescar la entonces opaca imagen de la monarquía, percibida como acartonada y lejana.
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Diana y Carlos se casaron el 29 de julio de 1981 en la catedral de San Pablo; 750 millones de espectadores siguieron en la televisión la unión del príncipe de Gales con la joven rubia, y 600.000 más se apostaron en las calles para presenciar el cuento de hadas convertido en realidad. Una fantasía que pronto empezó a esfumarse.
Después de la luna de miel, Carlos regresó a sus deberes y Diana no se hallaba en su nueva vida palaciega. Por esos días, conoció un monstruo que sería su compañero: la depresión.
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Pero hacia afuera, su impecable estilo, su belleza y su calidez hacia la gente le fueron ganando su verdadero título: princesa del pueblo.
En junio de 1982, Lady Di dio a luz a su primer hijo, Guillermo, segundo en la línea de sucesión del trono. Dos años después nació Enrique. Según sus biógrafos, Diana fue una madre devota que buscó para ellos una vida lo más normal posible, educándolos en escuelas y no con tutores privados, y procurando que tuvieran contacto con la realidad.
El favoritismo de la prensa por Diana inquietaba a la conservadora casa real.
“Diana fue probablemente el rostro más famoso del planeta, junto con la reina. Tenía una especie de carisma que atraía a la gente, especialmente las mujeres, que seguían su vida con absoluta fascinación”, relata Andrew Morton, el biógrafo de la princesa.
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Morton escribió en 1992 ‘Diana, su verdadera historia’, el libro que causó un terremoto al confirmar lo que por años se rumoraba: la crisis de la pareja real. Sacó a la luz detalles íntimos de infidelidades que sacudieron los cimientos de la monarquía y bajaron a Diana del pedestal a los rigores del escarnio público. La misma princesa le había facilitado grabaciones.
La ruptura con su esposo y con la familia real se hizo irreversible. En 1996, Carlos y Diana se divorciaron.
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Diana se dedica a una faceta que también la acompañó siempre, las acciones benéficas, abrazando causas como el trato digno a los enfermos de sida, y usando su influencia para ayudar en la lucha contra las minas antipersonales y la salud mental.
Entre tanto, la prensa seguía cada uno de sus pasos casi de manera obsesiva. Acoso que el 31 agosto de 1997 tuvo un desenlace fatal. Con solo 36 años, había empezado a rehacer su vida sentimental con el hijo de un millonario egipcio, Dodi al Fayed.
Esa noche de domingo salieron del hotel Ritz de París. El carro en el que iban intentaba evadir los paparazzis y se accidentó en el túnel del Puente del Alma. Dodi y quien conducía murieron instantáneamente. A las cuatro de la madrugada, Diana falleció en un hospital.
El Reino Unido amaneció desconsolado. El pueblo, afligido, exige una reacción de su reina que se mantuvo en silencio varios días en el castillo de Balmoral en Escocia, acompañando a sus nietos, lo cual le valió duras críticas.
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La reina tuvo que regresar y encarar la situación, con un mensaje al pueblo. Isabel II rompió el protocolo y ofreció a Diana un funeral real, aunque no le correspondía.
Incluso, inclinó la cabeza al paso del féretro en señal de respeto y reconocimiento a una mujer irreverente que forzó a la monarquía a cambiar muchas de sus rigideces.