Las Coreas celebran el aniversario número 70 del acuerdo de armisticio que dio fin a los combates de la guerra en los años cincuenta. En Pionyang, capital de Corea del Norte, altos mandos de China y Rusia acompañan a Kim Jong-un, mientras que el presidente de Corea del Sur honró a las víctimas en un cementerio.
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Como es propio del presidente Kim Jong-un, la demostración de su gran arsenal militar no demoró, en especial, cuando uno de sus más grandes aliados está en su territorio.
El ministro de defensa ruso, Serguéi Shoigú, que lleva dos días en Pionyang, acompañó al mandatario norcoreano a una exhibición de armamento. Allí le mostro su más avanzado arsenal, destacando los famosos y temidos misiles intercontinentales.
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Pero esta visita, unida a esta ofrenda a los soldados caídos, solo hizo parte de eventos previos a la celebración de los 70 años de la Gran Guerra de Liberación de la Patria, como la llama Corea del Norte.
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Una comitiva china encabezada por Li Hongzhon, miembro del politburó, también llegó para sumarse a la celebración, una que inició al mejor estilo vistoso de Kim Jong-un.
Entre tanto, en Corea del Sur, el presidente Yoon Suk-yeol desde muy temprano asistió al cementerio para los caídos en la guerra. Allí lo acompañó el primer ministro de Luxemburgo, Xavier Bettel, y la gobernadora general de Nueva Zelanda, Cindy Kiro.
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Pero no todo se quedó en las honras fúnebres a los caídos. Llegada la noche, un gran homenaje se celebró entre naciones de la ONU.
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“La República de Corea no olvidará nuestra gratitud hacia todos ustedes y nuestras naciones aliadas, que arriesgaron sus vidas y corrieron hacia nosotros en nuestro momento de dificultad”, dijo Yoon Suk-yeol. (VERIFICAR AL AIRE SI ES EL PRESIDENTE U OTRA PERSONA)
Paradójicamente, aunque ya pasaron siete décadas desde el acuerdo de armisticio de la Guerra de Corea, el conflicto sigue más latente que nunca. En especial, cuando el orden mundial se redefine con la guerra en Ucrania.
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Estas son algunas claves para entender un conflicto irresoluto enmarcado en una región que ya de por sí concentra un enorme crecimiento en gastos de defensa.
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Sin tratado de paz
La Guerra de Corea no terminó con un tratado de paz sino con un alto el fuego que firmaron los ejércitos estadounidense y norcoreano, el Mando de Naciones Unidades (coalición de dos decenas de países liderada por EE.UU. que acudió en ayuda del Sur tras la invasión por parte del Norte) y el Ejército Popular de Voluntarios chino.
Este último se sumó al conflicto al final de 1950 cuando el contraataque de Washington y sus aliados les llevó a cruzar la frontera y penetrar en territorio norteño.
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Durante el lapso de diálogo y acercamiento que tuvo lugar entre 2018 y 2019 afloró la posibilidad de la firma de un tratado de paz, uno de los grandes anhelos del régimen norcoreano, aunque el fracaso de la cumbre de Hanói echó por tierra la oportunidad.
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Tras el fiasco de aquella cita, el Gobierno del surcoreano Moon Jae-in propuso pactar una declaración de paz -que no es jurídicamente vinculante, a diferencia de un tratado- como manera de reconducir el diálogo, una idea que se ha devuelto al cajón con la llegada al poder en 2022 del conservador Yoon Suk-yeol.
Perspectivas de diálogo
En la cumbre de Hanói, el expresidente estadounidense Donald Trump decidió no aceptar la oferta norcoreana de desarme, lo que en opinión de muchos expertos dejó una profunda cicatriz en Pionyang, que ha rechazado en los años siguientes cualquier oferta de diálogo y optado por avanzar en su modernización armamentística.
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La falta de "confianza mutua" que dejó este desplante se ve exacerbada además por el hecho de que Corea del Norte, que puede ceñirse a sus políticas durante años o décadas apoyada en su régimen monolítico, encara un interlocutor que por contra está sujeto a los vaivenes propios de una democracia, ya sea a nivel legislativo o con cambios de Gobierno.
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Corea del Norte ya vio cómo bloqueos en el congreso estadounidense echaron por tierra acuerdos que podrían haber ayudado enormemente a desactivar las tensiones hace dos décadas, pero el desaire de Trump parece escocer aún más en Pionyang por el hecho de haber movilizado al líder Kim Jong-un -con el enorme peso que eso conlleva dentro del régimen- para finalmente no firmar nada de relieve.
Así pues, la reconstrucción de esa confianza mutua es para muchos analistas la clave para tratar de traer de nuevo al hermético país a la mesa de negociación.
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Escalda armamentística
En enero de 2021, Corea del Norte aprobó un plan de modernización armamentística que está deparando desde entonces la campaña de pruebas de armas más intensa de la historia del país, donde se han sumado ya importantes avances, desde proyectiles hipersónicos a misiles balísticos intercontinentales (ICBM) capaces de usar combustible sólido, mucho más eficiente que el líquido.
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Seúl y Washington han respondido reiniciando los grandes ejercicios militares combinados que habían quedado aparcados merced a la fase de diálogo -y a la pandemia después- y retomando también el despliegue rotatorio de activos estratégicos estadounidenses como parte del mecanismo disuasorio de la alianza.
En este contexto se enmarca la reciente visita al Sur de un submarino con capacidad de ataque nuclear (la primera en 40 años) y el establecimiento de un Grupo de Consulta Nuclear (NCG), mecanismo para coordinar respuestas estadounidenses a posibles ataques del Norte, incluyendo la opción atómica.
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A esto hay que sumar el incremento del gasto militar surcoreano tanto por parte del Ejecutivo anterior como del actual liderado por Yoon, que ha aprobado un aumento medio de casi el 7 % anual de aquí a 2028.
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Corea del Sur, que ha acrecentado su presupuesto de defensa en casi un 40 % en la última década, se afianza así como décimo país que más invierte en este sector, tanto por volumen como en relación a su PIB.