"Para toda la vida, y con todo mi corazón, me esforzaré en ser digna de su confianza", expresó la reina Isabel II en su coronación, el 2 de junio de 1953.
Tenía solo 25 años y estaba disfrutando ver crecer a sus dos pequeños hijos cuando la muerte temprana de su padre, el rey Jorge VI, de 56 años, la sorprendió en febrero de 1952 en un viaje oficial a Kenia, en el que estaba acompañada por su esposo, el fallecido príncipe Felipe.
Regresó a Londres para asumir su destino y fue recibida por el primer ministro, Winston Churchill, con quien su padre había construido una relación cercana durante la II Guerra Mundial.
“Esta posición de ser heredera al trono se le impuso y luego la partida del padre antes de lo esperado, cuando ella tenía unos pocos años de una vida matrimonial normal en su haber. Las circunstancias la empujaron a asumir la corona siendo joven y mujer, navegando en un mundo político muy masculino", afirmó Anna Whitelock, profesora de Historia de la Monarquía de la Universidad de Londres.
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El 2 de junio de 1953, 16 meses después de la muerte del rey Jorge VI y tras cumplirse el tiempo de duelo, fue coronada como la reina Isabel II.
En la abadía de Westminster de Londres la nueva monarca juró defender la ley y gobernar la Iglesia de Inglaterra.
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Desde ese momento, la reina Isabel II se convirtió en la soberana del Reino Unido, de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, y asumía la responsabilidad de preservar la unidad y estabilidad en el vasto antiguo imperio británico, conocido como la mancomunidad de naciones.
Cerca de 3 millones de personas se apostaron en los alrededores de Westminster, el Palacio de Buckingham y The Mall, pero muchos más vieron el evento en vivo, pues fue la primera coronación en ser televisada en el mundo.
La cadena pública BBC considera que este acontecimiento hizo catapultar a la televisión como medio de comunicación dominante, ya que más de 20 millones de personas siguieron la transmisión, que superó los números de la radio por primera vez.
En un país devastado por las cicatrices de la guerra, que aún sufría los rigores del racionamiento de comida, la llegada de la reina Isabel II despertó un espíritu de renovación y un nuevo comienzo.
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