Al grupo, actualmente conformado por 5.200 y que ya están en situación de hacinamiento, se sumarán otros 500 centroamericanos.
Cansados y hambrientos tras un viaje de 180 km desde Mexicali, los centroamericanos -en su mayoría familias hondureñas con niños- descendieron de autobuses e hicieron una larga fila para registrarse en el albergue, improvisado por las autoridades locales en un barrio marginal de Tijuana, a unos metros del muro fronterizo.
"Vamos a ver cómo hacemos con los alimentos, está bien difícil. Hay bastante gente y de repente hay quien se queda sin comer", dijo Carlos Enrique Cárcamo, un hondureño que viajaba con sus primos y una niña de un año.
Esta segunda caravana se une así a la primera, que salió de San Pedro Sula, Honduras, el 13 de octubre y recorrió 4.000 km a pie y en autostop hasta llegar a Tijuana.
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En la ciudad se ha formado un cuello de botella de migrantes centroamericanos, ante la negativa de Estados Unidos para acogerlos sin antes realizar un largo y complicado proceso de petición de asilo.
"Traemos niños, está un poco difícil (pasar a Estados Unidos) pero ya estamos aquí. Como dicen en mi pueblo, en el camino se arreglan las maletas", comenta Cárcamo, mientras espera en la fila para registrarse en el albergue.
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Hasta el lunes, unos 5.200 migrantes residían en el albergue, la inmensa mayoría a la intemperie. Las duchas y sanitarios son escasos y pululan epidemias de tuberculosis, influenza, infecciones respiratorias y piojos.
La segunda caravana llegó al albergue cuando la Marina repartía la segunda ración de comida diaria. En total, se entregan 8.000 platos de comida al día, según un mando militar que pidió el anonimato.
El alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, ha pedido la intervención de la ONU, alegando que no recibe apoyo del gobierno federal.
Según él, el costo diario para mantener el albergue es de más de medio millón de pesos (unos 25.000 dólares).
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Unos 740 funcionarios cubren guardias para gestionar el refugio, que produce cinco toneladas de basuras diariamente.
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