Carolina Uribe Lobo-Guerrero nació en Bogotá hace 55 años y cayó en la adicción al alcohol y las drogas a los 13. Probó múltiples sustancias, incluyendo cocaína, marihuana, éxtasis y ketamina, lo que eventualmente la llevó a sufrir una sobredosis. Su historia es un testimonio de lucha, resiliencia y redención.
“Yo siempre me consumí lo mío, lo tuyo, lo del otro y por eso fue que me pasaron cosas tan horribles. Soy una persona que no tiene fin”, así definió Carolina su lamentable experiencia, pues estuvo durante 20 años perdida en el alcohol, las drogas y el sexo.
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El inicio de sus excesos
El espiral de destrucción en el que terminó sumida empezó cuando apenas tenía 13 años, la misma edad en la que, según el Ministerio de Justicia, inicia el consumo de sustancias en Colombia. Influenciada por la presión social, dio su primer paso en la adicción a través del alcohol.
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“Yo estaba en primero de bachillerato...Ese año es cuando yo me doy cuenta que hay unas niñas, menores que yo, que son las populares. Las veía con envidia, y después de las vacaciones se reunían a contar sus aventuras. Una de esas aventuras les causaba ataques de risa, entonces yo con envidia me acerqué a oír y la aventura es que se emborracharon a escondidas. Yo pensé que para ser feliz me tenía que emborrachar”, relató en Los Informantes.
A pesar de crecer en una familia en la que lo material no le faltaba y estudiaba en un colegio prestigioso, Carolina sentía un profundo vacío emocional que la llevó a refugiarse en las adicciones. Su baja autoestima y la inseguridad sobre su apariencia física fueron factores clave en su temprana dependencia del alcohol y las drogas.
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“Yo sentía que me faltaba amar y ser amada, encajar, pertenecer. Eso era lo que quería en mi vida”, dijo Carolina quien reveló que desde los 15 años “soy esa que se emborracha, se vomita y queda tirada en el piso”.
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Robo a su abuela para financiar su consumo
Sin embargo y por fortuna logró salir de ahí, aunque el camino no fue fácil. Del alcohol pasó rápidamente a las drogas, y su adicción la llevó al extremo de robar a su propia familia, incluida su abuela, para financiar su consumo.
“Es increíble cómo dentro de ese mundo a uno el corazón se le congela. O sea, yo te puedo decir que yo puedo casi que reconocer el día en el que yo ya no sentí amor por mi abuela, sino ‘¿dónde está la billetera?’”, relató sobre el momento de su vida en el que terminó en la calle.
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Carolina estuvo perdida casi dos años, dedicada solo a consumir y, en un intento de su familia por rescatarla, regresó con la intención de recuperar a su abuela, pero llegó demasiado tarde.
“Mi papá se había alcoholizado, mi mamá también se había alcoholizado, y yo acepté la ayuda porque pensé que ese era el camino para poder pedirle perdón a mi abuela porque se me fue las manos, o sea pasaron dos años, entonces yo dije ‘este es el punto para poderla recuperar, puedo tener un encuentro con mi abuela”, pero las cosas no pasaron como esperaba y en ese anhelado encuentro con quien la cuidó durante años su corazón tuvo que enfrentar un gran dolor: su abuela tenía Alzheimer y no la reconoció. “No le pude pedir perdón ni le pude dar las gracias”, aseguró.
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Una y otra vez intentó rehabilitarse
Aunque tuvo varios intentos de rehabilitación, la adicción siempre le ganaba la partida y regresaba, no al mismo punto, sino a uno peor.
En una de las clínicas de rehabilitación, se enamoró de un panameño, otro alcohólico, y se fueron juntos a vivir a Ciudad de Panamá. Duraron muy poco tiempo sobrios y ella incluso terminó en la cárcel, luego de que “me cogieran entrando a la olla, borracha, drogada y manejando sin documentos”, pues tenía la visa de turista vencida.
Más adelante, ya en Colombia a donde llegó deportada, sufrió una sobredosis severa que la dejó convulsionando durante horas sin que nadie la auxiliara. “Yo por eso creo en Dios, yo siento que soy un milagro total”. Por otro lado, su expareja falleció hace 6 años, y según ella, “murió borracho”.
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Sus ángeles en la calle
Carolina Uribe Lobo-Guerrero recuerda con cariño a dos habitantes de calle, Boris y Muelas, quienes se convirtieron en su único apoyo durante los momentos más oscuros de su adicción. En especial, agradece a Boris, a quien atribuye que “me salvó la vida”.
Tras haber tocado fondo varias veces, con varios intentos fallidos, Carolina logró mantenerse sobria durante más de 13 años. Hoy vive un día a la vez y repitiendo el mantra: "Solo por hoy, pase lo que pase, no me meto un pase".
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