Silvestre Francisco es impulsivo, parrandero, dicharachero, pero también es sensible hasta las lágrimas. Llora al hablar de sus padres y sus hijos. Confiesa ser mujeriego y gustarle bastante el trago, como buen guajiro.
Cuando era un niño vendió empanadas en la tienda de su padre, a quien llaman ‘el Palomo’, en el Terminal de Transportes de Valledupar. Se fue a Bogotá en busca de la música y de su madre.
Silvestre recuerda su aventura para entrar al mercado estadounidense. “Cuando me fui a Miami, yo le dije a mi mánager: ‘dame tres años y si la cosa no funciona me regreso’. Antes de los tres años ya tenía ‘Materialista’ sonando por allá”.
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