Jhon Anderson Hurtado salió de Buenaventura cuando era un niño, pero ya arrastraba con él la pobreza, las malas compañías y el vicio que se lo fue llevando hasta que terminó con tres tiros en la espalda y tendido en una cama para siempre. Vive desde hace 10 años en un hospital y no es el mismo de antes. Una tablet y un talento que nunca supo que tenía lo impulsan con coraje para seguir viviendo.
A Jhon Anderson Hurtado ahora cualquier esfuerzo le cuesta el doble, hasta respirar, el día que nos conocimos estaba nervioso entendible él es mejor con las palabras. “Recuerdo muy bien de almorzar bagre, limonada, lo tengo todo muy claro. Una vez que terminé me fui a una esquina donde solíamos reunirnos todos ahí para hablar con otros paisanos, cinco minutos después mientras departíamos ahí, hablando y fumando noté una expresión como de alerta, de asombro, en alguien que estaba frente a mí un paisano. No alcancé ni siquiera a girar la cabeza y con el rabillo del ojo ya vi que la persona estaba prácticamente halando el gatillo. Caí, me levanté, avancé unos tres, cuatro pasos largos y me cayó el del cuello que fue el que me dejó así cuadripléjico”.
Ese último disparo fue como si una daga le hubiera cortado el cuerpo de un solo tajo del cuello para abajo. Ese joven que escapó de Buenaventura porque no andaba metido en nada bueno quedó postrado cuadripléjico en una cama de hospital inmóvil para siempre, pero sus ganas de vivir se fueron convirtiendo en una fuerza vital tan grande que a pesar de todo se volvió escrito escritor. “Cuando me desperté ya habían pasado creo que un par de días, pero no era consciente de nada, no sabía que no podía mover las manos, que no podía mover las piernas, que ni siquiera las sentías. Pasaron los 15 días, pasó el mes, me colocaron más aparatos, traqueostomía, tuvo que pasar un año para entender un poquito más sobre la gravedad de la lesión”.
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Se le ve el dolor en la mirada, la frustración, la impotencia, pasa sus días con sus noches desde entonces en algún hospital, está viviendo ahora en el de Engativá, en Bogotá. Anderson lleva 10 años inmóvil. Después de asimilar su realidad, que tomó muchas lágrimas y mucho tiempo, la parálisis lo impulsó para adelante. Tuvo un renacer y ha cambiado tanto como el sufrimiento que ha tenido que soportar. “Una vez que nos toca vivir este tipo de situaciones se nos presentan dos caminos que es el de echarse a la pena o decidir seguir adelante y yo he decidido seguir, decidí dejar a un lado el rencor, todo resentimiento, odio, porque no me va bien en estas condiciones”.
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Pero como respirar no es lo mismo que vivir, Anderson decidió que iba a hacer algo con su vida, si había sobrevivido era para algo y tenía la fortuna de tener la cabeza intacta, terminó el bachillerato de forma virtual y también desde ahí, desde la cama de un hospital, un buen día se encendió una luz de esperanza: una tabla de salvación.
“Recuerdo mucho mi terapeuta ocupacional, Kelly, me dijo que por medio de esto puede hacer otras cosas más que ponerse a ver vídeos, películas, puede ponerse a leer, escribir, y lo primero que hizo fue descargarme un libro de Dan Brown ‘Ángeles y demonios’…A partir de entonces empecé a escribir porque me dije si este man pudo escribir una novela ¿por qué yo no?”. ‘Tunda’ es su primera novela, cada una de las 108 páginas las escribió con la boca, con un lápiz que mueve muy hábilmente, empuja letra por letra y va armando las frases, los párrafos y los capítulos agarrado de esa tablet, su tabla de salvación.