Doris Suárez siempre ha sido una mujer de armas tomar, se unió muy joven a las FARC, pasó tres décadas en sus filas y terminó en la cárcel, hasta que con el acuerdo de paz salió en libertad y ya de civil junto con otros antiguos compañeros de lucha emprendieron otro camino o mejor otra trocha. Los Informantes brindó con ella y como no podía ser de otra manera, celebraron la nueva vida en la legalidad con una cerveza que sabe a paz y a reconciliación.
“Ahora se le dice mamerto a cualquier persona que tenga ideas de centro izquierda, yo soy mamerta, yo no creo que merezca un tiro por esa vaina”. No se guarda nada, es tan frontera que sus palabras pueden parecer incómodas, incluso provocadoras, pero no, todo lo contrario. Después de más de media vida entre el monte y la cárcel, lo único que quiere esta mamerta de alma y corazón es estar en paz, vivir y que la dejen vivir y brindar con una cerveza bien fría incluso con aquellos que algún día fueron sus peores enemigos.
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“Con quién le gustaría hacer un brindis de paz? Con la señora Bertha, la que fue muy afectada por El Nogal porque se afectó directamente por nosotros. Ha sanado y ha sanado con el lenguaje, o sea, a mí me parece que las víctimas son las personas más generosas y brindar con ellas que son las directamente afectadas me parece bello”. No es lo mismo ser mamerto o izquierdoso que ser guerrillero y Doris ha sido las dos: mamerta y guerrillera. Militó durante tres décadas en las filas de las FARC, el grupo armado que durante más de 50 años cometió entre muchísimos otros, el atentado del Club del Nogal que dejó un saldo sangriento de 36 muertos y más de 200 heridos.
Dice que hoy es otra, después de firmar el Acuerdo de Paz con el que ella y otros 13 mil compañeros suyos dejaron las armas no quiere saber nada de la guerra. “¿Qué es lo más jodido de la guerra? Tener que utilizar las armas para eliminar a tu adversario, tenemos que aprender que si tu piensas de una manera diferente a la mía tenemos que aprender a argumentar, a discutir y a respetarnos así yo sea una mamerta y no te gusten los mamertos”.
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En la ciudad firmó partes de las milicias urbanas de las FARC, cuidó enfermos organizó, reuniones clandestinas, repartió propaganda, luego en las montañas de Colombia patrulló día y noche, prestó guardia, cocinó para la tropa y cargó orgullosa su fusil y lo disparó como todos sus compañeros. “Para nosotros los que íbamos de la ciudad era muy difícil el monte, yo me pegué mil caídas, las caminadas son muy difíciles, en la noche con equipo, con fusil, con fornitura, a veces cargando ollas, tú llegar de unas caminatas larguísimas y llegar y que te tocara la guardia en plena lluvia, pues eso era jodidísimo”.