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En 1969, en una cueva de Pasca, Cundinamarca, muy lejos de la famosa laguna de Guatavita, se descubrió uno de los tesoros precolombinos más valiosos de Colombia: la balsa muisca. Esta pieza, que reposa en el Museo del Oro, es una de las más destacadas de la colección, tanto por su historia como por la destreza técnica que se necesitó para su fabricación.
María Alicia Uribe, arqueóloga y directora del Museo del Oro, señala: “La balsa se descubre en 1969, en Pasca, muy lejos de Guatavita, en un lugar mágico también en un paisaje precioso, muy impresionante”.
El descubrimiento de la balsa muisca fue inesperado. Cruz María de Dimaté, un campesino que estaba con su hijo caminando a las afueras de Pasca, perdió a su perro y terminaron hallando un tesoro de gran valor cultural para la Nación.
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Juan Pablo Quintero, curador y arqueólogo del Museo del Oro, contó: “Cruz María de Dimaté, el campesino que estaba con su hijo caminando a las afueras de Pasca, se les pierde el perro y buscando el perro terminan más o menos como acampando en una cueva similar a esta y es donde se encuentran el conjunto frente que compone la balsa”.
Muchos colombianos creen erróneamente que la balsa fue encontrada en la laguna de Guatavita. Esta confusión se debe al mito del Dorado y la ceremonia del Dorado.
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Juan Pablo Quintero explicó: “La ceremonia del Dorado se refiere a todas estas primeras versiones que hubo sobre el cacique en la laguna de Guatavita que se llenaba de polvo de oro, se iba al centro de la laguna en una balsa con otros caciques y hacían todo tipo de ofrendas en la mitad de la laguna”. Sin embargo, el lugar de la ceremonia y el lugar del hallazgo de la balsa son distintos.
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Después del hallazgo, Cruz María de Dimaté compartió su descubrimiento con sus hermanos Miguel y Erasmo González. Estos acudieron al párroco de Pasca de la época, el padre Jaime Hincapié Santamaría, quien estudió en Estados Unidos y había construido una pequeña colección de piezas arqueológicas.
María del Tránsito Soacha Mora, asistente del padre Hincapié, recordó: “Al padre lo único que le interesaba era que la pieza se salvara. Si no es por el padre, la pieza la sacan del país, la funden o se pierde”.
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Para salvar la balsa, el padre Hincapié llamó a Luis Barriga, el director del Museo del Oro de ese entonces. Después de siete reuniones, se acordó que el banco pagaría entre 180.000 y 200.000 pesos de la época por la balsa a los campesinos. Sin embargo, Cruz María de Dimaté no quedó contento con la negociación que hicieron sus hermanos medios. En el año 2000, Dimaté se llevó el secreto de su frustración a la tumba.
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Cruz María de Dimaté no es el único campesino en Colombia que se ha sentido robado al encontrarse una de estas piezas. Este es uno de los grandes problemas que heredamos de los españoles: la leyenda del Dorado y su fiebre por el oro.
El Museo del Oro decidió cambiar la sala de la balsa muisca para que esté acompañada por los otros objetos que estaban en la cueva. Esta decisión busca ofrecer una visión más completa del contexto en el que se encontró la balsa y resaltar la importancia de las ofrendas muiscas.
La balsa muisca es un recordatorio de la riqueza cultural de Colombia y de la importancia de preservar nuestro patrimonio.