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Cabezote Los Informantes

Infancia robada: los niños que atraviesan el Tapón del Darién tras el sueño americano

Mientras el mundo observa con preocupación, el Tapón del Darién se ha convertido en un infierno de esperanza y desesperación. La aterradora cifra de niños que lo cruzan se ha multiplicado por cinco.

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En promedio, cada minuto dos migrantes entran al Tapón del Darién , la única ruta terrestre que conecta Suramérica con Estados Unidos. Son ríos de gente atravesando la selva, pero el número de niños cruzando se multiplicó por 5, más de 88.000 menores arriesgaron su vida como los cuatro hijos de Armantina Pimentel. Los Informantes se internó en el Darién, se los encontró en el camino y los acompañó a Bajo Chiquito, un pueblo panameño en medio de la nada al que los migrantes llegan como muertos en vida, después de caminar por días en medio de la selva.

“Yo me imagino los Estados Unidos muy bonito, con mucha gente buena, amable, un colegio, estudiando ahí. Mi sueño es ser marinero, esa es la carrera que yo voy a tomar”. Junior tiene 8 años, lleva la cuenta de cada uno de los 13 días que le tomó llegar hasta aquí desde Perú junto a su mamá y sus hermanos, Alan de dos años, Lía de cinco y Bania de 10, aferrados al sueño americano. Se internaron en uno de los lugares más inhóspitos de la Tierra: el Tapón del Darién.

Decidí venirme con ellos, les pido disculpo a mis hijos por hacerle pasar esto, pero yo tampoco lo pensé, es una travesía que como dice nos va a quedar de recuerdo a los cinco porque es algo que uno no le desea a nadie, ni pasar por eso, porque como hice uno viene por un sueño americano. Yo traía comida, traía dinero y hay personas que saben que muchos buscan un futuro mejor, pero no piensan y simplemente actúan”.

Centenares de migrantes salen de la selva por aquí, deshidratados, exhaustos, embarrados y al límite de sus fuerzas, no hay palabras para describir lo que se ve en este lugar. “Sí escuchaba por el Facebook, por internet y la gente decía que era difícil, pero hay veces uno dice hay que vivir uno su propia aventura”. Me encontré con ellos en medio de la selva, en el último tramo de su cuarto día en el Darién. Se levantaron a las 4:30 a.m. para caminar durante 12 horas cada jornada, guiándose por bolsas plásticas verdes y azules que marcan la ruta. “Me lo traje a él cargado y a ella de una mano y ellos dos adelante de mí”.

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Comiendo una vez al día, rociando un repelente para serpientes antes de acampar en la selva, rezando porque el río no creciera en medio de la noche, quizá para proteger a sus hijos de tanta adversidad, su mamá los convenció de que todo esto era un juego. “Cuando había piedras resbaladizas pensaba que era un tobogán y me deslizaba. Cuando subíamos, pensaba que era una escalera y lo subía y cuando bajamos me tenía que arrastrar por el tobogán y cuando llegábamos arriba tenía que nadar, eso también me lo tomé como un juego”.

Cruzar la selva del Darién no es un juego, hay mil historias sobre este lugar, pero hay que verlo para entender que ninguna lo describe realmente, es el infierno. Un infierno al que cada vez entran más niños, un infierno que ocurre frente a la vista del mundo entero y que nadie pareciera capaz de contener. El año pasado en el lado panameño de esta selva murieron 140 migrantes, al menos el 10% eran niños.

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