Hay pocas penas más aterradoras y polémicas que la pena de muerte. A algunos les parece justa y ejemplar; a otros desmedida, peligrosa y criminal. Un debate que vuelve a revivirse con tanto crimen desatado, la historia de dos mujeres, unidas por el corredor de la muerte: una como testigo de cientos de ejecuciones y la otra como esposa de un condenado a muerte.
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Así como existen pocos trabajos más ingratos que ser testigo de la ejecución de la pena capital no hay un amor más doloroso que el de alguien casado con un condenado a muerte. En Colombia está prohibida en la Constitución, pero en Estados Unidos, la practican en casi la mitad de los estados y hay 122 que cuentan los días, de 35 nacionalidades distintas, al parecer dos de ellos colombianos. El final es tan triste que los condenados en Texas, por ejemplo, perdieron hasta el derecho de escoger su última comida o a despedirse rezando en compañía de un cura.