Su nombre de pila es María Alexandra Marín, pero es más conocida ahora como Alexa Rochi, el nombre artístico que se puso después de cambiar el sonido de un tiro por el de un obturador, pues dejo de apuntarle a un objetivo militar para apuntar a un objetivo fotográfico. Ella vivió en el conflicto armado siendo guerrillera de las FARC, pero hoy en vez de un fusil en sus manos, dedica su vida a la fotografía. Y cuando le preguntan qué significa para ella la imagen y tener una cámara en sus manos dice que es algo que “le cambio la vida”.
Hoy, trabaja en el Palacio de Nariño y es fotógrafa de la Presidencia de la República, pero hace poco era una persona diferente. Rochi hizo parte de las FARC durante más de 10 años. Nació en Tuluá, en Valle del Cauca, rodeada de conflicto. Tiene 33 años, pero recuerda que su infancia fue dura, su familia vivía del rebusque, ella era la menor de siete hermanos y también, la única niña de la familia. Dentro de sus sueños era lograr la independencia, trabajar y soñaba tener el poder de una mujer con uniforme, pero no el uniforme que tuvo sino el de ser una policía.
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“Recuerdo mucho ver muy bonitas a las femeninas, como le llamarían dentro de la policía, verlas con fusil y con uniforme, como la imponencia, me gustaba mucho eso. Pero la vida dio vueltas y termine varios años en la guerrilla”, señaló a Los Informantes.
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Cuando amenazaron a su padre, como otros comerciales en Tuluá, era todavía una niña, y por ello, mencionó que lo confundieron con algún colaborador de ese grupo guerrillero, por lo que salieron de inmediato del municipio. Llegaron a San Vicente del Caguán, en Caquetá, a la casa de unos amigos de su familia, sin conocimiento, no sabían que se dirigía una de las zonas rojas de la violencia y con más presencia de las FARC.
“Cuando llegamos allá nos encontramos al Mono Jojoy, mi mamá habla con él, le cuenta la situación en la que habíamos llegado. Recuerdo que el Mono me carga y dice usted que habla y le digo, es que nosotros vivíamos al pie de la policía y ustedes no son policías. Y le dije mamá me está cargando el malo. Pero él me dijo usted y yo vamos a hacer buenos amigos”, aseguró Alexa Rochi, tal vez un suceso premonitorio de su vida.
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Pasaron muchos años hasta que esa niña empezó a entender que era lo que hacían estas personas, entre ello, estaba en auge el narcotráfico y se empezó a dar cuenta como la guerrilla convocaba reuniones, comercializaban cocaína y generaban un poder absoluto de la comunidad. Después de un tiempo, su familia se devolvió a su natal ciudad y ahí tomo la decisión de formar parte de las FARC, pero como un método de escape regresó al Caguán tras un acoso sexual por parte de su padre.
“Yo dijo no quiero terminar en la prostitución, no quiero terminar en el mundo de las drogas y dije me voy. Ya las FARC conocía a mi familia, me conocían y no lo dude. No puedo estar donde me han maltratado y donde no han creído en mí y me fui”, relató.
Dentro de tantas vivencias en el monte aseguró que se adaptó maso menos a la vida, cocinó para la tropa, aunque nunca lo había hecho antes, hizo cursos de primeros auxilios, patrulló las montañas del sur de Colombia y aprendió de ametralladoras. Pasó 11 años en las filas de las FARC, trabajaba de la mano de Liliana, una comandante aficionada a la fotografía, y fue con ella con quien aprendió todo sobre el arte fotográfico.
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En 2013, las negociaciones de los diálogos y acuerdo de paz estaban apenas instalándose, Alexa entró a un curso de propaganda para formar parte de las comunicaciones de la guerrilla, pero lo que le cambiaria el rumbo de la vida fue la muerte de su amiga Rocío, una comandante con la que compartió durante su tiempo en el grupo paramilitar y en honor a ella, se puso el apellido Rochi.
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Desde entonces se dedicó a documentar la vida guerrillera, el pasatiempo de cada uno de ellos, las vivencias, los campamentos, conferencias y también en los diálogos de paz, básicamente, lo que empezó fue a registrar un archivo de memoria, como una especie de biógrafa de la rutina en la guerrilla.
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Una vez firmada la paz, Alexa trabajó con el secretariado del partido político de los ex-FARC, pero retomar su vida civil en la ciudad de Bogotá, después de tanto tiempo en el monte, se le dificultó. Pese a que sabía que dejar las armas no iba hacer fácil tampoco la reincorporación a la vida civil y a su libertad, pero lo logró, pues aseguró que no volvería a esa vida pasada, aunque agradece que por todo lo vivido está feliz con su nueva versión.
Ahora, hace parte del grupo de camarógrafos de la presidencia al lado de Gobierno de Gustavo Petro. Además, sacó su primer libro ‘Disparos x disparos’ un documento que relata lo indispensable para entender el conflicto y sobre todo el post conflicto. Un texto lleno de testimonios gráficos de una mujer que decidió dejar en alto su historia digna de que sí se puede cambiar la vida y radicalmente.