Enseñar en zonas rurales en Colombia es un reto enorme; mala paga, grandes distancias, zonas complicadísimas y la deserción escolar es muy alta. Muchas veces los niños prefieren o tienen que trabajar antes que ir al colegio, pero en el Huila, hay una escuela que supo enganchar a los niños de tal forma que hasta cuesta trabajo que se vayan para la casa y tienen razones para quedarse. Los Informantes estuvo en clases en la mejor escuela del mundo y no, no es ninguna exageración.
En lo más profundo de las montañas del Huila, existe una pequeña escuela campesina que fue escogida como la mejor del mundo. Aunque lo parezca, la historia de la Institución Educativa Montessori, sede San Francisco, de Pitalito, no es ningún cuento de hadas ni de fantasía, es la historia de un grupo de maestros y alumnos que, con mucho trabajo, dedicación, disciplina y un talento como ninguno, lograron cambiar su futuro con un proyecto casi tan grande como el tamaño de sus sueños.
“Yo primero entré a un colegio que queda por aquí cerquita. Ese me fue ayudando a desarrollar algunas habilidades, pero cuando entré a este, es un colegio que no solo hacía que los estudiantes escucharan, sino que los estudiantes hablaran, contaran su pensamiento, su perspectiva”, comenta Thomás Arango Chavarro, quien acaba de cumplir 13 años, está en octavo y es un niño extrovertido. Sin embargo, no siempre fue así para este joven estudiante quien padeció bullying en otro colegio.
A las 4:50 a.m., Tomás recorre casi 10 kilómetros en bicicleta acompañado por Maribel, su mamá, el camino es largo y peligroso, pero ni el frío ni los camiones que pasan a pocos centímetros, le apagan las ganas de estudiar. “Este proyecto de hecho me ayudó bastante, porque este proyecto me incentivó a hablar, entonces los profesores también han sido un apoyo grandísimo”, afirmó el menor.
Además de español, química, matemáticas y sociales, los estudiantes reciben una clase muy particular llamada Café Lab, una materia que hace única a la escuela creada por Ramón Majé Floriano, un profesor de matemáticas de 39 años, hijo de un maestro de obra y una ama de casa. Sus clases van mucho más allá de los números y las ecuaciones, de las sumas y las restas de las fracciones y las variables, son una lección de vida para los 482 estudiantes de la escuela, quien han crecido en su mayoría en fincas cafeteras y quienes ahora son un ejemplo para el mundo.
El profe Ramón, cómo le dicen en el colegio, aplicó las matemáticas a la vida cotidiana y como los números, según él, lo explican todo, logró comprender el universo de sus estudiantes para hacerlos entender con la práctica que todo eso que aprendían en las clases servía para solucionar problemas reales.
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Esta idea al principio parecía descabella, pero el docente Jorge Andrés Lizcano le creyó y apoyó. “Hubo algo que me cautivó y es que podía estar haciendo que los niños aprendieran haciendo cosas, dejamos de pensar en qué debemos enseñar para pensar qué es lo que el estudiante necesita aprender”, relata Lizano.
Esta innovadora apuesta educativa ya suma más de 34 reconocimientos nacionales e internacionales, pero sin duda, el más significativo ha sido el World’s Best School Prize, el premio a los mejores colegios del mundo, en la categoría de acción ambiental.
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“El mensaje para los niños entonces a nivel general es atreverse a soñar y que busquen soluciones, porque la idea no es romantizar la carencia, sino buscar una libertad de pensamiento realmente”, afirma el docente Ramón.