María Oliva Pérez y sus tres hijos, Yeraldín, de 10 años, Yan Carlos, de 12 y María Alexandra, de 14, se perdieron en el Amazonas una experiencia que les dejó cicatrices imborrables en la piel y en el alma. Con cada paso que daban se alejaban de la civilización. Estuvieron gritando durante los primeros cinco días para que alguien los rescatara.
Fueron varios los días de incertidumbre, el hambre llegó a provocarles alucinaciones y el cansancio se apoderaba de sus cuerpos. Además, poco a poco sus hijos más pequeños se debilitaban. Tomaban agua de la que encontraran por el camino para poder sobrevivir.
Pasaban los días, sus cuerpos tenían heridas y la esperanza se perdía. “Yo a veces soñaba que mi mamá me estaba dando comida en la boca, y que yo abría la boca para recibir comida, y me despertaba y nada”, expresó Yan Carlos, el hijo de Pérez.
Muchas veces María tuvo que soportar el dolor que sentía física y emocionalmente. “Sentíamos menos fuerza, nos íbamos adelgazando más. Nos sentábamos a descansar y ya no descansábamos 10 o 15 minutos, sino que era 1 hora o hasta más y para arrancar de ahí era terrible, nada más de pensar que teníamos que seguir caminando y sin saber hasta dónde”, mencionó María Oliva Pérez a Los Informantes.
“Miré que nunca tuve el pensamiento de decir que ellos estaban muertos. A mí me daba muy duro y mucho miedo de saber que de pronto ellos estaban muertos, pensaba en otra cosa”, aseguró Alexander Parra, padre de los pequeños.
Pese al sufrimiento, un milagro se asomaba ante sus ojos. En la madrugada del 24 de enero de 2020, Teddy Hernández, un pescador, salió en su canoa como todos los días por un río en los confines de la Amazonía peruana y, en medio del silencio, en la oscuridad los vio. “Cuando yo los vi, en mi mente dije, esos son demonios que a veces se aparecen”, afirmó, pese a eso se acercó.
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Él fue quien los rescató y se convirtió en ese ángel que se les apareció en el camino. “Estaban acabados, pálidos, flaquitos, entonces nosotros con ese cuidado para montarlos al bote y darles lo que nosotros llevábamos en ese momento, unas panelas, unos pancitos”, afirmó Hernández.
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Tras 37 días perdidos, María y sus hijos tenían leishmaniasis, gusanos en varias partes del cuerpo y desnutrición severa. A Yan Carlos, su hijo menor, de acuerdo con el testimonio de Silvio Pérez, enfermero de la comunidad indígena, le quedaban pocas horas de vida si no recibía atención inmediata. Hoy, solo queda el recuerdo amargo de unas noches aterradoras en la madre selva.