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“Si se secara ese río, sería un cementerio”: la guerra que no se detiene pese al coronavirus

“Si se secara ese río, sería un cementerio”: la guerra que no se detiene pese al coronavirus

Los grupos armados en el país no dan tregua con sus actos violentos. Asesinatos, enfrentamientos y narcotráfico continúan imponiendo su propia ley.

En el Cauca la dinámica del conflicto armado que están soportando las comunidades en medio de la cuarentena tiene dos ejes: la disputa por el territorio que permite la salida al pacífico colombiano entre las disidencias y el ELN, y el dominio de cultivos de coca, en el sur de Argelia, y de marihuana, en la parte norte de la alta montaña.

La alerta temprana número 010 la dio la Defensoria del Pueblo el 7 de marzo cuando 268 familias salieron desplazadas de la zona, pero los delitos continuaron.

El martes 14 de abril un grupo numeroso de disidentes entró a la zona rural de Argelia, Valle del Cauca, buscando puerta a puerta a reinsertados de las FARC y líderes de la zona.

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El miércoles 15 de abril, en zona rural de ese mismo municipio se enfrentaron los disidentes con Fuerza Especiales del Ejército y ocho miembros del grupo ilegal murieron .

Cuatro días después, el domingo 19 de abril, durante 10 horas se realizó una operación de rescate humanitario coordinada por el Ejercito y la Defensoría para salvar a ocho líderes amenazados en el cañón de San Juan de Micay.

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“La fuerza pública dispuso de un helicóptero, bajamos con con el general Hoyos a rescatar esas personas y para nosotros fue muy emocionante cuando nos encontramos con ellos”, contó Rosy Jair Lemos, defensor regional del pueblo.

Ese mismo domingo se captó el último registró que se tiene de los disidentes de las FARC reunidos en el cementerio despidiendo, a punta de plomo, a uno de sus cabecillas.

Este lunes, durante toda la tarde, la confrontación armada continuó sobre la cadena montañosa de Corinto, en Cauca.

Esta guerra escondida sigue dejando muertos en el río San Juan de Micay. Lemos contó que incluso “lo han denominado el río de las mil almas porque continuamente bajan cuerpos por esa zona. Alguien nos decía en el territorio, cuando lo visitamos hace aproximadamente dos meses, que si se secara ese río eso sería un cementerio por la cantidad de personas que yacen allí”.

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Es un circuito de caminos, trochas y rios que después de la firma de los acuerdos de paz sigue siendo azotado por la guerra.

Un líder social ha sido asesinado cada 64 horas durante la pandemia

 

Un informe de la unidad de investigación y acusación de la JEP reveló que entre el 25 de marzo y el 9 de abril ocurrió un asesinato cada dos días y medio, en total fueron seis crímenes en ese tiempo. Asimismo, tres reinsertados fueron víctimas mortales del Clan del Golfo y disidencias de las FARC.

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Otro hecho preocupante que se evidenció tiene que ver con las amenazas a la comunidad, las cuales aumentaron considerablemente en medio de la cuarentena, incluso en localidades como Ciudad Bolívar, en Bogotá.

Estos grupos al margen de la ley aprovecharon las circunstancias excepcionales de la pandemia del coronavirus  para legitimarse entre la población civil y darse una autoridad de facto sobre la vida de las personas.

“Muchos de estos grupos están sacando panfletos y diciéndole a la gente que se imponga su propia ley, es decir que tratan de demostrar que son ellos y no el Estado los que controlan el territorio y establecen unas dictaduras”, explicó Camilo González, director de Indepaz.

La JEP también encontró que aumentaron los enfrentamientos entre el Ejército y los grupos ilegales en medio de la erradicación de cultivos ilícitos, que tampoco se ha detenido.

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Para González esto impone un triple confinamiento pues "no solamente está el virus, sino también están los grupos armados ilegales y ahora llegaron el Ejército y la Policía a hacer erradicación”.

Entre las actividades ilegales, también se encontró la lucha por dominar territorios y rutas del narcotráfico, sobre todo en el sur del país.

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Iglesia apela a la misericordia en medio de la pandemia

 

Monseñor Luis José Rueda, obispo de Popayán, apeló a la misericordia ya que, en sus palabras, es la que transforma al mundo y pidió un cese de actividades a todos los que conforman la cadena de producción del narcotrafico.

“Este contexto del COVID-19 nos hace pensar que la vida vale más que el dinero y que entonces es necesario encontrar caminos de felicidad sin guerra, sin dolor, sin narcotráfico”, fueron las palabras del obispo.

Sin embargo, el investigador y analista Néstor Rosanía señaló que “los eslabones de la cadena de la droga están compactos, desde el cultivo, los laboratorios y los puertos de salida al mar. Esto hace que sea muy seguro para los narcotraficantes y mucho más rentable”.

Lo peor, aseguró Rosanía, es que el mundo se quedo en pausa pero ellos siguieron sus actividades como si nada ocurriera.

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Desde la Armada dicen que tampoco estan de brazos cruzados y en medio de la emergencia sanitaria tambien han impactado a las bandas criminales del pacífico colombiano.

Aunque los actores de esta guerra hagan oidos sordos, la Iglesia católica insiste en llamar a la cordura para que, en palabra de monseñor José Saúl Grisales, Obispo de Ipiales, “desistan de esta actividad que denigra la dignidad humana, que nos esclaviza y que ha dañado tantas vidas”.

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En la Comisión de la Verdad, que también ha hecho insistentes llamados, apoyan la iniciativa de los obispos.

El padre Carlos Alberto Correa, vicario apostólico de Guapi, también clamó por la concordia y pidió que “todos los hombres y mujeres que militan en estos grupos de crimen organizado y narcotráfico sepan enmendar y reconocer su error, sabiendo que son caminos de muerte que han hecho tanto daño a nuestra región”.

El llamado humanitario continúa en estos pueblos que han sufrido mucho y no merece otro flagelo, pues es más que suficiente con la incertidumbre que hoy vive el mudo entero.

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