Puerto Berrío, el pueblo que durante décadas adoptó a los muertos ajenos que trajo el río Magdalena, hoy se prepara para despedirlos. En las últimas dos semanas, la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas, en el trabajo forense más grande que ha hecho desde que fue creada, ha exhumado casi cien cuerpos no identificados del cementerio La Dolorosa.
Las palabras de Luz Marina Monzón, directora de la Unidad de Búsqueda, creada con el acuerdo de paz para buscar a los desaparecidos del conflicto, resumen una historia de más de cincuenta años que estaría a punto de concluir con el traslado de los cuerpos:
Que hoy vengamos a decir que nos vamos a llevar los cuerpos para poder determinar si realmente corresponden a una persona desaparecida es algo que rompe con una tradición que debemos respetar, incluir y consultar. Y por eso en este momento la búsqueda o las acciones humanitarias no solo se están orientando a abordar el cementerio sino también a abordar a quienes han adoptado estos cuerpos, pero también a los familiares que los buscan
Muchos habitantes de Puerto Berrío creen que las víctimas sin nombre de la guerra del Magdalena Medio hacen milagros. Una de ellas es Margarita Rojas. “Ayer cuando esa misa, esa despedida tan bonita que se les hizo le parte el alma a uno, a uno de aquí le parte el alma porque son como nuestros hijos”, dice.
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La directora Monzón explica que “así como la gente ha visto bajar los cuerpos de 1958 ha ido generando un relacionamiento con esos cuerpos, y ese relacionamiento tiene que ver con que hay personas que llevan muchos años, muchas décadas teniendo un vínculo de fe, de confianza y de protección con estos cuerpos, que los han cuidado por esta razón”.
Desde mediados del siglo pasado, los habitantes de Puerto Berrío empezaron a ver el rastro de la barbarie en el río Magdalena. Cientos de personas asesinadas eran arrojadas a la corriente por guerrilleros, paramilitares, narcos. Asesinos que pretendían que el agua borrara para siempre la existencia de sus víctimas. Pero en el pueblo, los pescadores y los habitantes comunes se acostumbraron a rescatar esos cuerpos.
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“Por eso en términos de verdad es muy importante descubrir de qué manera estos cuerpos que están aquí llegaron a través del río”, dice Monzón. Aunque muchos cementerios colombianos están llenos de cuerpos no identificados, en el pabellón de caridad del cementerio la dolorosa ocurrió algo único. Los devotos adoptaron a los muertos desconocidos, les dieron un nombre, los acogieron como si fueran sus seres queridos. En una especie de resistencia al olvido que pretenden imponer los asesinos, los NN se convirtieron en “los escogidos”.
“Cuando se escogía un NN se pintaba la bóveda, se organizaba, se arreglaba y les ponían “escogido”, para que la gente ya supiera que estaba “escogido” y no lo escogiera otra persona”, explica Margarita Rojas.
Cada adoptante aprendió a relacionarse a su manera con su muerto: unos les cuentan su vida, los tratan como a sus confidentes, otros los lloran como a sus propios hijos. Y la mayoría les piden milagros. En el 2000, Margarita Rojas le pidió a su escogido que el asesinato de su hijo no quedara impune. “Ese día, tenía dos días mi hijo de matado y fui y me le paré allá al pie, y le dije: yo nunca te he pedido nada sino que siempre he venido a rezarte. Pero hoy si te voy a pedir un favor, yo llorando, llorando. Yo no quiero que la muerte de mi hijo quede impune”.
Carmen Rúa, por su parte, le pidió ayuda con sus penurias económicas: “Un día cualquiera tuve una situación económica. Y yo vine y le pedí, y le prometí que si él me concedía lo que estaba pidiendo yo me comprometía a sacarlo a un osario. Eso hice, apenas yo empecé a ver resultados de él, yo empecé a pagar el osario”.
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Los adoptantes se convirtieron casi que en los únicos guardadores de la historia de sus escogidos. Es decir, a la larga pueden ser claves en la tarea de averiguar su pasado que han asumido entidades como la unidad de búsqueda. Margarita Rojas recuerda cuando recuperaron a su escogido. “Cuando lo sacaron del río él ya no tenía cuerito, cabello, ya estaba muy deteriorado, lo trajeron en bolsas, y que lo habían metido ahí, pero que era un hombre. No tenía ni papeles ni nada, no tenía nada”.
En tantos años de relación con sus escogidos incluso se han imaginado el pasado que tuvieron antes de que sus asesinos les quitaran la vida y el nombre. “Yo decidí ponerle NN José, fue el nombre que se me vino. Yo me imagino que sería algún labriego, algún campesino, persona que laborara por allá en una finca”, cuenta Carmen Rúa.
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Pero los adoptantes tienen una contracara. Los huérfanos, las viudas, los familiares que buscan a sus seres queridos con la esperanza de encontrarlos allí, entre los escogidos del cementerio La Dolorosa. Como Diana Patricia Gutiérrez, quien cuenta: “La desaparición de mi hermano fue como en el 91 o 92. Él tenía 9 años cuando se fue de la casa porque la mamá lo había castigado. En esa otra finca llega la guerrilla y se lo lleva, lo recluta. Con el pasar de los años, mi hermano tenía 18 años, le informan a mi mamá que viniera y mirara que el hijo de ella estaba asesinado”.
A Diana Gutiérrez le dijeron que el cuerpo de su hermano había sido enterrado entre los no identificados de Puerto Berrío. “Ya después alguien me dijo, '¿quiere ver dónde quedaron los NN?', y yo vine al cementerio y me dijeron vea, entre estos está su hermano, no sé cuál es”.
Puerto Berrío es uno de los enclaves principales del Magdalena Medio, una región que padeció a varios de los peores patrones de la guerra, como Pablo Escobar o Ramón Isaza. Además, es un puerto geográfico clave en Antioquia, el departamento con más desaparecidos del país. Casi todos los puertoberreños son víctimas del conflicto. Muchas de las personas que han adoptado a los no identificados entienden el dolor de quienes los buscan, porque también lo han sufrido en su propia carne.
“Yo tengo dos hijos muertos aquí. El uno me lo mataron en el 2000 y el otro tiene cinco años de habérmelo matado. Pero bueno, gloria a Dios aquí están, aquí están. Pero aquellas mamás que no tienen la dicha de enterrar a sus hijos. Yo no comía, yo no dormía, yo no hacía sino llorar, ahora dígame esas madres que saben que sus hijos salieron y que nunca más han vuelto”, dice Margarita Rojas.
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Los cuerpos recuperados de La Dolorosa serán llevados a los laboratorios de Medicina Legal, donde los forenses intentarán descubrir su identidad y así encontrar a sus dolientes.
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“El regalo más grande para uno como víctima, como familia, que pueda encontrar al ser querido. Así sea un huesito, así sea una manito, un dedito, pero que pueda decir, esto era mi hermano y le voy a dar cristiana sepultura”, dice Diana Gutiérrez.
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Carmen Rúa asegura que le duele que se lleven a su escogido, pero sabe que es la única forma de que la familia que lo está buscando pueda tener algo de paz: “Que nosotros los adoptamos, es verdad. Pero no es de nuestra sangre. Hay una madre, un hermano, un padre que sufre día y noche. ¿Dónde estará? ¿Estará con vida?”
Las exhumaciones del cementerio La Dolorosa pueden ser el punto de partida para responder preguntas como las que hace Carmen Rúa:¿quiénes fueron los escogidos de Puerto Berrío? Las respuestas podrían aliviar el dolor de decenas de familias que nunca más supieron de sus seres queridos.