Una serie de coincidencias desafortunadas y de hechos criminales unieron el destino de tres familias en una desgracia. En menos de una hora, el pasado 25 de julio, la rutina de un lunes normal se trastocó repentinamente para tres jóvenes que terminaron asesinados. Todo apunta a que se trató de un falso positivo ejecutado por miembros de la Policía que hoy tiene a Chochó, un corregimiento de 7.000 habitantes en Sucre, hundido en el abatimiento. Y que dejó a Luz María Mercado, mamá de Carlos Ibáñez, con el alma rota.
“Yo me he sentido triste, deprimida y eso yo no tengo un momento que no me acuerde de mi hijo, y yo lloro para desahogarme, porque una madre, nadie, quién le recupera la vida de un hijo a una mamá”. Mientras, Jessica Sierra, la hermana de Jesús David Díaz, pide explicaciones: “Nosotros venimos siendo víctimas de la violencia, venimos desplazados del Carmen de Bolívar, Macayepo, y ahora venimos a ser víctimas del Estado. No encontramos una justificación. Son tantas preguntas que yo no le encuentro respuesta” Y Carlos Arévalo, papá de José, exige la reivindicación del nombre de los asesinados: “que el nombre de mi hijo, y de todo el pueblo chochoano quede limpio”.
La cadena de hechos que terminó en la desgracia comenzó en Sampués, a 10 kilómetros de Chochó. En la tarde de ese lunes, sicarios del Clan del Golfo asesinaron al policía Diego Felipe Ruíz. El crimen desató una respuesta operativa de la Policía que desembocó minutos después en Chochó. Sobre las 5 de la tarde, Jesús Díaz, de 18 años, y José Arévalo, de 22, salieron de una esquina aledaña a la casa de Díaz hacia corregimiento vecino de Las Palmas.
Luis Mario Villalobos, el mejor amigo de Jesús, se les iba a unir, pero su madre le pidió que se quedara acompañándola. “Cuando salgo a hacer mercado, por donde está él, él pasa en la moto, con los otros dos amigos, él me mira y se echa a reír. Esa fue la última sonrisa que él me dio”.
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Jesús y José se reunieron en este punto de la carretera a Las Palmas, a tres kilómetros de Chochó, con un grupo de jóvenes que solía llegar allí a practicar Stunt, un entretenimiento que consiste en hacer trucos con las motos. “Allá se encuentran con unos amigos y se comentan ellos que están parando motos en el camino de las Palmas, bueno vamos para allá. Ellos eran muy fanáticos del cilindraje, a esa vaina del 'stunt' ese que le dicen. Y bueno, se fueron. Allá en lo que están allá ellos como que no saben de lo que pasó en Sampués, del asesinato de un policía”, cuenta Carlos Arévalo, el padre de José.
Álvaro Alvear, habitante de Chochó, fue testigo de que los jóvenes estaban allí: “Eran las 5.30 de la tarde, yo venía de Sincelejo rumbo a Chochó y encontré los jóvenes sobre este costado en sus motos y en lo que ellos estaban haciendo, practicando con sus motos y conversando sobre este costado”.
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Para ese momento, la Policía de Sucre había desplegado retenes y operativos por toda la zona, para tratar de ubicar a los asesinos del policía. En ese contexto, un grupo de policías llegaron a Las Palmas, donde estaban reunidos los muchachos. Los testigos cuentan que, temerosos de que les quitaran sus motos, los jóvenes huyeron. “Cuando llegó la policía repartiendo disparos, cinco, seis disparos más o menos, que uno de esos lesionó la rodilla de mi hermano”, explica Jessica, la hermana de Jesús. El joven recibió un balazo en una rodilla.
“Un policía dispara y hiere a uno de los pelados. El hijo mío lo embarca y lo trae aquí a Chochó, donde la mamá y la hermana. La mamá y la hermana dicen: no, no, vamos a llevarlo a la clínica”, cuenta Arévalo.
Tres jóvenes salieron de la casa de Jesús a buscar atención médica... José conducía la moto; Jesús, el herido, iba en el medio, y su hermana Sindy, atrás. Recorrieron esta vía por unos cinco kilómetros hasta que llegaron a la intersección de La Garita, donde se juntan las vías a Sincelejo, Corozal y Sampués. La Policía había montado un retén allí. “Los detienen porque hay un retén. Los golpean, les dicen de todo, les dicen que ellos son los asesinos de lo sucedido en Sampués”, continúa Arévalo.
Sindy Sierra, hermana de Jesús y de Jessica, ha sido clave para reconstruir estos momentos. Se los contó a la Fiscalía porque ella estuvo allí. “Mi hermana dice pues que les pegaban, que les decían palabras obscenas, muy horribles, los maltrataron muy feo. Los acusaban de bandidos porque ellos habían participado de la muerte del policía cuando no es así”, cuenta Jessica Sierra.
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Eran casi las 6 de la tarde y los muchachos estaban detenidos en el retén. Minutos antes, Carlos Ibáñez, mototaxista, había recogido a una mujer en Chochó para llevarla Sincelejo. En esas iba cuando pasó por el retén y vio a Jesús, su vecino y amigo, y a José, doblegados por los policías. Luz María, madre de Ibáñez, asegura que el muchacho “le dijo a la policía que por qué tenían que maltratarlo así. Porque los estaban pateando y eso, y él dijo que por qué. Entonces le dijeron: tú también eres uno de ellos, cómplice, tírate ahí. Y él se tiró ahí”.
Carlos, de 26 años, había prestado servicio en la Policía y conocía cómo debían ser los procedimientos, por eso intervino en defensa de sus vecinos. “Empezó a leerles unos artículos, que la ley tal, eso no estaba permitido. También la Policía le dijo que él era uno de ellos también. Lo mandó a que se tirara al suelo. Ahí empezaron a maltratarlos y todo eso”, dice Sierra.
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Los curiosos que se detuvieron a observar la escena tomaron fotos y grabaron un video que hoy son las piezas claves del caso. Allí se ven a los tres jóvenes con vida, rodeados por la Policía. La institución diría luego que hubo un enfrentamiento con los muchachos, pero en las imágenes se ve claramente que los uniformados controlaban la situación.
Y esa es la pregunta que se escucha en cada esquina de Chochó. Si los detuvieron con vida, ¿por qué aparecieron abaleados en la cabeza y el pecho? Por eso el pueblo sigue consternado por el crimen. Los tres jóvenes eran muy conocidos y queridos. Jesús se iba a graduar este año del colegio.
“Él y yo soñábamos con ser mecánicos. Uno ya se pensaba desarmando un motor los dos juntos. Él me decía: imagínate tú y yo con las manos sucias de grasa, bien sucios todo el día y ya en la noche bien pulidos, bonitos. Era bonito cuando él me decía eso, y recuerdo eso y me da nostalgia porque ya no va a estar al lado mío, ahora voy a seguir solo mi camino”, dice Luis Mario Villalobos, el mejor amigo de Jesús.
José trabajaba como mototaxista y estudiaba en el Sena para ser mecánico. “Un pelado muy alegre, muy querido en el pueblo, muchas amistades que hasta a mí me sorprendía cuando estaba conmigo que todo el mundo pasaba y lo saludaban”, cuenta su padre.
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Carlos Ibáñez también era mototaxista, jugaba fútbol todos los fines de semana y aunque fue Policía, decidió no seguir la carrera de uniformado. “Él no siguió más porque él me dijo que no quería y yo tampoco, porque como estaban matando policías en ese tiempo también. Yo no, niño, yo no quiero porque si tú terminas en esa vaina de policía yo paso estresada, porque yo soy muy nerviosa”, dice su mamá.
En el retén fue la última vez que los vieron con vida. La Policía los subió a una camioneta blanca y, según dicen los testigos, se los llevó por esta vía que conduce a Corozal. El rumor de la captura se regó rápidamente por el pueblo. Las familias se enteraron y comenzaron la desesperada búsqueda de los muchachos.
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“Cuando están en la clínica María Reina, yo llego a las 6:30. Cuando yo pregunto: dónde está mi hermano, quiero ver a mi hermano porque tiene como una lesión en la rodilla. Cuando llego a la clínica me dicen que no porque él está bajo custodia policial, cuando a mí me dicen así pues yo guardo la esperanza de que sí me lo van a dejar ver”.
Sobre las 8 de la noche, las familias se enteraron de los asesinatos. Los llevaron a reconocer los cadáveres. “Encuentro a mi hijo en un sitio, bocarriba, desnudo, con un impacto de bala en la frente, dos impactos de bala en el pecho. Maltratado totalmente”, cuenta Carlos Arévalo.
Rodolfo Contreras, tío de José, también reconoció el cuerpo de su sobrino: “Es desgarrador porque estaba todo golpeado, lo torturaron, le rompieron la boca, tenía esto inflamado (señala la boca) y los impactos en la frente y al lado, cercanos al corazón. Y los maltratos en las manos y en las piernas. Los encontramos desnudos, con bastante pasto seco, como si los hubieran arrastrado y cada momento de eso es doloroso e inolvidable”.
Carmenza, la madre, fue la encargada de reconocer a Jesús. “Mi mamá dice que mi hermano en el momento que lo dejan ver tenía un impacto de bala aquí en el tabique, por aquí cerquita de la nariz. tenía otro por acá (un costado de la frente) tenía como dos en la cabeza, uno en el muslo y uno en el pecho. No entiendo por qué tanto disparo si él llevaba uno en la rodilla”, cuenta Jessica Sierra.
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Mientras en Sincelejo las familias se enteraban de la desgracia, en Chochó, la policía continuaba con la persecución. Entraron a la casa de José. “Cuando llegué aquí ya la Policía había irrumpido aquí en un allanamiento ilegal y habían golpeado y desbaratado el cuarto, como a las 6 de la tarde casi. Andaban buscando armas, rompieron una cómoda, rompieron la cama e hicieron otras cosas. El cuarto desbaratado, los colchones al piso. Un escaparate, las puertas rotas”, asegura el tío del joven.
Para la familia de Carlos Ibáñez comenzó un calvario paralelo. Juan Camilo, de 22 años, hermano de la víctima, se fue a buscar noticias al retén. Su madre cuenta que “lo cogieron allá porque a él le avisaron que el hermano lo tenían ahí detenido, entonces se vino de allá de Sincelejo y se bajó a preguntar por el hermano”. La Policía lo detuvo, y según la denuncia de la familia, lo secuestraron durante un par de horas, lo llevaron a esta vía en el camino a corozal y lo torturaron.
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“A él también lo montaron en la camioneta. Cogieron por la vía a Corozal. Lo golpearon, a él lo golpearon. Llegó como a las 10 de la noche. Él estaba todo golpeado. Tenía unos moretones en la espalda, estaba todo por aquí, tenía esto pelado, y vino en bóxer y su camiseta. Sin nada, no traía las pertenencias de él, todo eso se lo quitaron, el celular, la plata y un bolso que él cargaba”, agrega Luz María Mercado.
Hoy a Juan Camilo prefiere no salir frente las cámaras. Su miedo es evidente. “Lo amenazan y dicen que si él decía lo mataban a él. Ese pelado no quiere casi salir de aquí de la casa, por el miedo”, cuenta la mujer.
Doña Luz María pasó alrededor de cinco horas sin saber nada de sus hijos. Sin saber que uno, al parecer, estaba secuestrado y padecía torturas, y que el otro estaba muerto. “Yo estaba ahí pensando y pidiéndole a Dios que mi hijo regresara y que estuviera sano. Pero yo dije de pronto él está preso y van a investigar y mañana lo sueltan”.
A las 11 de la noche le dieron la noticia. “El hijo mío fue el que me dijo mami, se sentó aquí en las piernas y me dijo: 'mami, tienes que ser fuerte, oíste, a Carlos Alberto lo mataron'. Y ya yo comencé fue a gritar y a llorar”.
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Esa misma noche, el coronel Carlos Correa Rodríguez, entonces comandante de la Policía de Sucre, aseguró que los jóvenes estaban involucrados en el asesinato del patrullero: “Unos sujetos en motocicleta accionan arma de fuego contra la humanidad del Policía, lo hieren, posteriormente fallece y en la reacción de los otros policiales logran herir a estos delincuentes los cuales son interceptados ya mal heridos y posteriormente también fallecen cuando eran trasladados a centro hospitalario”.
El pasado viernes, él y el coronel Benjamín Núñez, comandante operativo de Sucre, fueron retirados de la Policía. Otros seis uniformados fueron relevados de sus cargos mientras se les investiga.
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El pasado jueves fue el último día de la novena de Jesús Díaz. Alrededor de 250 habitantes de Chochó se reunieron esa noche frente a su casa. Decenas de los presentes soltaron el llanto. Los compañeros del grupo de danza de Jesús bailaron una cumbia, y mientras bailaban, lloraban. Diomedes, su padre, se agachó en el suelo y alargó sus brazos sobre una foto de Jesús, como intentando tocar a su hijo última vez.