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Los relatos del horror en Dabeiba

En los próximos días la JEP imputará a una decena de militares como máximos responsables de la barbarie documentada en el cementerio Las Mercedes, donde fueron sepultadas decenas de víctimas de ejecuciones extrajudiciales. Las versiones de dos suboficiales que protagonizaron estos crímenes son espeluznantes.

Los relatos del horror en Dabeiba

Uno de los capítulos más espeluznantes de las ejecuciones extrajudiciales en Colombia se dio en el cementerio Las Mercedes de Dabeiba en Antioquia. Cerca de 80 personas fueron sepultadas en fosas comunes, una sobre otra, sin nombres, cruces o deudos que las reclamaran. La JEP registró 75 hallazgos forenses con restos óseos, logró individualizar 48 cuerpos con sus esqueletos completos e identificar plenamente a 10 víctimas. Y ahora se apresta a imputar a una decena de militares como los máximos responsables de esta barbarie.

“En Dabeiba también se desapareció gente. Con todos los corregimientos y veredas, póngale como 80, 90 personas”. Quien habla es un suboficial del Ejército, cuya identidad protegemos por seguridad, adscrito a la Brigada Móvil 11.

Durante casi 10 horas este uniformado le relató a la JEP la génesis de este fenómeno criminal en pleno corazón del Urabá, la bitácora de esos asesinatos y las alianzas con las autodefensas. Todo empezó, dijo, cuando el mayor Guzmán, comandante del batallón de contraguerrillas 79 al que pertenecía, escogió a un grupo de militares para estas vueltas.

Él nos escogió a los 15 y nos dijo: ‘Este grupo especial lo estoy conformando, lo estoy creando para que ustedes me traigan marihuaneros, rateros, a todo lo que encuentren tarde en la noche, tráiganmelo. Al que no le guste me dice y lo sacamos del grupo, pero no cuente con la suerte de que seguirá vivo’”, contó.

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Según dijo, en 2004 su batallón patrullaba la región junto con un centenar de paramilitares al mando de alias ‘21’ y ‘Chiquito Malo’, este último sucesor de alias ‘Otoniel’ como máximo jefe del Clan del Golfo. De esta manera seleccionaban a sus víctimas en corregimientos y veredas de Urabá, muchos de ellos campesinos engañados para inflar los resultados operacionales de esa unidad militar.

“Mi teniente Suárez nos decía: ‘fulano y fulano, pónganse el civil y váyanse adelante a ver si consiguen un novillo para la tropa’”.

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“Novillo”, así les decían a los seres humanos que volvían sus blancos. Y una vez los conseguían, los entrampaban. Los militares de civil le avisaban a la tropa por radio que iban con ellos y montaban un retén en donde los detenían porque supuestamente tenían antecedentes. Después los mataban y simulaban un combate.

Le avisábamos al grupo especial que salieran en tal lado que nosotros íbamos con un novillo porque todo se hablaba por clave y le decíamos: ‘Llevamos el racimo pa’ la sopa para que bajen y lo corten por ahí donde pasa el patecaucho’

Pronto se descararon. El testigo contó que una vez llegaron de madrugada con los paramilitares a un corregimiento de Ituango en donde había una fiesta seleccionaron a 12 personas, las amordazaron y las subieron a unos carros.

Este suboficial le reportó a su comandante por radio lo siguiente: “Le dije: en camino van 12 ramos de flores para la fiesta que vamos a hacer mañana. ¿Qué hacemos con eso? Y la orden de él fue: ‘Mucho, mucho, mucho, mucho, solamente necesito cuatro ramos de flores porque nada más tengo envolturas para cuatro’. Las envolturas era el armamento”.

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Les pusieron camuflados a esas cuatro personas, pero antes de matarlas hubo dinero sobre la mesa para quien realizara esa ejecución sumaria. “Y mi capitán llevó un millón de pesos para el pago de las cuatro víctimas, a 250 cada víctima. Mandó mi mayor que el que las matara se ganaba un millón de pesos. Fue así como mi teniente Suárez le dieron (sic) bajas a las cuatro personas”.

El Batallón de Contraguerrillas 79 empezó a cobrar notoriedad porque todas las semanas reportaba bajas y combates y sus víctimas fueron cayendo en Mutatá, Currulao, Apartadó y Dabeiba. De acuerdo con el suboficial, en algún momento un teniente y un cabo de ese grupo especial, agobiados por lo que ocurría, le dijeron que iban a confesar sus crímenes y así se lo hicieron saber al mayor Guzmán. Poco después, uno de ellos fue asesinado.

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Como a las 8 de la mañana mi teniente Suárez recibió un disparo en la espalda de parte de mi mayor y nos dijo a mi cabo Perdomo y a mí: ‘Digan cuál es el próximo que va a hablar o que ande con las maricadas que quiera hablar pa’ matarlo, yo lo callo antes de que vaya. Y si no quieren trabajar así, se mueren’

Con esa sentencia a cuestas, sostuvo, el grupo especial siguió contando muertos que eran enterrados en el cementerio Las Mercedes. Pero, antes, eran mostrados como guerrilleros abatidos. Aunque no siempre esa simulación era muy limpia. “Un día mi sargento Capera tuvo que, con una varilla, perforar el suéter de una víctima porque le pegaron los impactos y le colocaron el suéter después”.

El uniformado señaló que el entonces comandante de la Brigada 17, general Luis Alfonso Zapata, enviaba el dinero para ejecutar esos crímenes, comprar material de guerra para simular combates y recursos para sepultar los cuerpos en las mercedes.

“Los ‘paras’ le pagaban a mi general Zapata para que mandara hombres que limpiaran la zona (...) Mi general Zapata mandaba la plata para el pago de bajas. Yo me vine a enterar que el pago de bajas era de 2 millones de pesos por baja y a nosotros lo único que nos daban eran 250 o 500 mil pesos”.

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Noticias Caracol pudo establecer que este general en retiro falleció hace varios años, razón por la cual la JEP no pudo escuchar su versión al respecto. De vuelta al modus operandi utilizado en el cementerio de Dabeiba, el testigo contó que a las víctimas siempre las enterraban de noche y que para ello se le pagaba a la mujer que manejaba la morgue, al sepulturero y a tres jóvenes que cavaban las fosas con él.

En ese momento de la diligencia el militar recordó cómo mataron a las tres primeras personas que enterraron en Las Mercedes. Eran campesinos. “A las 6 de la mañana murieron. Primero los hicieron cambiar el camuflado y después los sentaron. Hasta yo les llevé tinto. Después me fumé un cigarrillo con uno de ellos. Por estar de lambón, digámoslo así, casi me pegan un tiro a mí porque yo estaba sentado al lado de uno de ellos”.

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El magistrado de la JEP le preguntó al suboficial: “¿Qué hablaron entre ustedes dos al fumarse un cigarrillo?”. El testigo señaló: “Me preguntaba quiénes éramos nosotros”. “¿Y usted qué le dijo?”, insistió el jurista. “Que eso no le importaba, que si lo íbamos a matar, y le dije: ‘No sé nada, a mí no me pregunte nada, ya te estoy regalando un cigarrillo y me vas a cuestionar’, fue lo que le dije”.

Los crímenes se fueron multiplicando, así como las fosas en Dabeiba que descubrió la JEP gracias a estas confesiones y a una investigación de casi tres años. Otro suboficial cuya identidad protegemos recordó que la orden era no dejar rastros de estos crímenes.

“Inclusive cuando las otras compañías del batallón daban resultados que sabían que eran muertes extrajudiciales me tocaba pasar todo el día en el anfiteatro ayudando a la señora que hacía la necropsia a verificar de pronto que no hubieran (sic) habido errores. La orden de mi mayor era que verificara que no tuvieran las botas al revés, que si tenían tatuajes por el disparo muy cerca cómo se podía corregir todas esas cosas”, declaró.

Al cementerio Las Mercedes este grupo especial le decía Punto Frío. El primer suboficial recordó otro episodio más y lo narró así de crudamente: “Me llamó mi capitán Romero: ‘Van a llevar dos novillos pa’ Punto Frío para que esté pendiente ahí de la descuartizada y si la carne sale bien o no y pa’ que la distribuya allá mismo’”.

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En su confesión este militar aceptó que le pagaban 500 mil pesos por cada fosa y que de ese monto le entregaba 150 mil pesos al sepulturero. Para no dejar cabos sueltos, añadió, sus superiores ordenaron la muerte de toda la gente que supo de las fosas en Dabeiba, incluido un mototaxista apodado como ‘Banana’ que les ayudaba.

“Mi mayor Prada fue quien ordenó la muerte de la de la morgue, quien ordenó la muerte de ‘Banana’, quien ordenó la muerte del sepulturero y de los tres pelados que hacían los huecos”, dijo.

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Los magistrados de la JEP indagaron si semejante operación criminal contó con la colaboración de otras autoridades en Dabeiba. “¿Los ‘paras’ tenían relación con alguna autoridad para llevar los cuerpos y entregarlos allá para ustedes después hacerlos ver como bajas en combate?”, le preguntó el magistrado. “Sí, claro”, contestó el suboficial. “¿Con quién tenían esa relación los ‘paras’?”, añadió el magistrado. “La Policía, la Alcaldía, eso trabajaban mancomunadamente igual así a como trabajaban con nosotros”, contestó el uniformado.

Por último, el testigo narró que en Urabá alias ‘21’ tenía una finca conocida como “La última lágrima”, donde había un pozo con cocodrilos donde torturaban y asesinaban personas o las obligaban a hablar de posibles guerrilleros.

“Ahí llevaban muchos cuerpos, personas que no querían hablar ahí los cocodrilos se los comían. Esa era la finca ‘La última lágrima’ porque si no hablaba los ‘paras’ los llevaban allá y el mayor les sacaba información. Y si esa información no les servía para nada, él (decía): ‘Los cocodrilos lo hacen hablar’”.

Estos relatos hacen parte del dossier de pruebas que tiene la JEP hoy y que evidencian cómo se usó un cementerio para ocultar decenas de crímenes perpetrados por algunos miembros de la Fuerza Pública. La jurisdicción Especial para la Paz se alista para asignar responsabilidades sobre este capítulo de horror en Dabeiba.

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