Los pájaros de “Cóndores no entierran todos los días”
actuaron en la realidad de los años de la violencia bipartidista en Colombia como lo harían años después los paramilitares de Carlos Castaño en su proyecto criminal contra la izquierda. Es por eso que la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, que ya cumplió cincuenta años, parece una fotografía reciente.
Viajaban en carros azules, sin placas, o en las volquetas de la secretaría de obras públicas. Para ellos no regía el toque de queda que el gobierno impuso todos los días a las siete de la noche. Las carreteras estaban libres para su tránsito y en los retenes nunca eran detenidos.
Pájaros en aquellos tiempos y paramilitares en tiempos mas recientes contaban, de la misma manera, con la bendición de poderosos en el gobierno y en el estamento militar. Esta afirmación la corrobora en su tesis Sebastián Martínez Mena, el bisnieto de León María Lozano. Silenciar voces para mantener el orden, sostiene en su trabajo de grado para optar por el título de politólogo: “Esa forma de hacer violencia, esa política del miedo, la política del Estado, causar temor para mantener el statu quo de la sociedad se mantiene actualmente intacta".
La novela de Álvarez Gardeazábal cuenta una historia que parece repetirse en la era del paramilitarismo. La única diferencia es la víctima.
León María Lozano manejó con el dedo meñique a todo el Valle y se tornó en el jefe de un ejército de enruanados mal encarados, sin disciplina distinta a la del aguardiente, motorizados y con el único ideal de acabar con cuanta cédula liberal encontraran en su camino.
En tiempos mas recientes, los paramilitares, con su ejércitos criminales, llegaban borrachos a los pueblos y masacraban gente con el único ideal de acabar con todo lo que les oliera a guerrilla. Actuaban con la anuencia comprobada de sectores del Estado, hasta el punto de masacrar a la UP, el partido político que nació de los acuerdos de paz con las FARC en el gobierno de Belisario Betancur.
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En la era de "El Cóndor" esa alianza criminal con poderosos era evidente porque compartían el mismo odio. La violencia llegó desde arriba, desde las élites, en la llamada Época de La Violencia. El catedrático Omar Franco lo afirma: "Como lo dijo Alfonso López Pumarejo fue una violencia inducida, vino desde lo alto".
¿Y en estas épocas del paramilitarismo también viene de arriba? se lo preguntamos a Marta Ruiz , una de las comisionadas que trabajo en la construcción del informe final de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, creada en el marco del proceso de paz con las FARC en el gobierno de Juan Manuel Santos. "La historia ha sido que las élites y los gobiernos y el Estado toleran, crean y se amangualan con unos grupos armados ilegales y luego no saben qué hacer con ellos cuando se les crecen. Castaño se explica porque tuvo protección del Ejército, porque lo dejaron hacer", dice la investigadora.
Son las resurrecciones del cóndor: de pájaros a sicarios, de sicarios a paramilitares, de paramilitares a rastrojos, caparros o águilas negras, o como se hagan llamar. O La Inmaculada que siembra el terror en Tuluá.
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A León María le vendieron la idea de que era el salvador de la moral y las costumbres. Lo instrumentalizaron para conservatizar al país, afirma en su tesis de grado Sebastián Martínez, su bisnieto. "Fue víctima y victimario", afirma. En tiempos mas recientes, criminales como Carlos Castaño y Salvatore Mancuso que se creyeron llamados a "refundar la patria", fueron también instrumentalizados por el poder para ganarle la guerra a las guerrillas a cualquier precio, a costa de la vida de miles de colombianos inocentes.
Gustavo Álvarez es contundente en la conclusión: "Ese efecto de enfrentarnos y no ponernos de acuerdo ha sido motivador no solo de las novelas de Gardeazábal sino de la forma como a este país lo organizaron."
Entre 1985 y 2018, según la Comisión de la Verdad, los paramilitares cometieron 205.028 homicidios. Las guerrillas no se quedaron atrás: mataron 122.813 personas. Un alto precio por no ponernos de acuerdo.
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