Kennedy es la localidad con el mayor número de habitantes en Bogotá y es también uno de los sectores con mayor atención de las autoridades por los índices de inseguridad y violencia, que aumentaron producto de disputas entre bandas en las que delinquen colombianos y migrantes.
“Nos tienen amenazados a los dueños de casa, a los inquilinos, ya ni para arrendar se puede porque a la gente le da miedo vivir en el sector”, señala un habitante de Kennedy.
Los barrios Patio Bonito, Britalia, el área occidental del Tintal, El Galán, María Paz y los alrededores de Corabastos hacen parte de las denominadas zonas rojas de Kennedy .
Aquí es un secreto a voces la confluencia de narcotráfico, oficinas de cobro, explotación sexual infantil, migración, hurto en todas sus modalidades y otro hecho que también preocupa, pero del que poco se habla: la disputa a sangre y fuego de las organizaciones criminales extranjeras y colombianas por el control del mercado de la droga y el territorio.
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“Ellos tienen una territorialidad en el sector y donde destinan a alguien a vender ahí no puede hacerse nadie más. Y si llega a hacerse, entonces lo matan o lo hieren, pero tiene que irse del sector. Es lo que los grandes jíbaros les ordenan a ellos”, asegura el mismo ciudadano.
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Y como efecto búmeran, con los asesinatos , vienen los ajustes de cuentas y, en medio de toda esta realidad, miles de habitantes que piden a gritos auxilio.
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“Esto está muy peligroso, peligrosísimo aquí para la calle de La Esperanza, les pedimos a las autoridades que defiendan nuestras casitas porque esto está muy peligroso”, señala otro ciudadano mientras graba el paso de una caravana fúnebre.
Kennedy es una de las localidades con más presencia de migración extranjera en Bogotá y una de las razones obedece a que en esta zona se pueden conseguir pagadiarios que van desde los 2.000 a los 5.000 pesos por noche y donde perfectamente se pueden alojar hasta 15 personas en una habitación.
Otro factor está relacionado con la ubicación de Corabastos como nicho de trabajo informal para esta población.
Esta presencia masiva precisamente ha cambiado de alguna manera la caracterización de los delitos y su modo de ejecución, que desde aquí irradia para toda la ciudad.
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“Los venezolanos llegaron a establecer una moda: vamos a matar. Atracan y matan, mientras el colombiano atraca, por mucho una puñalada, deja vivo. El venezolano está mandando mensajes fuertes y es así como han hecho control territorial en la localidad”, dice Leonel Corredor, líder de Kennedy.
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“Vaya un colombiano a meterse allí, o se tiene que hacer amigo y seguir las reglas del venezolano o no hay cabida para que usted trabaje en esto”, explica otro habitante del sector.
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Para expertos, todo este fenómeno está relacionado con una nueva manera de operar en término de gobernanza criminal en los territorios.
“Son esas estructuras las que han construido unas reglas de juego paralelas y subterráneas a las del Estado, y eso no es nada más ni nada menos que una verdadera amenaza no solo a la seguridad ciudadana, sino a la seguridad nacional”, indica César Niño, profesor de la Universidad de La Salle.
La utilización de migrantes en delitos obedece a que, por un lado, exigen menos dinero y, por otro, su judicialización se hace compleja debido a su estatus migratorio irregular.
Pero las autoridades advierten que la ciudad aún no ha experimentado un crimen organizado de unas bandas que incluso son de las más temidas en América Latina. La situación no es fácil y los delincuentes colombianos están sacando provecho.
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“Está pasando lastimosamente que los criminales colombianos están haciéndose pasar por otras nacionalidades y esto obedece, entre otras, a dos dimensiones: una, dilatar los procesos de investigación y judicialización, y, dos, por supuesto, estigmatizar y generar una zozobra frente a otra nacionalidad que no es la colombiana”, afirma Niño.
La comunidad asegura que, por ejemplo, la venta de alucinógenos se lleva a cabo como si estuviera realizando una actividad lícita.
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“Ya de noche, pasan diciendo, ofrecen como ofrecer un tinto, como ofrecer una aromática, ya es ‘bareta, bareta, bareta’”, comenta un habitante de Kennedy.
La presencia de la Policía en la zona es evidente, pero, según expertos, el ingreso de droga, al igual que las armas a Bogotá y hacia esta localidad, se hace en vehículos cárnicos que por medida de salud pública no se pueden abrir para no violar su cadena de frío y esto complica los controles de las autoridades.
El panorama no es fácil y el reto es gigantesco. Quizás como nunca antes, la ciudad atraviesa por uno de los perores momentos en materia de inseguridad y los bogotanos reclaman acciones urgentes.