En la mitad de la selva peruana, a orillas del río más caudaloso de la tierra, el viejo mundo instaló un pequeño reflejo suyo. Con azulejos traídos de Europa se levantó la ciudad de Iquitos, el pueblo que es un vestigio de lo que fue la fiebre del caucho, misma que fue inmortalizada por José Eustasio Rivera en La vorágine, obra que cumple 100 años.
Iquitos cuenta con 84 casas que son declaradas como patrimonio de Perú. Estas viviendas narran en silencio la forma en la que se levantó una ciudad que tuvo locomotora y que vio la luz antes de que a Lima, capital de ese país, la iluminara el primer bombillo.
Los excéntricos millonarios empresarios de esa época levantaron sus mansiones sobre botellas de perfumes y de cerveza, pues, en aquel momento, en Iquitos no existía piedra o concreto para hacer los cimientos de las edificaciones.
Sobre esos cimientos de vidrio tallado se convirtieron mansiones como la casa Morey, el hotel Palace, la casa Cohen, la casa Irapay y decenas de edificios que hoy son majestuosos palacetes que se han convertido en diferentes espacios.
En aquel momento, de Iquitos salían barcos cargados con bolas de goma y llegaban naves repletas desde Europa. Levantar una casa y comprar barcos eran los fetiches del cauchero, sus formas de demostrar poder y dinero.