El 18 de marzo de 2005, en la vereda Llano Gordo del municipio de Mutatá, en Antioquia, fue asesinado el subteniente Jesús Javier Suárez Caro, de apenas 26 años. Hasta julio pasado, la verdad oficial del Ejército era que había muerto en combates con la guerrilla de las FARC. Sin embargo, la Jurisdicción Especial para la Paz desmontó esa mentira que hizo carrera durante 17 largos años y estableció que los verdaderos responsables de ese crimen fueron sus propios compañeros del Batallón de Contraguerrillas 79.
“Mi hijo, él muere porque no iba con los falsos positivos, se lo dijo varias veces a su comandante mayor Guzmán Ramírez David y se lo hizo saber a sus subalternos. Yo en la muerte de mi hijo no voy a culpar ni al soldado, ni al suboficial ni al general. Culpo al Estado, el Estado sabía de eso, el Estado fue el que liquidó a mi hijo”.
A sus 73 años el sargento retirado del Ejército Jesús María Suárez, padre del subteniente asesinado, dice que hoy, por fin, está llegando la calma después de la borrasca. Con tristeza en el alma, pero también con el coraje en la boca del hombre que jamás se rindió en su lucha por encontrar la verdad, accedió a hablar con este noticiero. Según él, el día anterior a su muerte, su hijo le había dicho que sabía que lo iban a matar y que sus verdugos no estaban en el monte sino durmiendo a su lado.
“A él no le gustaba las órdenes presionadas de falsos positivos ni le gustó la forma como trabajaban allá. Entonces me dijo: ‘Una cosa es la escuela donde le enseñan a uno los derechos humanos y aquí los infringen, papá. El mayor de acá en lugar de ser un consejero lo lleva a uno a la perdición, a cometer lo que nunca enseñaron allá en la escuela”, cuenta Suárez.
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“¿Qué era lo que les enseñaban acaso?”, pregunté. ‘Pues, a matar, a matar’. “¿Eso era lo que les pedían?”, le insistí. “Les pedían litros de sangre y muertos”, dice.
El sargento denunció desde el primer día el montaje de que a su hijo lo habían asesinado las FARC, pero nadie le prestó atención. Fue a la Fiscalía y a la Defensoría. Se gastó la plata que no tenía, viajó hasta Antioquia para reconstruir los últimos pasos de su hijo, les pagó a guías para que lo metieran monte adentro e incluso habló con Darlinson Escobar, exmiembro del frente quinto de las Farc, quien le confirmó que ese 18 de marzo de 2005 no tuvieron combates con el Ejército.
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Mientras él recogía pruebas y aclaraba lo ocurrido, el expediente por el crimen de su hijo seguía acumulando polvo y a merced de las polillas.
“¿Y su hijo alguna vez le dijo a su comandante, a este mayor David guzmán, que él no iba a hacer esas cosas?”, le pregunté al sargento. “Se lo dijo, se lo dijo: ‘Yo no le voy a matar a nadie porque mi papá no fue un matón’”, responde. “¿Usted cree que entonces por eso lo matan a él?”, le insisto. Entonces responde: “Porque no iba con los falsos positivos y mi hijo sabía muchas cosas ilícitas que se estaban llevando ahí. Una de esas es que eso era una empresa criminal, que preparaban a los hombres para matar, los preparaban mandándolos a cursos para que vinieran a hacer los levantamientos y no fuera la Policía”.
El caso terminó en la JEP, que casi dos décadas después les puso rostro a los criminales y concluyó por primera vez desde que opera esa jurisdicción que en el desvarío de la guerra algunos miembros del Ejército no solo se aliaron con los paramilitares y asesinaron a civiles, sino que también llegaron al extremo de matar a uno de sus hombres para encubrir esa barbarie.
La JEP señaló en su investigación: “(Jesús Javier) Suárez Caro fue víctima de muerte violenta a traición causada por sus propias tropas (...) Uno de los propósitos de esta muerte fue generar terror en el seno del BCG 79 e intimidar a quienes quisieran oponerse o desvincularse de la empresa criminal”.
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El soldado Levis Contreras entregó relatos muy crudos a la justicia sobre este episodio. De acuerdo con él, los falsos positivos del Batallón de Contraguerrillas 79 tenían muy agobiado al subteniente Suárez, quien dijo que iba a denunciar lo que ocurría y quien, además, horas antes de morir encaró a su comandante, el entonces mayor David Guzmán Ramírez.
“Como a las 8 de la mañana mi teniente Suárez recibió un disparo en la espalda de parte de mi mayor (Guzmán Ramírez), y nos dijo a mi cabo Perdomo y a mí: ‘Digan cuál es el próximo que va a hablar o que ande con las maricadas que quiera hablar pa matarlo, yo lo callo antes de que vaya. Y si no quieren trabajar así, se mueren. Y el que se ponga de ‘hablón’ se muere, les hago inteligencia a ustedes y a sus familias y los mato uno por uno”, relató el testigo en referencia al hoy oficial en retiro.
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El testigo confesó que hay muchas otras víctimas del mayor Guzmán enterradas en esa zona de Dabeiba y Mutatá en Antioquia, que Guzmán trabaja en llave con las autodefensas y que su alias era El Tigre. Además, dijo que supo de otro militar que en esa época prefirió quitarse la vida antes que seguir presenciando los crímenes contra civiles.
“Trabajábamos bajo presión, no era porque nos gustaba, sino trabajamos con esa presión, con ese miedo de que nos fueran a matar”, contó el soldado Levis Contreras. Y añadió: “Hubo un muchacho, no me acuerdo el apellido, pero sé que era del Guanía. Él prefirió ahorcarse antes que seguir en el grupo especial porque no resistió tantas cosas y él decía que él entró al Ejército no a hacer esas cosas sino a luchar por un bien”.
A pesar de las abundantes pruebas en su contra y de los testimonios de sus propios subalternos en la región, David Guzmán Ramírez, quien llegó al grado de coronel, se declaró inocente ante la JEP.
“Nunca me presté para tener contactos ilegales con personas. Allá nunca ningún paramilitar fue a tener contacto conmigo o a hablar conmigo. Nunca. La verdad saldrá a flote. Si hubiera estado en mis manos evitar cualquier acto ilícito lo hubiera hecho, no me hubiera temblado la mano para solicitar una investigación al que sea”, declaró ante la justicia. Su versión sencilla es que sus hombres lo engañaron porque él siempre planeó operaciones legítimas.
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No obstante, la justicia llegó a conclusiones muy distintas sobre su responsabilidad en la cadena de crímenes de su batallón, sus alianzas con la mafia y el asesinato del subteniente Suárez Caro.
“El señor Guzmán Ramírez fue un motor visible y ostensible del plan macrocriminal que él mismo condujo, perfeccionó y ajustó durante su tiempo como comandante de batallón. Fue ejecutor clave de los primeros hechos en Ituango y Dabeiba y planeó y ejecutó la muerte del subteniente Jesús Javier Suárez Caro para dar ejemplo ante la tropa de lo que sucedía a quienes quisieran abandonar el plan criminal”, sostuvo la JEP en la imputación de responsabilidades que hizo el pasado 11 de julio, donde acusó a 10 altos mandos militares, incluido a Guzmán Ramírez, en estos hechos.
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Stiward Eduardo Ramos, abogado de la familia Suárez, asegura que durante años este caso estuvo en la impunidad y que fue la JEP la que desenterró la verdad. “Hay versiones de guerrilleros que dan cuenta de que en ese lugar de Dabeiba en Llano Gordo no hubo combates ese día y efectivamente que la muerte del subteniente fue por miembros de la misma tropa”.
“¿Es decir, le montaron una celada sus propios compañeros para asesinarlo?”, lo interrogo. “Podríamos decir una celada y frente a eso podríamos determinarlo claramente como la simulación de un combate”, me contesta.
¿Pero, fue el subteniente Suárez Caro ajeno a estas prácticas criminales del Batallón de Contraguerrillas 79? La JEP reseñó en la investigación que hombres bajo su mando perpetraron delitos. Su padre, sin embargo, dice de forma categórica: “Si mi hijo se ensució las manos en algún momento no fue porque él lo quiso, fue presionado por sus superiores”.
Más allá de esa situación, lo cierto es que la muerte del subteniente Suárez refinó los métodos del batallón de contraguerrillas, garantizó el silencio de todos sus hombres que se llenaron de miedo, multiplicó los crímenes y convirtió al cementerio las mercedes de Dabeiba en Antioquia en epicentro de una operación de ocultamiento de todo tipo de violencias oficiales.
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“El Ejército mataba porque recibía órdenes”, dice el sargento Suárez.
Además, recordó que cuando asesinaron a su hijo en 2005, él vivía en Yopal, Casanare, y que, apesadumbrado, fue en ese momento a la Brigada 16 para hablar con el general Henry William Torres Escalante con el fin de pedirle que el Ejército le rindiera honores militares al subteniente. Su respuesta, sin embargo, lo dejó frío.
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“Que mi hijo moría por ser traidor, me lo dijo el (entonces) coronel Torres Escalante William, que estaba allá en Yopal. Yo fui y le pedí que me ayudara para los honores del féretro porque los militares tienen derecho y me dijo: “No, su hijo es un traidor”.
“¿Y ese general le dijo a usted que su hijo era un traidor? ¿Y usted qué le dijo?”, le pregunto al sargento en retiro. “Pues qué le iba yo a decir si era la máxima autoridad ahí en la brigada. Y hoy en día lo veo llorar, lo veo llorar, y yo le he escrito mensajes: “¿Por qué llora, general? Si usted hizo lo que hizo, responda”.
Hace apenas tres semanas el general Torres Escalante, junto con otra veintena de militares, fue señalado por la JEP de haber permitido más de 300 ejecuciones extrajudiciales en Casanare.
Hoy el Sargento Suárez respira más tranquilo. Sabe que la muerte de su hijo no será una más en la pila de impunidades arrumadas en Colombia.
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En todo caso, como un altar, en su casa están las fotos que le recuerdan a diario la niñez tranquila de Jesús Javier, el abrazo fraternal con su hermano, su ingreso al Ejército y, al final, cómo le entregaron su cuerpo después de ese crimen a mansalva.