Mientras miles de ciudadanos se refugian en sus viviendas huyéndole al coronavirus, otro mal avanza por las selvas de la Amazonía: la deforestación.
Al inmenso tapete verde tejido por tupidas selvas le han salido rodetes y pequeños zarpazos que, poco a poco, se convierten en sabanas.
Rodrigo Botero, director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS) sostiene que, durante el confinamiento por la pandemia, la deforestación no se ha detenido
A Botero le preocupan especialmente las carreteras que en tiempos de guerra fueron abiertas por las desmovilizadas FARC, pero aún siguen apareciendo como un puñal que penetran en la selva. Para él, es un serio indicio de un proceso depredador en marcha.
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Por su parte, Diego Trujillo, procurador delegado para asuntos agrarios y ambientales, señala que el problema va más allá de la tala de árboles.
“El hecho de que el territorio haya sido el objeto del conflicto también lo convierte en el botín de guerra y, luego de la firma del proceso de paz, tanto como el Ejército como las fuerzas insurgentes que abandonaron ese territorio permitieron que economías ilegales quisieran quedarse con una zona que, en Colombia, al no haber información catastral del suelo rural, es aprovechado de manera violenta”.
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Recurren a prácticas perversas como quemar la selva, arrasar con santuarios ecológicos con el fin de que pierdan su característica de reserva forestal y luego iniciar su explotación.
“Viene un inicio de legalización de esas tierras con actividades como ganadería extensiva o monocultivos que también empiezan a tener rentabilidad para financiarse en esa Colombia profunda, devastada, y luego cuando ya la tiene la categoría de protección que podía tener un territorio, viene un proceso de licenciamiento y cambio de uso que pueden terminar en minería legal o ilegal”, dice el procurador.
Los monitores que realiza la FCDS muestran en el avance de la deforestación en el arco amazónico, un cinturón rojo que empieza en Cartagena del Chaira, se desplaza por San Vicente del Caguán, La Macarena y San José del Guaviare. Inmensas praderas donde hoy ya pastan miles de cabezas de ganado.
Pero no es el único problema, pues Rodrigo también da cuenta de plantaciones de palma y eucalipto en el oriente del Guaviare. En donde antes había selva, hoy se aprecian extensas zonas de cultivos.
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“El punto final de esta discusión es que la Nación quiere recuperar esas tierras que se han apropiado ilegalmente. Esas tierras son patrimonio público de la Nación, son de todos los colombianos para su mejor uso. Si no tenemos que la capacidad de recuperar ese patrimonio, tendremos una crisis social”, añade el director de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible.
Por lo anterior, el procurador Trujillo propone lo que él denomina como registro público de zonas devastadas en un esfuerzo del Estado por recuperar las tierras robadas a la Nación “identificando los territorios devastados por incendios o por deforestación, una identificación física de ese terreno, y lo llevemos a que el Instituto Geográfico Agustín Codazzi y la Superintendencia de Notariado y Registro tengan un conocimiento pleno de ellos y se constituya un registro único de áreas devastadas para que jueces y fiscales puedan tomar medidas”.
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Autoridad ambiental sin dientes
La precaria respuesta institucional la encarna Corpoamazonía. Son 62 funcionarios, no todos técnicos, los que tienen la responsabilidad de ejercer la vigilancia como autoridad ambiental de más de 22 millones de hectáreas. Sin dientes y con bajo presupuesto hacen lo que pueden, dice Alexander Mejía, director de la corporación.
Mejía es consciente de que en estos territorios manda la ilegalidad y que llegar allí no es fácil porque sencillamente, el Estado no controla el territorio.
“Aún hoy existen unas condiciones bastante difíciles entre las disidencias que no aceptaron el proceso de paz, entre las organizaciones armadas residuales, entre los acaparadores de tierras, que no necesariamente viven aquí, pero dan ordenes muy expresas y los que manejan los cultivos ilícitos dificultan el acceso”, explica.
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Sin embargo, la gente de la región amazónica no se rinde y mientras unos tumban selvas otros siembran vida. Gente que ama su tierra, valora los recursos naturales y, como Quijotes, libran batallas solitarias en esta selva que nos pertenece a todos y que nos convoca para salvarla.