Los cerros de Mavicure, en Guainía, son una maravilla natural que se perfila como uno de los nuevos atractivos turísticos del país. Por eso, las comunidades indígenas que habitan esa zona se preguntan cómo lograr que un eventual boom de visitantes no destruya esa hermosa selva.
Son tres bloques colosales de roca, de hasta 500 metros de altura, ubicados al borde del río Inírida. Tuvieron que pasar miles de millones de años para que las aguas esculpieran estas formaciones que hoy se han convertido en una postal obligatoria del turismo colombiano.
Fernando Carrillo, de la Fundación Biológica Aroma Verde, explica que “los cuerpos de agua y las corrientes han logrado que los sedimentos se acumulen, y esa acumulación de sedimentos han hecho que estos afloramientos rocosos se presenten”.
Marcelino Agapito, guía de la comunidad El Remanso, afirma que “es espectacular vivir aquí al pie de los tres cerros, ver todos los días el paisaje, cada vez que salimos de la casa vemos el cerro, el paisaje, el sonido de la naturaleza”.
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Los cerros de Mavicure empiezan a despuntar como un destino turístico en expansión y eso abre posibilidades económicas para los pueblos indígenas que por siglos han habitado la región, como el Puinabe, El Curripaco, El Kubeo y El Tukano.
Fabio Pérez, guía de la comunidad La Ceiba, precisa que “es una comunidad multiétnica donde habitamos 34 familias, 167 habitantes más o menos, es un resguardo indígena, somos nativos de la región”.
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Ahora, “como comunidad, la idea no es tampoco llenarnos de turistas acá en la zona, es un turismo sostenible donde podemos controlar a todos los visitantes y los lugares que son autorizados para el turismo y protegerlos”, explica Marcelino.
Fernando Carrillo recuerda lo que se ha vivido en Mavicure en años pasados.
“Normalmente lo que ha llegado aquí han sido actividades de carácter extractivo. Empezamos con la extracción de caucho, luego vino la época de las fibras vegetales, luego vino la época de las pieles, luego la época del comercio de la cocaína y hoy encontramos el fenómeno, que es de hace 30 años, la extracción del oro. No se ha hecho en tierra, sino que se ha hecho en balsas sobre los distintos cuerpos de agua”, cuenta.
Y con el turismo teme “que este paisaje, que tiene cobertura vegetal muy sensible, lo empecemos a transformar por montar unas cabañas que no estén bien adecuadas, y como es ahora parte del rebusque, empiecen a transformar el paisaje y se nos vuelva un escenario perdido para la conservación”.
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De momento, no son más de 10.000 los turistas que anualmente vienen a esta zona del Guainía, pero se espera el rápido crecimiento de esos números.
Por eso, el funcionario de la Fundación Biológica Aroma Verde dice que “el turismo tiene que ser un turismo que no deje huella, que permita la conservación de ecosistemas, que permita el desarrollo humano, del talento humano”.
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Las comunidades han empezado a trabajar en proyectos ajustados a su entorno, para que Mavicure no corra el mismo destino de otras joyas naturales que han terminado consumidas.
En la comunidad de La Ceiba, por ejemplo, la Fundación Aroma Verde impulsa la cría de abejas sin aguijón que polinizan el bosque. Hay 189 colmenas y las abejas se desplazan hasta a dos kilómetros de distancia a su alrededor buscando néctar y polen.
La idea es que los turistas contribuyan económicamente a la crianza de las abejas y, de paso, compren la miel para el sustento de las comunidades indígenas.
Alrededor de los cerros de Mavicure habitan anacondas, tigres, venados, picures y decenas de especies de aves que atraen avistadores de todo el mundo. También hay plantas que por siglos han sido utilizadas para curar enfermedades.