Hace siete años murió Ana Cecilia Niño, una periodista que batalló para lograr la ley que prohíbe el asbesto,
que terminó matándola tras provocarle mesotelioma pleural, un cáncer letal producto de la exposición a la fibra en su infancia, en el barrio Pablo Neruda, en Sibaté, Cundinamarca.
“Este fue un barrio de invasión. En su época, cuando yo era muy chiquita, todo fue rellenado con escombros que botaba esta fábrica al barrio, y pues uno en medio de su niñez jugaba en los tubos que dejaban en las calles y jugaba con esa fibrita”, decía ella en vida.
Daniel, Ana e incluso su hija, que solo tenía 3 años en 2017, sabían que la periodista tenía los días contados. Esa semana misma que ella se iba a morir, yo le pregunté que cuándo iba a morirse y mi papá respondió y me dijo ‘pues nadie sabe, el único que sabe es Dios’”, recordó la menor, que ahora tiene 11 años.
Ana Cecilia murió sin ver la ley que llevaría su nombre y que prohibió exportar, producir, comercializar, importar, distribuir cualquier variedad de asbesto o productos elaborados con esta fibra en el territorio nacional.
Villa Ana
Daniel tenía un pacto de amor, tomó las banderas de su esposa y después de cinco años de lucha social y política, logró no solo la ley contra el asbesto, sino que su cruzada por pueblos del país diera como resultado que en diez municipios se prohibiera el uso del asbesto.
Él ahora está cumpliendo uno de sus sueños, creando un espacio de naturaleza en medio de un bosque en las montañas de Boyacá. Es una preciosa villa con el nombre de su esposa, Villa Ana, donde construyó una casita en el árbol autosuficiente a donde llegan visitantes, en especial familias que han perdido sus seres queridos a causa del cáncer, y buscan sanar a través de la ecología profunda.
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Daniel y su hija Ana Sofía realizan terapias de sanación emocional donde estimulan los sentidos de las personas que buscan recargarse de esa armonía que les quitó la lucha desgarradora contra el cáncer.
“Este lugar significa el aire puro. Y básicamente aquí pintamos árboles y son flores, porque Ana siempre dijo que quería ver más flores en este país, más flores en este mundo y menos asbesto. Y la idea es que nosotros podemos hacer ese cambio. Ana dejó un legado y el legado es que busquemos valorar más lo que respiramos y empezar a sustituir todo este asbesto”, comentó Daniel.
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Uno de los beneficiados con Villa Ana es Frank Camelo, quien enviudó hace un año. Su esposa Martha era una mujer saludable de 53 años “y en un diciembre de 2019 el doctor le detecta una bolita en el cuello, prendieron las alarmas. Y de ahí para acá fue cuando se nos dañó todo nuestro caminar”, relató.
Su compañera de vida, mamá de su único hijo, murió a causa de un mesotelioma que la dejó “sin aire, me dejó de caminar de un día para otro, las extremidades izquierdas se le durmieron, terminó sin habla”, dijo.
“Es muy duro tener que llegar a asistir muchas veces a tu mamá, desde suministrarle medicamentos, los anticoagulantes que se inyectaban, hasta cambiarle el pañal”, señaló el hijo de Martha, Frank Junior.
Su padre recuerda con dolor que “dejé todo, dejé de trabajar, todo se acabó. Lo que hicimos en 26 años se acabó”.
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Frank Junior aprendió a conocer el enemigo oculto que atacó sin piedad a su mamá: “Asbesto es igual a muerte, porque así como dañó nuestro hogar, puede dañar el de muchos. Nosotros éramos una familia normal y fue un mal silencioso, un mal que durante años de pronto pudo haberlo tenido y de un momento a otro cambió nuestras vidas”.
Por su parte, Frank padre afirma que la ley contra el asbesto “no la han cumplido. No sabe la gente el dolor que tiene uno cuando tiene un enfermo de asbesto y que llega a una clínica de urgencias y lo ven como la persona normal, sabiendo que hay unos protocolos que dice la ley, que tienen que separarlo rápido, darle una habitación”.
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Obligado por las circunstancias, él defendió la atención de su esposa y así como se convirtió en veedor cívico que hoy integra la Comisión Nacional para la Sustitución del Asbesto. Su tarea es hacer que la ley Ana Cecilia Niño se cumpla “invitando a todas las universidades de Colombia a que hagan una investigación, que se invite a países como España, como Bélgica, como Noruega, que ya tienen una buena educación” sobre el tema.
Para Frank, Daniel ha creado “una cadena que empezó conmigo, y yo le decía a Daniel que ya empezó con otros. Y el final fue pues trágico, pero había un amigo que nos escuchaba y sabía el dolor que estaba pasando, ayudarnos y poder decir qué seguía después de esto, o sea, el antes, como vivieron ellos esto, y ahora él después”.
Y Villa Ana se ha convertido en un pequeño oasis, una burbuja de aire puro en medio de tantos contaminantes en donde “es posible sanar nuestro corazón, es posible sanar esas heridas que llevamos adentro, es posible que ese resentimiento pase a la acción, que es lo que queremos, es generar una mayor conciencia del aire puro que tenemos y, además, sanar ese dolor que viene creándose ya y que se va a crear en los próximos años”, dice Daniel.
Es también el pequeño mundo sanador de Ana Sofía, la que pasados siete años ha crecido con el recuerdo leve de su madre, a quien describe como “muy linda, ella siempre como que a veces era muy fuerte, ella se ponía a veces a jugar conmigo”.
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Para ella “Villa Ana Glamping es para respirar aire puro, porque todo esto está lleno de árboles. Se me hace muy feliz porque estoy con mi papá”.
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