Santiago Arias estuvo en el banco de suplentes. El equipo 'colchonero' no ha perdido desde que se reanudó la liga de España desde la pandemia del coronavirus.
Entre el tedio, el fútbol previsible del Atlético de Madrid y el muro compacto que planteó el Alavés surgió a la hora de partido la frescura, la velocidad y el desborde de Marcos Llorente, el promotor incontestable del triunfo, porque fue objeto de la falta que significó el 1-0 y del penalti que supuso el 2-0, reducido en los instantes finales con otra pena máxima de Joselu (2-1).
El primero lo aprovechó Saúl Ñíguez, a servicio de Trippier, después de que el centrocampista fichado al Real Madrid, hoy más atacante o extremo que otra cosa, hubiera encarado con toda la valentía que le había faltado en 60 minutos a su equipo; el segundo lo transformó Diego Costa, tras otra acción trepidante de Llorente. El derribo en el área provocó debate. El árbitro consideró penalti.
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En dos 'ráfagas' del '14', todo quedó resuelto. Su transcendencia para el equipo es formidable, inimaginable no hace mucho. Es el hombre del momento en el conjunto madrileño. Doble goleador en Anfield, ante Osasuna marcó un tanto y dio dos a sus compañeros y contra el Levante y el Alavés creó dos triunfos esenciales.
Atlético se ha adaptado a la Liga de los cambios, de las rotaciones (este sábado incluyó cinco novedades en su once inicial por las nueve del Alavés) o de las circunstancias, quizá porque su plantilla es mucho mejor que la mayoría, pero también porque ha asumido esta nueva época con una contundencia indudable, aparte del fenómeno Llorente. No hay mejor ejemplo que el 2-1 al Alavés, extremadamente más cuantitativo que cualitativo. Otra vez.
Desde la reanudación de la Liga, los resultados son casi indiscutibles. El temor con el que se fue al parón se ha transformado en una confianza inalterable. Ha ganado los doce últimos puntos en disputa. No lo había hecho en toda esta Liga. Y es tercero, afianzado ahí como está con cuatro puntos de seguridad.
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Otro debate es el juego. Mientras remueve sus alineaciones titulares con una naturalidad, una frescura y una constancia desconocidas hasta ahora en la era Simeone y reafirma su fortaleza defensiva, mantiene esa cansina secuencia con la posesión de la pelota.
En el Wanda Metropolitano, cada partido parece un calco del anterior cuando le visita algún adversario que compite por la permanencia. Hace una semana fue el Valladolid, este sábado el Alavés. Dos rivales de orden, repliegue y contragolpe que invitan al Atlético a un jeroglífico siempre de compleja resolución para él. No se soluciona con la paciencia, sino con un fútbol que hoy por hoy no posee el conjunto rojiblanco. O con una aparición estelar, como la de Llorente.
Antes no hubo vértigo. No se lo permitió el Alavés, que le aguardó en torno a su área, transformada en una zona prohibida, y le conminó a una posesión cansina. Porque ahí el Atlético descubre su lentitud, con especial énfasis en el medio centro: Saúl no arriesga casi nada en el pase, Thomas lo hace por momentos con un margen de error que varía su impacto dependiendo del día y el equipo es demasiado plano.
No cruza apenas líneas -y cuando lo hace el recurso más factible es volver hacia atrás-. Ni desborda, salvo algún momento puntual por un desmarque de Lodi o Trippier por los laterales. Ni intimida. Ni siquiera Joao Félix. No hay paredes, no hay regates, no hay nada que ponga en un verdadero aprieto al oponente que espera resguardado, atento para frustrar cualquier acción diferente a lo preestablecido.
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Era entonces el partido que quería el Alavés. No el que pretendía el Atlético, que sólo surgió ofensivamente de estrategia en el primer tiempo: un cabezazo de Morata y una media chilena de Joao Félix, concentrados además en los primeros compases del choque.
Atlético de nuevo frente a sí mismo, expuesto ante un problema recurrente en su territorio, el mismo que sufrió contra el Valladolid hace una semana; el Alavés reafirmado en su plan, fortalecido en su retaguardia, sin más ánimo atacante que el contragolpe, siempre que las condiciones favorecieran tal recurso, porque la prioridad era evidente: la seguridad defensiva.
Tuvo mérito el conjunto vitoriano, con nueve variaciones, con un debutante de la cantera -Abdellahi- y con un rendimiento compacto, trabajado, sin fisuras, inquebrantable e inalterable para el equipo rojiblanco mientras avanzaban los minutos sin nada de nada por parte del Atlético. Antes de la hora, Simeone apostó por Diego Costa y Marcos Llorente para promover un cambio de paso en el encuentro.
El medio centro, hoy banda derecha o delantero, dependiendo del momento, agitó el duelo en el primer balón. Derribado en el extremo provocó una falta decisiva. Este sábado era el único recurso del Atlético para generar algo más que un despeje contrario. Aún más lo fue entonces, cuando la puso Trippier y la remató Saúl en el 1-0 (m. 59).
La sentencia la propuso también Llorente, que dibujó otra de esas jugadas imparables, inalcanzable en la conducción a toda velocidad, para ser derribado en un penalti discutido. Diego Costa lo transformó en el 2-0. Otro impulso hacia la Liga de Campeones que ni siquiera alteró el 2-1 de Joselu, para añadir inquietud al triunfo.
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