La colombiana Ingrit Valencia, ganadora del oro en el boxeo femenino (50 kilogramos) en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador y Santo Domingo, saca de su mochila su medalla, la tercera en estos eventos, y la muestra con orgullo y ecuanimidad.
Su triunfo sobre la guatemalteca Aylin Jamez del pasado miércoles fue por decisión unánime (5-0), pero su combate principal ya había sido ganada años antes por nocaut.
El país en el que ella creció -con las miradas de desaprobación, motivadas por la misoginia, cuando se colocaba los guantes -ya no es el mismo.
"Ese estigma (el machismo en el deporte de los puños) ya se fue. El boxeo femenino es respetado en Colombia. Nos respetan igual que los hombres (y tenemos) el mismo apoyo, las medallas valen lo mismo", cuenta en entrevista con EFE.
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Esa percepción la ganó con base en golpes de calidad que dejaron atónitos a quienes dudaron de ella.
Su salto a los cuadriláteros internacionales no fue de un día para otro. Su historia personal, contada incluso como parte de una miniserie en la televisión cafetera, ayuda también a explicar su hambre por escribir su nombre en los libros.
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Boxeo como superación
Nacida hace 34 años en una vereda rural en el municipio de Morales (Cauca), en el seno de una familia humilde y campesina, Valencia descubrió el poder de sus puños cuando se defendía de los matones que la molestaron por sus orígenes después de mudarse a los 13 a la ciudad de Cali.
Ella vivió en primera persona la violencia cruda y el sonido de las balas en el barrio periférico de El Retiro, del distrito de Agua Blanca, en el que vivía su madre.
Fue en ese escenario adverso cuando descubrió el poder del deporte para salir adelante: "El boxeo ha sido lo máximo para mí, ha cambiado mi vida en general tanto en lo deportivo como en lo personal todo se lo debo al boxeo".
No solo se conformó con convertirse en la primera pugilista colombiana en representar a su país en unos Juegos Olímpicos, lo hizo en Río 2016 y después en Tokio 2021, sino que regresó con la presea de bronce a casa en Ibagué, capital del departamento del Tolima, situada 200 kilómetros al este de Bogotá.
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Desde ahí todo ha ido para arriba. Su nombre comenzó a hacerse eco en cada rincón de su país y el estigma terminó por diluirse.
"(La mala percepción) es una página que ya pasó gracias al trabajo que hemos venimos haciendo. Esperemos que eso no se pierda (...) hay que aprovecharlo", subrayó a EFE.
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Auge en Colombia
A la boxeadora no le deja de sorprender la cantidad de nuevos talentos que su tierra está dando en el pugilismo femenino. Es una imagen muy distinta a la que vivió cuando se puso los guantes por primera vez y peleaba contra hombres a falta de mujeres en el gimnasio.
"Se le hincha a una el corazón de ver que una niña te diga: 'Yo quiero ser como tú, yo quiero llegar a ser medallista como tú".
De hecho, en estos Juegos Centroamericanos y del Caribe, la delegación colombiana obtuvo tres oros en boxeo. Uno de ellos lo consiguió una muy joven Angie Valdés, de 22 años y actual subcampeona del mundo en la categoría de los 60 kg.
Es por eso que Valencia es consciente del peso que ha tenido su historia.
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"Para mí es un honor ser la pionera del boxeo femenino (...) Hoy en día no soy solo yo, somos seis atletas (en la delegación) y esperamos clasificar a las Olimpiadas. Detrás de nosotras vienen muchas deportistas más", remarca.
A falta de un año para París 2024, Valencia ha dado ya el primer paso el ciclo para volver a luchar por eso que se le negó en Tokio y agrandaría aún más su figura: una segunda medalla olímpica.
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