Falta la sentencia definitiva del Tour de Francia 2022 y los escaladores jugarán sus últimas cartas en una durísima etapa pirenaica, con dos puertos de categoría especial y uno de primera y la meta situada en el mítico Hautacam.
Ya solo quedará la contrarreloj del sábado para darle forma definitiva a la general final de la edición, lo que augura batalla segura en los 143,2 kilómetros entre el santuario mariano de Lourdes y la meta situada a 1.520 metros sobre el nivel del mar.
La jornada, corta, no tiene apenas descanso, con los 60 primeros kilómetros en dientes de sierra, rompepiernas, que no dejan reposo, antes de afrontar los tres colosos.
El Aubisque, otro de los clásicos de los Pirineos y sus 16,4 kilómetros al 7,1 % de desnivel, con la cima situada a 76 kilómetros para la meta, hará labores de desgaste de las fuerzas, pero marca también el inicio de las hostilidades.
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Su descenso, con el Souler en medio, desemboca en el pie del Spandelles, una subida inédita en el Tour, que los organizadores han incluido con la intención de no atravesar el valle que tradicionalmente conduce a Hautacam.
El descubrimiento de Spandelles les dio esta oportunidad y el hecho de que las autoridades locales arreglaran una carretera muy deteriorada acabó por convencer al Tour de que se podía incluir su pendiente en el recorrido de 2020.
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Hasta ahora, Spandelles solo había estado en el trazado de la Ruta del Sur en 2012, pero el asfalto estaba en tan mal estado que se multiplicaron los abandonos, lo que provocó que no fuera una opción para el Tour.
El arreglo del asfalto ha cambiado las cosas y ahora se plantea como una opción interesante para convertir la etapa en un permanente campo de batalla, con sus pendientes que pueden acercarse al 10 % en una carretera estrecha, propicia a las emboscadas.
Sus 14 kilómetros de descenso, que también exigen una atención permanente, desembocan en la subida a Hautacam, el último juez de la montaña en este Tour, una subida legendaria por su dureza.
Son 13,6 kilómetros que comienzan con una carretera estrecha que se va agrandando a medida que se ascienden, hasta que tras los siete primeros, la montaña, en la más pura tradición pirenaica, se convierte en una caprichosa sucesión de pendientes, que tan pronto marcan el 6,8 % como que se sitúan por encima del 11 %.
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Esa combinación sitúa a esta cumbre como un lugar ideal para los ataques, más aun si se tiene en cuenta que las fuerzas estarán contadas tras casi tres semanas de competición y que ya no habrá que guardarse nada porque la montaña ya no tiene más citas.
El terreno es propicio para grandes diferencias en la cima, material suficiente para que la general tenga un nuevo rostro.
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