El Newcastle United decidió en octubre de 2021 vender su alma. Un club histórico, anclado durante años en la gestión del 'rácano' Mikel Ashley, pasó a estar en manos de Arabia Saudí. Una decisión controvertida, que le puso en el punto de mira de asociaciones a favor de los derechos humanos y que colocó al Newcastle como un intento más de lavado de imagen por parte del régimen saudí. Unas polémicas que rápidamente serían tapadas por la inversión y por los éxitos deportivos de las 'Urracas'.
Porque ya no hay preguntas en rueda de prensa a Eddie Howe sobre el dudoso respeto a las libertades en el país saudí, porque se ha aceptado que la selección de Arabia Saudí juegue amistosos en St. James' Park y porque se ve con normalidad que en la tercera equipación del club la temporada pasada predominaran el verde y blanco saudí.
El Newcastle pasó del austero Ashley, que al menos mantuvo al club fuera de las deudas, pero sin éxitos deportivos, a la opulencia de ser considerado el equipo más rico del mundo. Y fue como la noche y el día. Con la contratación de Howe, un técnico que había ascendido al Bournemouth desde la Cuarta división hasta la Premier, y una primera inversión de 130 millones, con fichajes como Kieran Trippier, Bruno Guimaraes y Joe Willock, el club escapó de las posiciones de descenso y comenzó la reconstrucción total.
En el verano de 2022, llegó el gran desembolso, más de 180 millones para reclutar a Aleksander Isak, Anthony Gordon, Sven Botman, Matt Targett y Nick Pope. Los saudíes lo ponían todo para que el club dejara atrás los años de luchar por el descenso y dieran un salto de calidad. Lo que no esperaba nadie es que la mano de Howe, un entrenador excelente, junto a unas incorporaciones bien medidas, alejadas de los gastos sin sentido de otros clubes, llevarían al club a pelear por su primer título en décadas -la Copa de la Liga perdida con el Manchester United- y a clasificarse a la Champions League por delante de clubes como el Tottenham Hotspur, el Chelsea y el Liverpool.
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El objetivo estaba más que conseguido y los aficionados, esos a los que el club tuvo que pedir que dejaran de aparecer en los partidos vestidos de jeques, por respeto a Arabia Saudí, estaban más que contentos, dejando el tema de los derechos humanos definitivamente en un rincón.
La inversión, claro, no frenó. Este verano, el Newcastle fichó a Sandro Tonalli por 64 millones, a Harvey Barnes, por 45, y a Tino Livramento, por 37. Y todo al mismo tiempo que, curiosamente, ha sido de los clubes menos afectados por el éxodo de jugadores a Arabia Saudí. Solo Allan Saint-Maximin se marchó al Al Ahli, por 27 millones.
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Con este grupo, y tras un inicio decepcionante de temporada, con tres puntos de doce posibles, el Newcastle vuelve a la Champions League 20 años después de su última aparición. Para medir lo que ha pasado desde entonces el mejor ejemplo es que el último gol en la competición lo hizo Alan Shearer.
En una Champions que aún contemplaba las dos fases de grupos, el Newcastle pasó la fase previa ante el Zeljo de Sarajevo, antes de perder sus tres primeros encuentros, ante Juventus de Turín, Feyenoord y Dinamo de Kiev, en la primera fase de grupos. La respuesta de los de Bobby Robson, que contaban en sus filas con el ya mencionado Shearer, Jermaine Jenas, Shay Given y Jonathan Woodgate, entre otros, fue ganar los siguientes dos partidos y obtener el pase gracias a un tanto de Craig Bellamy en el descuento del último partido ante el Feyenoord.
El cuento de hadas no duró mucho más. Entre Barcelona e Inter de Milán se encargaron de que el Newcastle no avanzara a los cuartos de final y un gol de Thiago Motta fue el último que St. James' Park presenció con el sonido de la Champions League de fondo.
Tras caer en la previa de la temporada 2003-2004, se sucedieron años de Copa de la UEFA e Intertoto, hasta el dramático descenso al Championship en 2009 que provocó que las 'Urracas' solo pisaran competición europea una vez en 2012 para la Europa League.
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Esa era de sufrimiento bajo el mando de Ashley llegó a su fin y ahora a los aficionados les queda disfrutar de sentirse un grande Inglaterra otra vez. Eso sí, siempre recordando que su dinero procede de un régimen en el que las libertades individuales y los derechos humanos están más que restringidos.