Desde agosto de 2016, el Deportivo Cali no caía en nuestro estadio. Fueron poco más de 345 días sin conocer la derrota, cayó el invicto, cayó el Cali y, para mayor dolor, cayó con la posibilidad enorme, gigante, de salir sin hacerlo porque, de forma increíble, los de Cárdenas y Pautasso tuvieron múltiples opciones de gol, pero, como se ha vuelto costumbre, fue el rival quien las concretó.
Terminás el partido con rabia. La bronca propia de quien sabe que el equipo tiene como liquidar tranquilamente, porque jamás será fácil, a un rival cuyo fútbol y planteamiento, con respeto a su DT y su hinchada, no es fuerte, no es peligroso y mucho menos está para derrotarnos.
Andrés Pérez, Nicolás Benedetti, César Amaya y Kevin Balanta, la enfermería del Cali Salís del partido o apagás la televisión pensando de todo y con la cabeza caliente. ¿Será un tema de táctica y trabajo en la semana? Viejo, cómo es posible que lleguemos muchas veces y no hagamos daño, pero a nosotros nos miran feo y nos convierten. ¿Están bien trabajados los arqueros? ¿Cumple con su labor Eduardo Niño?
El equipo va al frente. Tiene explosión, no constante, pero la tiene. Va y controla el juego, domina las acciones y genera fútbol, cosa que no se vio antes. ¿Y entonces? ¿Lo de Duque es un bache o definitivamente se quedó en la final que perdimos?
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Hay que moverse mejor, hay que llegar mejor ubicado, hay que dibujar y concretar las diagonales. Murillo tampoco es que esté en su mejor momento, pero se nota mucho más metido en el juego que Jefferson. Igual, ninguno de los dos concreta. ¿Se requerirá otro modulo para que esto suceda? ¿Por qué no tratar con Sabbag y/o Amaya?
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Vas y vas adelante. Cada arquero del contrario sale destacado como figura de la cancha, no ves variantes serias en el frente de ataque mientras que el rival atraviesa nuestra línea medular como si fuera su propietario, cómodamente y ni hablar de cuando llega al área porque en ella nuestra confianza es prácticamente nula y el miedo es el rey.
El partido del Deportivo Cali frente al Once Caldas nos dejó la derrota y si bien lo que cuenta a la hora de los balances y posiciones en la tabla son los resultados, esta vez la fría estadística no podrá contar la historia de un Cali al que se le ve algo de mejoría, pero, a mi juicio, sigue lejos de ser un plantel que inspire temor, que de seguridad y que inspire la confianza que reclaman en las románticas ruedas de prensa.
Sé que tenemos con qué, eso no lo dudo. ¿Lo sabrán Héctor Cárdenas y Jorge Pautasso? ¿Lo exigirá el Comité ejecutivo? Los hinchas si, lo sabemos y, aunque no comparto los silbidos a los nuestros y mucho menos los improperios, es cada vez más fuerte la voz de aquellos que exigimos que el equipo de lo que en verdad tiene, que muestre las credenciales y fútbol que nos llevaron a una final sin discusión jugándole brillantemente al que fuera en casa, sin apatía, con deseo, de forma responsable, clara y sin pasos de ciego.
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¿Para qué estamos? Una derrota, por fea, dolorosa e inmerecida que sea, no puede sacarnos de rumbo, de nuestra meta: la décima y, con respeto, cariño y admiración, es hora de mirar para adentro y de corazón, sean directivos, cuerpo técnico, jugadores y sobre todo hinchas, comprometernos a ir por ello o simplemente dar un paso al costado para que, quienes si lo queremos con el alma, lo logremos. Simple.
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Cayó el invicto, sí, pero para recordarnos lo evidente: si no la metemos, no lo ganamos y, una defensa con miedo (incluido el portero) es una invitación al rival.
Al equipo, meterse de lleno en el trabajo, de la cabeza a los pies que nosotros, los que vamos a alentar antes de destruir, los que deseamos lo mejor para el club sin importar la conveniencia política de un mal resultado estaremos ahí con nuestro aliento, desde el alma como siempre, pero sin alcahuetear. El tiempo es cada vez más corto y urgen hechos sobre las palabras, acciones de verdad, resultados que, de comprometernos TODOS, llegarán.
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Vamos Cali.
Nos vemos en el estadio, nos leemos por acá.