Ni una sola ocasión tuvo el Atlético de Madrid en 94 minutos contra el Villarreal, que lo anuló sin remisión, apagado de principio a fin por el detallado y certero plan de Unai Emery, válido para empatar, no para ganar, en el Wanda Metropolitano, escenario de un duelo prácticamente inofensivo.
Empatado de nuevo el equipo rojiblanco, como tantas y tantas veces en los últimos tiempos -por segunda jornada seguida o por novena vez en las 19 citas más recientes que sostiene invicto-, sufrió una pesadilla durante todo el partido de la que sólo despertó cuando el árbitro pitó el final y decretó un asunto previsible: 0-0.
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El personaje principal de tal desconsuelo vestía de amarillo, demostró ser un bloque compacto, casi siempre inabordable, trabajado por Emery hasta la más mínima circunstancia del juego, enfocó a las virtudes locales para dedicar toda su atención y bloquearlas. En suma, el Villarreal ejerció como tantas veces lo hizo el Atlético.
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No había duda de la transcendencia del choque, percibida desde el once titular. El mismo en el Villarreal, con Estupiñan a disposición de Unai Emery; uno muy parecido al tipo en el Atlético, calcado a muchos días de la pasada temporada, si no fuera porque ya dispone en el ataque de Luis Suárez, con apariencia ya de indiscutible.
No hubo mejor evidencia en ese sentido que su medio campo: volvió a la fórmula de Thomas, Saúl y Koke, por mucho que el primer tiempo de los dos primeros en Huesca fue un visible ejercicio lento de incomprensión del partido y de la demarcación que acostumbran, más o menos lo mismo de todo el primer acto este sábado, pero con tres.
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Habrá que ver cuando llegue Lucas Torreira, si es que llega, porque requiere la salida de algún futbolista (Héctor Herrera o Lemar), pero los tres medios han sido y son indudables para Simeone cada vez en intuye un rival y un encuentro de más altura, como el que le propuso el Villarreal.
No le gustó al Atlético. Tan estudiado lo tenía Emery que oscureció sus recursos ofensivos más insistentes: no le permitió una presión alta, tan crucial para él; recubrió las bandas para impedir las subidas de los laterales (Moi Gómez se incrustó como un lateral zurdo más para defender); se replegó cuando el bloque de Simeone diseñó ataque posicional, tan lento como siempre; le invitó al fallo en el pase entre líneas y presionó cada maniobra de Joao Félix.
Ni por la izquierda ni por el medio, desaparecido por el cierre de todas las vías de pase que promovió el Villarreal, entró en juego todo lo que debería el futbolista portugués, muchísimo menos aún en comparación conla primera jornada contra el Granada o el segundo tiempo frente al Huesca. Y ahí sintió un problema el Atlético.
Y él. En ocasiones con más apariencia de extremo izquierdo que de segundo delantero, con ese gesto de frustración que descubre en su rostro -no lo mejoró en sus 75 minutos de duelo- cuando se siente incómodo. Ni siquiera le dejó girar el Villarreal, con una consecuencia evidente para el Atlético: otro atasco monumental que exige más imaginación táctica que la variación de posiciones, sistemas o misiones en función de si es fase defensiva u ofensiva.
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Tampoco se vio a Luis Suárez ni siquiera cerca del área. Tener a un futbolista de su pegada y no darle ninguna ocasión también promueve una reflexión al Atlético. Porque casi siempre se jugó al duelo diseñado por el Villarreal. Sin duda. El ritmo, lento, era el que quería el equipo amarillo. Sus riesgos eran limitados, tanto como su ofensiva, cierto, porque la visibilidad en el horizonte de un contragolpe y un tiro de Mario Gaspar, por mucha estirada, certera, como siempre de Oblak, tampoco bastan para ganar.
Demasiado respeto, excesivo quizás, hasta entonces, para creer en la victoria, aunque en sus filas jugó Gerard Moreno, el mejor de todos en ataque, o Mario Gaspar descubrió otra vía, tapada de nuevo por Oblak en el comienzo del segundo tiempo; demasiado previsible, tremendamente, el Atlético, cuyo apagón fue generalizado, tanto como la impotencia individual que transmitía cada futbolista local, bloqueados por su rival, también por la propia idea de juego.
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Lo más próximo a ocasión rojiblanca en una hora fue un centro cerrado. Ante tal panorama, especialmente tardía fue la reacción de Simeone, que no movió ninguna pieza del 'tablero de ajedrez' hasta el minuto 68, cuando propuso todo el vértigo que faltaba: Diego Costa -por Suárez-, Marcos Llorente y Yannick Carrasco, adentro.
Ni así -luego añadió la sustitución de Joao Félix por Héctor Herrera, debutante en este curso- provocó una sola oportunidad el Atlético, más presente en el campo contrario, más cerca del área y casi igual de plano, insustancial e inofensivo que todo el partido. El 6-1 al Granada es nada más un bonito recuerdo una semana después.