En Tuluá, Valle del Cauca, quedó escrita la historia de un ciudadano ejemplar que se convirtió en jefe de Los Pájaros, una cuadrilla de asesinos que tenía como encargo del gobierno de su tiempo ayudar a imponer un modelo de país. León María lozano, conocido como el Cóndor, es el retrato viejo de una realidad que no cambia.
Así lo confirma el autor de “Cóndores no entierran todos los días” cuando cuenta que un profesor de Stanford aseguró en su tesis de grado que los pájaros de Gardeazábal y los paramilitares de Castaño son lo mismo. “Se forman por reacción”, asegura. El autor explica que primero reaccionaron contra los liberales en la época de La Violencia, cuando mostraron su poder el 9 de abril, y después contra el comunismo en los tiempos de la guerrilla.
Álvarez Gardeazábal convirtió en inmortal la tragedia que vivió su pueblo, Tuluá, hace más de 70 años y cuyo punto de partida fue el magnicidio en Bogotá del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, perpetrado el 9 de abril de 1948. Ese día cambió el destino de León María Lozano. Así lo cuenta la novela.
De ese viernes 9 de abril, Tuluá no quiso grabarse ningún acto de depravación, ni las caras de quienes encabezaban la turba, pero sí elogió y convirtió en una leyenda la descabellada acción de León María Lozano cuando se opuso, con tres hombres armados con carabinas sin munición, un taco de dinamita que llevaba en la mano y una noción de poder que nunca más volvió a perder, a que la turba incendiara el colegio de los salesianos e hiciera con los curas lo mismo que en las otras ciudades y poblados hicieron ese día: que los colgaran de sus partes nobles, les echaran candela a sus sotanas o los hicieran salir desnudos por las calles.
León María era conservador y católico por herencia y por convicción. Vivía muy cerca del lugar donde los salesianos levantaron iglesia y colegio, y se convirtió en uno de los más fieles servidores. Nunca faltó a misa de seis ni dejó de comulgar, cuenta la novela y lo dicen en el municipio quienes lo recuerdan.
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Por su acción del 9 de abril, el Partido Conservador lo elevó a la categoría de héroe y por esa vía le dio los argumentos y las armas para asignarle la infame tarea del exterminio liberal, que él asumió como misión encomendada por Dios porque hasta los curas decían desde el púlpito que matar liberales no era pecado.
En compañía de Hugo Bolívar, integrante del Centro de Historia de Tuluá, recorrimos las calles de la novela y los caminos de la realidad por donde la muerte se asomó tantas veces durante esos años aciagos que sembraron la vida de cruces de liberales asesinados.
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El Puente Blanco o paredón del terror, el Happy Bar, la calle Sarmiento, el Parque Boyacá y muchos otros lugares del municipio y sus alrededores son escenarios de la ficción y de la realidad. Los lugares son marcas del poder que adquirió el Cóndor por encargo de los sectores más radicales del país.
León María Lozano manejó con el dedo meñique a todo el Valle y se tornó en el jefe de un ejército de enruanados mal encarados, sin disciplina distinta a la del aguardiente, motorizados y con el único ideal de acabar con cuanta cédula liberal encontraran en su camino.
Es el origen de una época de terror para Tuluá, el microcosmos de un país en guerra que dejó 200.000 muertos entre 1946 y 1965.