Esparta, dedicada a formar hombres para la guerra, no produjo filósofos ni poetas porque la escritura y la lectura iban en contravía de sus intereses bélicos. Era tan radical la postura que estaba prohibido salir de la ciudad para evitar roces con costumbres ajenas. Los extranjeros tampoco podían ingresar, y menos si eran amantes del pensamiento.
Eso le pasó a Arquíloco de Paros, un poeta soldado, al que le cerraron la puerta porque negaba los códigos del heroísmo y la belleza del guerrero, en versos como estos.
No me gusta el general corpulento o que a zancadas camina / o que presume de rizos o cuida su afeitado. / El mío ha de ser menudo, que en sus canillas se aprecie que es zambo, / plantado firmemente sobre sus pies, lleno de valor.
En las pocas líneas que sobreviven del poeta, es evidente el peligro que representaban sus versos para la mentalidad militar de Esparta. Arquíloco conocía los códigos castrenses a la perfección, lo que le permitía administrar dosis de ironía a sus escritos. Un ejemplo, el fragmento del escudo abandonado.
Algún Sayo se envanece con mi escudo; aquel que, junto a un arbusto, / arma intachable, abandoné mal de mi grado. / Más yo me salvé. ¿Qué me importa aquel escudo? ¡Que se pudra! De nuevo lograré otro no peor.
Contrario a lo que el poeta pregonaba, el espartano que arrojaba el pesado escudo para huir del enemigo no merecía otra cosa que el desprecio. Era tan fuerte el código del honor militar que las madres de los guerreros les decían a sus hijos cuando les entregaban el escudo: “¡Venid con él o sobre él!”. Eso significaba: vencedores o muertos.
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La filóloga española Irene Vallejo, en El Infinito en un junco, su celebrada historia de los libros y las bibliotecas, rindió tributo a Arquíloco asignándole la paternidad en la corriente díscola e irreverente de la escritura.
… le divertía presentarse como antihéroe y ridiculizar con descaro las convenciones.
El poeta, que murió en combate en el 640 a. C., no encontró otro oficio para vivir que no fuera el de la guerra. Aún así, nunca perdió las fuerzas para burlarse de los preceptos de su tiempo que le cantaban a la muerte con más fervor que a la vida.