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Juan Alejandro Amarís, un veterano de guerra que triunfa en el extranjero con la cocina colombiana

Juan Alejandro Amarís, un colombiano que sirvió en la guerra de Irak, perdió los brazos y se quemó más de la mitad del cuerpo en medio de una explosión. Ahora, él triunfa en el mundo con la gastronomía nacional.

Juan Alejandro Amarís perdió los dos brazos y se quemó más de la mitad del cuerpo cuando se encontraba apoyando la guerra de Irak como miembro de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos . Ahora se ha convertido en un ejemplo de superación y triunfa con la cocina colombiana en el exterior.

Luego de graduarse en un colegio militar en Colombia, Juan Alejandro Amarís emigró hacia Estados Unidos, donde decidió enlistarse a las Fuerzas Armadas en el año 2001. Tras completar sus entrenamientos, él y sus compañeros fueron asignados para apoyar la guerra de Irak con el fin de investigar las bases militares y desmantelar los morteros con los que eran atacados.

Con la mentalidad de servir al país, los soldados se encaminaron hacia la guerra y se instalaron en una base militar donde, con ayuda del pueblo, se propusieron desmantelar las armas de destrucción masiva que pertenecían al gobierno iraquí.

A los locales que ayudaban prestando sus tractomulas para este propósito, se les hacía un pago por sus servicios y se les brindaba un tanque de gasolina lleno, algo que en ese momento era muy difícil de conseguir.

Una noche, mientras los soldados se encontraban reposando, unos ayudantes del pueblo intentaban servirse un tanque extra de combustible y, cuando el colombiano se acercó a decirles que no estaba permitido, uno de los camiones explotó prendiendo fuego en todo lo que había alrededor, incluyendo el uniforme de Amarís.

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Aunque el soldado intentó apagar las llamas con toda su fuerza, esto no fue posible: “Me revolqué en el pasto, cerré mis ojos y dije ‘hasta aquí fue’. Luego los volví a abrir y vi el cielo, me paré y salí corriendo”, relata el veterano de guerra.

En ese momento, el colombiano recuerda haberse visto completamente carbonizado. Todavía en shock, se dirigió hacia sus compañeros para pedir ayuda y solicitar un helicóptero de manera urgente: “Me estoy muriendo”, dijo en ese momento frente a la mirada atónita de los demás.

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Tiempo después, cuando se recuperaba, sus compañeros le ilustraron la escena como algo “increíble”, pues en ese punto “era como ver un muñeco derritiéndose”, ya que su piel “se derretía y se caía” a medida que iba avanzando. Incluso el médico que lo atendió le expresó que no sabía cómo atenderlo en ese instante porque él seguía respirando y hablando a pesar de estar en carne viva.

Cuando el helicóptero llegó ese día, un 20 de junio de 2006, Juan Alejandro Amarís perdió la conciencia por completo hasta que a mediados de octubre de ese mismo año volvió a abrir sus ojos para enfrentarse a una nueva realidad: había perdido los dos brazos y el cuerpo se había quemado en un 77%.

“Verme ahí en esa cama tirado luego de ser un soldado y no poder hacer nada por mí era muy duro, pero tenía el apoyo de mi familia. Lo más duro fue cuando salí de la clínica. Ver que no podía hacer nada solo me dio depresión, me quería morir”.

Luego de luchar contra sí mismo, pensando en que solo la muerte podía acabar con su sufrimiento, un conmovedor gesto de su hijo, que tan solo tenía un año y medio de edad, cambió su percepción de la vida.

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El soldado se encontraba llorando en su habitación porque no era capaz de arroparse a sí mismo con la cobija cuando el niño, sin saber lo que pasaba, entró, le dio un beso y le dijo que lo amaba. “Reflexioné y empecé a ver la vida diferente”, asegura. “Empecé a ser más agradecido por aquellas cosas que sí podía hacer, porque estaba vivo”, agrega.

El veterano de la guerra recuerda que, mientras se encontraba en Irak, era común perder a los compañeros de batalla que se habían convertido para él en parte de una misma familia y por su mente pasaba el momento en que llegaría su turno de morir. Luego de ver que en realidad seguía vivo comenzó a ver el asunto con gratitud: “Mal que bien estaba respirando y podía ver a mi hijo crecer, eso era una bendición”.

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En 2019 decidió abrir un negocio de comida en la ciudad de San Antonio, en Texas, Estados Unidos, donde vendía principalmente empanadas junto a su esposa. Sin embargo, debido a la pandemia debió cerrar por un tiempo.

Fue así como se trasladó hacia Miami con su esposa e hija y decidió volver a intentarlo, esta vez añadiendo una preparación típica de Colombia: la lechona. Con estos dos platos de tradición nacional, el colombiano ha triunfado a nivel gastronómico en el extranjero y se prepara para empezar a producir los platos a nivel industrial.

El veterano de guerra comparte por medio de su perfil en Instagram los aspectos positivos de la vida, con el fin de motivar a los demás a seguir adelante a pesar de las dificultades que se les puedan presentar.

Bajo el lema de “La vida es un 10% de lo que nos sucede y un 90% cómo reaccionamos ante esto”, Alejandro Amarís invita a las personas a encontrar el motivo que los impulse a continuar con su vida a pesar de las adversidades.

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Para él, su familia y amigos han sido elementos fundamentales en su proceso, ya que siempre lo han apoyado y se han convertido en su motor para continuar. Ahora que se encuentra completamente sano, señala que se siente con las mismas capacidades de cualquier otra persona, manejando sus prótesis con suma destreza: “La constancia siempre vence”, puntualiza.

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