Daniel Espitia, Iván Espitia y Elio Hernández luchan con su puño para que este oficio perdure a pesar de la tecnología.
Lucrecia era el nombre de la profesora que hace más de 60 años le enseñó en Moniquirá, Boyacá, a Daniel Espitia los poemas de José Asunción Silva y lo animó, como dice él, a “escribir bonito" y de paso le dio las herramientas para ganarse dignamente la vida.
Las letras de Daniel han viajado por el mundo, “Luxemburgo, Francia, España, Estados Unidos, Panamá, México, esos son los países donde más he mandado invitaciones”, dice con orgullo.
Sabe hacer más de 200 tipos de letras y está consciente que el suyo es un arte cada vez menos común.
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Elio Hernández es otro de los artistas que persevera con el oficio de la caligrafía. De su puño y letra llegaron tarjetas de invitación al papa emérito Benedicto XVI.
Aunque este arte nació en China, alcanzó su auge con el latín de la Edad Media y con textos religiosos. Gracias a esto, Elio sacó adelante a sus tres hijas.
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