La Semana Santa, a diferencia de otras festividades religiosas, no tiene una fecha fija en el calendario. Esta variabilidad anual se debe a su estrecha relación con los ciclos lunares, en contraposición a celebraciones como la Navidad, que siempre se celebra el 25 de diciembre.
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El periodo en que se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo puede fluctuar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Esta variación se debe a la interacción entre el calendario lunar y el equinoccio de primavera, que tiene lugar el 20 de marzo.
A diferencia de otras festividades religiosas que han sido adaptadas al calendario solar, la Semana Santa ha mantenido su conexión con el calendario lunar. Esto se remonta a la coincidencia histórica entre la crucifixión de Jesús y la Pascua judía, que se determina según la fase de la luna llena para conmemorar el éxodo de Egipto.
Para evitar confusiones entre las tradiciones judías y cristianas, el Concilio de Nicea en el 325, bajo la dirección del emperador Constantino, estableció que la resurrección de Jesús se celebraría el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera.
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Este método que consiste en atribuir a un tiempo o una fecha específica no solo refleja la sincronización con eventos astronómicos significativos, sino también la evolución histórica y la adaptación de las celebraciones cristianas desde sus orígenes judíos.
Profesores como Jaime Borja, de la Universidad de los Andes, en una conversación con el periódico El País, explicó cómo algunas festividades cristianas, como la Navidad y el culto a San Juan Bautista, tienen sus raíces en tradiciones paganas que coincidían con los solsticios de invierno y verano, siendo luego asimiladas y reinterpretadas por la Iglesia Católica.
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La variación anual de la Semana Santa no es solo un hecho curioso en el calendario, sino también un reflejo de la adaptación y sincretismo cultural que ha marcado la historia del cristianismo. Desde la antigüedad, la determinación de sus fechas ha sido un asunto de gran importancia teológica y social, marcando un periodo de profunda reflexión espiritual para los creyentes en todo el mundo.