Hay días en que sentimos un vacío que solo el amor es capaz de llenar. Nos hace falta el abrazo que sella la cercanía y el beso que hace hervir la sangre. ¿Será que en la prehistoria de nuestra genética humana cargamos un andrógino olvidado y por eso tenemos la sensación de que nos falta un pedazo para ser felices? ¿Una media naranja?
Consultando el pasado encontramos una primera respuesta en El Banquete de Platón, cuatro siglos antes de Cristo. Relata Aristófanes, cuando le tocó el turno de dirigirse a los comensales, que al principio de los tiempos hombre y mujer vivían juntos en un mismo cuerpo, hecho de cuatro brazos, cuatro piernas, dos rostros sobre el mismo cuello y dos órganos sexuales. Eran parejas alegres e inseparables, pero arrogantes hasta el punto de enojar a los dioses. Zeus decidió partirlos en dos, como a una naranja, y desde entonces hombre y mujer quedaron sumidos en la nostalgia de los felices días perdidos.
Mas una vez que fue separada la naturaleza humana en dos, añorando cada parte a su propia mitad, se reunía con ella. Se rodeaban con sus brazos, se enlazaban entre sí, deseosos de unirse en una sola naturaleza, y morían de hambre y de inanición general, por no querer hacer nada los unos separados de los otros
El mito circula también en la génesis bíblica, porque Adán cargaba a la mujer en su costilla hasta que a Dios se le ocurrió extraerla de su cuerpo. Con Eva, autónoma e independiente, de nuevo una naranja había sido partida en dos.
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Ya en tiempos modernos, Octavio Paz y muchos otros escritores reviven el mito para explicar esa búsqueda del amor que nos corresponde sobre la tierra.
El mundo nace cuando dos se besan
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En versos como estos de su extenso poema Piedra de Sol, el nobel mexicano enfatiza su teoría de que el ser se hace total en la fusión de dos cuerpos y dos almas.
Los dos se desnudaron y se amaron / por defender nuestra porción eterna, / nuestra ración de tiempo y paraíso
Con la llegada de la amada, saciamos la sed de otredad de la que habló Paz en La llama doble, su gran tratado del amor y el erotismo.
Somos seres incompletos y el deseo amoroso es perpetua sed de completud
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El mito del hermafrodita, hombre y mujer en el mismo cuerpo, separados por los dioses y condenados a buscar desde su soledad el pedazo usurpado, sobrevive de siglo en siglo hasta nuestros días, porque para la felicidad se requieren dos. Es como si nuestra media naranja anduviera por el mundo y nuestra meta fuera encontrarla para ser uno solo.