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Benedetti, más allá de la poesía

'Pedro y el capitán', la historia del verdugo y la víctima, es una de las apuestas teatrales del escritor uruguayo Mario Benedetti. La obra, desarrollada en cuatro actos, es una conversación ficcional que bien podría hacer parte de los archivos secretos de las dictaduras latinoamericanas.

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Mural de Benedetti en Montevideo
Alberto Medina López

De interrogador a interrogado. El verdugo se presenta como el bueno de la película porque su tarea no es torturar sino ofrecer el alivio del dolor al preso político a cambio de delaciones, luego de que otros han ablandado a la víctima con golpes de puño y choques eléctricos.

Son los crímenes de las dictaduras los que denuncia Mario Benedetti en su obra de teatro 'Pedro y el capitán'. Aunque el nombre del escritor uruguayo está asociado especialmente con poemas, cuentos y novelas, la faceta menos conocida es la del dramaturgo. 'Pedro y el capitán' es una obra de teatro en cuatro actos.

Sube el telón del primer acto. El verdugo recibe a la víctima con los primeros hematomas. No lo golpea, pero lanza una larga perorata de advertencias y presagios catastróficas, disfrazadas de acto humanitario para permitirle vivir. A pesar de las amenazas veladas, Pedro, el preso, le advierte que no va a contar nada. Cae el telón.

Sube el telón del segundo acto. El verdugo recibe a la víctima más maltratada todavía, pero no gana nada. Pedro niega la bondad de la que se precia el interrogador que asegura que los malos son los otros, ”los electricistas”, los que le hacen daño mientras él quiere salvarlo. Pedro, sin embargo, lo asocia a la maquinaria de la tortura como un eslabón más. El tránsito del interrogador a interrogado apenas empieza. Pedro le dice sin miedo:

En su afán de extraerme lo que sé y lo que no sé, usted no advierte que se va mostrando tal cual es.

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Cae el telón y sube el del tercer acto, el de la consumación de la entrega del capitán interrogador a la víctima interrogada. El hombre queda atrapado en el laberinto de su propia conciencia. Pedro, con su rostro destruido por los golpes y su cuerpo maltrecho por las descargas eléctricas, confronta a su verdugo.

Quiero desentrañar el misterio de cómo un hombre puede, si no es un loco, si no es una bestia, convertirse en torturador.

En el último acto, cuando Pedro ya no puede con su existencia y se presenta ante el verdugo como hombre muerto, el interrogador reconoce su fracaso porque no obtiene un solo dato de la víctima y, al mismo tiempo, no encuentra justificación alguna en su papel de verdugo sicológico.

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Benedetti, en el prologo de su obra teatral, habla del valor del preso político que finge su muerte.

Cuando Pedro inventa la metáfora de que en realidad ya es un muerto, está sobre todo inventando una trinchera, un baluarte tras el cual resguardar su lealtad a sus compañeros y a su causa.

La obra fue publicada en México en 1979, durante los años del exilio de Mario Benedetti. Ese año, el Cono Sur estaba tomado por las dictaduras. Su país vivía bajo un régimen cívico militar, Chile tenía a Pinochet, Paraguay a Stroessner y Argentina a Videla.

La pieza teatral es la cruda pintura de una época de terror en la historia política de América Latina. La obra es, en palabras del propio autor, “una indagación dramática en la psicología de un torturador.”

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