La cacería y destrucción de libros en el mundo imaginario que creó George Orwell en su novela 1984, la vivió el autor con sus obras que mostraban un futuro de alienación y vigilancia represiva.
Transcurrían los primeros años de la derrota del nazismo y de los apretones de manos de los líderes de occidente con el sanguinario Iosef Stalin, cuando el escritor inglés publicó su novela en 1949.
Desde las páginas de esa historia futurista, el Gran Hermano y las telepantallas vigilan los movimientos humanos. Son el ojo que todo lo ve y que limita las libertades individuales en nombre del partido.
Algunos críticos ven en la obra una clara alusión al dictador soviético por su “cara de los bigotes negros” y por su infame manera de perseguir a quienes piensan distinto. Las purgas de Stalin son “vaporizaciones” en 1984. Pero, más allá de Stalin, Orwell cuestionaba los excesos del poder de donde procediera, desde la derecha o desde la izquierda.
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El mundo creado por el autor estaba divido en tres superestados en guerra permanente. La historia transcurre en uno de ellos llamado Oceanía, donde la vida de los ciudadanos se rige bajo los preceptos de cuatro ministerios cuyos nombres se ocupan de todo lo contrario a lo que aluden.
El Ministerio de la Verdad controla la historia y la memoria humana, reescribiendo los hechos constantemente para acomodarlos a los intereses del partido. Es decir, es el Ministerio de la Mentira, cuyo slogan no puede ser más perfecto: “El que controla el pasado, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado”. El Ministerio del Amor administra el odio a los opositores; reprime y espía con su Policía del Pensamiento. El Ministerio de la Paz se encarga de la guerra y el de la Abundancia distribuye el hambre.
Esa nación pretendía quitarle placer al sexo y transformarlo en simple mecanismo para engendrar hijos para el partido.
…trataba de matar el instinto sexual o, si no podía suprimirlo del todo, por lo menos deformarlo y mancharlo.
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Y es el amor y el sexo lo que lleva a Winston y a Julia, trabajadores del partido, a odiarlo profundamente porque invadía su intimidad. Por eso sufrieron los suplicios de la condena, la tortura y la muerte. Buscaban ser libres para el amor en una sociedad que se los prohibía. Soñaban caminando por la calle sin los ojos vigilantes del Gran Hermano, pero terminaban escondidos gozando del placer con la desesperación de los condenados a muerte.
A veces la sensación de que la muerte se cernía sobre ellos les resultaba tan sólida como el lecho donde estaban echados y se abrazaban con una desesperada sensualidad, como un alma condenada aferrándose a su último rato de placer cuando faltan cinco minutos para que suene el reloj.
Así como la obra fue perseguida en todos los países sobre los que la Unión Soviética ejercía influencia porque Stalin era el poder en ese momento de la historia, la España de Franco también le aplicó la tijera de los censores. Lo más llamativo es que el dictador no se sintiera políticamente aludido por la novela, cuando el autor había hecho parte de las brigadas internacionales que lo combatieron.
Para permitir la divulgación de la obra en tierras españolas, la editorial Destino argumentó que en América y en Europa tenía buen recibo pero no en la Unión Soviética porque “constituía un formidable alegato contra el régimen comunista”.
Los censores de Franco dieron el visto bueno sin detenerse en lo político de la historia sino sus alusiones sexuales, donde activaron la tijera.
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La censura de lo sexual fue analizada por Albert Lázaro, profesor de la Universidad de Alcalá, en su ensayo 'La sátira de George Orwell ante la censura española'.
En la edición de 1952 se suprimió, por ejemplo, el primer momento en que Winston y Julia coinciden en cercanía durante los Dos Minutos de Odio. Winston la ve y deja fluir en sus pensamientos un deseo reprimido que los censores suprimieron de un tajo.
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Decía el texto mutilado: “La ataría desnuda en un piquete y la atravesaría con flechas como a San Sebastián. La violaría y en el momento del clímax le cortaría la garganta (…) La odiaba porque era joven, bonita y asexuada; porque quería irse a la cama con ella y no lo haría nunca…”.
Para el profesor Lázaro, los tijeretazos a los fragmentos que contienen alusiones sexuales modifican seriamente el tema de la novela porque ocultan la destrucción de las relaciones humanas en la sociedad que el autor quiere mostrar.
Uno de los aspectos más desoladores que Orwell desea denunciar es la capacidad que tiene el gobierno para destruir cualquier vestigio de humanidad e individualidad.
La investigación destaca que el cercenamiento de las cuarenta líneas en las que Winston y Julia logran escabullirse, esconderse de las telepantallas y ocultarse entre los árboles para amarse por primera vez, desaliñaron el erotismo de la novela.
Los censores solo dejaron una frase de las cuarenta líneas: “Esta vez no hubo dificultad”. De esa manera sacrificaban la fiesta de los sentidos que decía: “Ésta era la fuerza que destruiría al partido. La empujó contra la hierba entre las campanillas azules. Esta vez no hubo dificultad. El movimiento de sus pechos fue bajando hasta la velocidad normal y con un movimiento de desamparo se fueron separando”.
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Los censores también dieron cuenta de una frase que describía el amor como rebeldía cuando Winston le dice a Julia: “No eres una rebelde más que de la cintura para abajo”.
Al quitar las alusiones sexuales de la novela, el franquismo terminaba haciendo eco de la censura del partido del Gran Hermano que ponía muros al amor y límites a las emociones humanas.
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