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Obras de Fernando Botero: un brochazo por el legado de los 70 años ininterrumpidos de su arte

Expertos estiman que Fernando Botero dejó más de 8.000 obras en museos, galerías y colecciones privadas de todo el mundo. Retrató las miserias de la condición humana, pero también toda su belleza.

Fernando Botero: un brochazo por el legado de los 70 años ininterrumpidos de su arte

Fernando Botero Angulo empezó a acariciar la inmortalidad cuando tenía 16 años. Desde sus primeras acuarelas e ilustraciones en la Medellín de la década de 1940 ya se vislumbraba su genio.

“Yo no considero que me haya ayudado nadie. Es decir, yo lentamente fui imponiendo mi trabajo, pero por un gran esfuerzo y una gran capacidad de trabajo”, aseguró el maestro en el programa Los Informantes, durante una entrevista dada en marzo de 2015.

Christian Padilla, historiador de arte y que siguió los pasos de Fernando Botero, dijo que, desde los inicios del maestro, la concepción que el artista tenía era un “arte con un componente social, político, que tenía una necesidad de hablar frente a unas circunstancias de desigualdad en un país como lo era Colombia durante toda esa década de los años 30 a los años 50”.

Desde Madrid, Luis Fernando Pradilla, amigo personal de Fernando Botero y una especie de custodio de su legado, afirmó que era sorprendente ver cómo “ya es un artista a los 16 años, que nunca nadie le había enseñado, que nunca había tenido la posibilidad de asistir a un museo, porque él aprendió a ver arte por los libros, entonces te sorprende ver cómo ya hay una conciencia del volumen”.

Su obsesión por el volumen y la sensualidad de las formas fue labrando poco a poco su camino, pero para encontrar la gloria tuvo que irse de bruces muchas veces.

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“¿Cómo se va formando un artista? Él (el maestro) dice que Botero existe a partir de 1966-1968, ya cuando se crea ese artista terminado con una definición, o sea, lo que todos conocemos como esas figuras boterescas, llamémoslas así, pero todos esos años formativos a partir del 48, los 50 y los 60 son extraordinarios”, recalcó Pradilla.

Fernando Botero capoteó la estrechez económica de los primeros años y sus trazos magistrales comenzaron a emerger a tientas. A los 19 años expuso por primera vez en Bogotá y vendió todo. Con ese dinero emprendió su travesía por Europa en 1952 para estudiar a los grandes clásicos, las pinceladas del Renacimiento, el arte moderno y para perseguir a Pablo Picasso.

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“Había sido desde pequeño su gran ídolo”, relató el amigo de Fernando Botero, al contar que el maestro “busca una propiedad que tiene Picasso y va a esperarlo a ver si el maestro se presenta. Desafortunadamente no se produce nunca el encuentro, pero hay como una premonición de que él quería ser tan grande como Picasso”.

El artista colombiano regresó de Europa más maduro, pero México y Nueva York lo esculpieron mucho más. A sus 26 años, en 1958, ganó el noveno salón nacional de artistas colombianos con la obra La camera degli sposi (Homenaje a Mantegna) y al año siguiente pintó uno de sus cuadros más emblemáticos, Monalisa a los 12 años, que fue adquirido en 1961 por el Museo de Arte Moderno en Nueva York. Allí y en París su nombre fue volviéndose leyenda.

Pradilla resaltó que “todo lo del mundo de Botero se ha construido alrededor de sus primeros años en los que él vivió en Colombia, entonces es ese mundo latinoamericano, pero también al mismo tiempo todas esas referencias a los clásicos y la creación de un mundo particular, que también ha sido apropiado por muchos artistas, por ejemplo, como El mundo del circo, El viacrucis, que se lo regaló al Museo de Arte Moderno de Medellín, o lo de Abu Ghraib, que es también esa manifestación de un artista que está rechazando algo que sucedió en el mundo”.

La escultura llegó a la vida de Fernando Botero después de los 40 años y logró transmutar ese universo a escala tridimensional. En la década de 1980 se instaló en Pietrasanta, en la toscana italiana, para trabajar con las fonderías de bronce y pronto su arte robusto se exhibía en las principales avenidas de París, Florencia, Lisboa, Pekín o Nueva York.

“Yo me atrevería a decir que hay una particularidad en la obra de Botero, que es la de fusionar todos estos elementos que decíamos que tienen que ver con lo prehispánico, con lo popular, con el arte de vanguardia, pero al mismo tiempo con la pintura occidental y el Renacimiento, ahí hay una confluencia que hace muy particular la obra de Botero. Por otro lado, también me parece que es un artista que tiene desde sus inicios una sensibilidad muy particular por el volumen, que él llama la sensualidad de la forma, y eso lo lleva a ser un exitoso pintor que se termina consecuentemente convirtiendo en un gran escultor”, explicó el historiador Padilla.

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Las grandes obras del maestro colombiano orbitaron alrededor de la religión, los santos, obispos y cardenales; el poder, la política, los militares y la familia presidencial en tiempos de las dictaduras latinoamericanas; la tauromaquia, el circo y el baile, con sus colores y rimbombancias; el homenaje a los grandes maestros; la naturaleza, los desnudos y los animales; la vida simple, la muerte ritualizada y la violencia de la Colombia de las balas, las masacres y la sangre.

“Los artistas no pueden cambiar de alguna manera la historia, es muy difícil, pero sí dejar una memoria de lo que ha sido la historia, es como el Guernica de Picasso. Entonces de la misma manera, pues Fernando ha dejado una memoria a nivel de los cuadros de la violencia de Pablo Escobar, que están en Colombia”, dijo su amigo Pradilla.

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