La cultura se empezó a reactivar con aforos. Teatros, salas de cine, conciertos, ferias del libro, exposiciones y museos han empezado a retomar sus funciones, lo que significa ingresos para miles de personas que viven del arte.Puede ver: Jorge Alí Triana sube el telón del Teatro Colón con ‘El coronel no tiene quien le escriba’Los artistas y las artes se transformaron, migraron de la presencialidad a lo digital. Es cierto que ganaron un público más amplio, conectados desde cualquier lugar del mundo, pero perdieron el calor del aplauso y el contacto con la gente, su razón de ser.En los primeros meses, el sector cultural fue inmensamente generoso: entró como una bocanada de aire aportando contenidos gratuitos, como recorridos por museos, conciertos, libros y obras de teatro. La cultura fue un factor de vida, de aliento y de ilusiónLea, además: Los murales de Fernando Botero: ¿cuántos hizo y dónde están?Ramiro Osorio, director del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, recordó cómo fue tener los escenarios vacíos y qué tanta falta han hecho los espacios culturales durante la pandemia."El último concierto que hicimos fue con la orquesta Mariinsky de San Petersburgo, dirigida por el maestro Valeru Verguier. Fue un concierto extraordinario, Crhris Mineff me escribió un correo unos días después y decía que él había acompañado al maestro y a la orquesta por todas partes, pero que recordaba pocas ocasiones el rugido del público de lo que fue esa noche. Al otro día, volvemos al teatro y a las 12 del día hay que cerrar. Ese es el momento que me queda y pensar en qué vamos a hacer”, dijo Ramiro Osorio,Noticias Caracol: ¿Cómo fue el alcance de lo digital y cómo fue esa interacción con el público?Ramiro Osorio: “Hemos tenido un alcance de más de 130 millones de personas. Es, sin duda, la plataforma más importante de América Latina en materia cultural.Noticias Caracol: Mucha gente tuvo acceso gratis a conciertos y teatros, pero ¿es sana la gratuidad para el sector cultural?Ramiro Osorio: La gratuidad es un tema delicado porque la cultura necesita de la corresponsabilidad. Todos tenemos que saber que si nosotros compramos una entrada en el cine, en un teatro, estamos volviéndonos patrocinadores para que estos teatros puedan cumplir mejor su objetivo, lo cual no quiere decir que el Estado no tenga que promover una serie de programas para que hagan posible que todos tengamos acceso, así no podamos pagar las entradas.Noticias Caracol: ¿Cuál es el aporte de la cultura en tiempos de crisis?Ramiro Osorio: ¿Qué es la cultura? El espacio de la construcción de un país diferente, de un país incluyente, generoso, en donde todos tengan espacio, en donde todos se puedan expresar; el espacio de lo cultural es el espacio de construir la paz en este país. Así es como veo la dimensión de la cultura en este país.Podría ver: Quinteto Astor Piazzolla estará en Colombia por los 100 años del natalicio del ‘asesino del tango’Por otro lado, en el sector editorial se temió lo peor en los meses de encierro, pero la respuesta fue increíble: leer para pasar la página de la tragedia y, contra todos los pronósticos, el libro físico sobrevivió. Un equipo de Noticia Caracol estuvo en el refugio de los libros usados ‘San librario’ con uno de sus fundadores Álvaro Castillo.“Yo creo que el libro físico sobrevivió la pandemia, el libro físico va a sobrevivir, no va a desaparecer porque los libros ya están ahí y los lectores siguen leyendo libros físicos y con esta pandemia se vio reflejado en las ventas y en el consumo de libros por parte de los lectores... la necesidad y el gusto de seguir leyendo”, expresó Álvaro.Noticias Caracol: ¿La pandemia creó nuevos lectores?Álvaro Castillo: Yo creo que sí, no solo a nosotros nos compraban libros viejos lectores, sino nuevos lectores, jóvenes de muchos lugares del país que de otra manera no se acercaba a las librerías y nos llevamos sorpresas inmensas. Gente que nos escribió diciendo por ejemplo: quiero leer, recomiéndame un libro, yo nunca leo, recomiéndenme un libro. En ese sentido, la pandemia hizo que muchas personas volvieran a la lecturaNoticias Caracol: ¿El Gobierno los apoyó?Álvaro Castillo: La Cámara del Libro organizó una campaña al principio de la pandemia, que se llamaba ‘Adopta una librería’, para recolectar a través de una colecta pública y apoyar a las librerías y los libreros. Esta campaña fue muy hermosa, resultó en un incentiva par las librerías que nos inscribimos en la campaña.Noticias Caracol: ¿Sintió solidaridad de parte de lectores?Álvaro Castillo: El año pasado, cuando se hacen los balances y se dice el personaje del año, para mí el personaje del año fueron las lectoras y los lectores. La librería no tiene cómo agradecer la inmensa solidaridad que tuvieron con nosotros durante la pandemia. Cuando tuve COVID, que estuve tres semanas recluido, la gente siguió comprándome y tenían la paciencia cuando les decía que cuando me recupere les voy a mandar el libro. Hubo gente que en algún momento me donó plata a la librería porque sí y ni sabía quiénes eran. Yo creo que en el ramo en el que estoy hablando lo único que yo tengo hacia los lectores es agradecimiento por la inmensa solidaridad.Vea también: Un recorrido por los sueños de Frida KahloAsimismo, la música fue el oxígeno del encierro, pero también un sector golpeado. Las calles se transformaron en escenarios solitarios de artistas que con su voz y música pedían ayuda.Las terrazas y las ventanas fueron los espacios del público que aplaudía y lanzaba algunas monedas o paquetes de comida. Los artistas convirtieron sus casas en escenarios, para saltar a lo digital y poder conectar esas pantallas fragmentadas, creando una nueva estética musical.“ Primero que todo una orquesta sinfónica es una reunión de más de 50 personas, soplando, los instrumentos de viento y muy cerca los unos de los otros haciendo música. Entonces, por definición, ese tipo de actividad era nociva en el punto de vista de la pandemia. Nos tocó aprender que ya no estábamos en el siglo XIX porque las orquestas no habían cambiado su comportamiento muy significativamente y, después de casi dos siglos, entender que estábamos en el siglo XXI. Entonces, lo primero que se nos ocurrió justo cuando salimos a las casas fue hacer una orquesta virtual y fuimos una de las primeras orquestas en el mundo en sacar los famosos videos de cuadritos. Hicimos una obra muy bonita, muy emotiva”, manifestó Juan Antonio Cuellar, gerente de la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia.Noticias Caracol: ¿Cómo fue la interacción con el público?Juan Antonio Cuellar: Nosotros, en un concierto lleno total, podemos tener 2.400 personas. Ese video, en dos días, le había llegado casi a 60 mil personas y tiene muchas vistas. Es decir, que llegamos a mucha gente, inclusive, a gente a la que habitualmente nunca llegamos, gente que nunca tiene la oportunidad de oír una orquesta sinfónica, primero, porque no hay muchas orquestas sinfónicas y, segundo, porque no hay muchos escenarios suficientes en el país.Noticias Caracol: ¿Qué le dejó la pandemia?Juan Antonio Cuellar: Hay una frase que una persona me dijo en un momento de crisis muy grande: “ningún mar en calma hizo experto al marinero”. Hemos aprendido muchas formas de entregar nuestro hacer, diferentes a la tradicional de pararnos en un escenario.Las crisis develan la grandeza del sector cultural, pero al mismo tiempo, evidencian su fragilidad. Fue un año en el que se necesitaba de la cultura para vivir, pero sus creadores necesitan vivir de la cultura. Hay que apoyarla.Podría interesarle. De atembaos a desconchiflados: coleccionista de dichos cuenta el origen de palabras colombianas
Colombia es un país con una abundante mezcla de costumbres, de ritos y mitos, de sabores y colores, de penas, tristezas y alegrías. De tradiciones que sí, duele decirlo, se han ido perdiendo.Pero todavía están quienes se la guerrean por mantener vivas sus raíces, pese a que estos son tiempos difíciles.La región del litoral Pacífico, en el noroccidente del país, es el sitio en que la chirimía va y viene, y suena por la piel.Se sube el telón: el camino de las bellas artes en el escenario de la reactivación económica“La chirimía es un conjunto musical representativo de la costa norte, integrado por tambora, platillo, clarinete y bombardino, y se constituye la expresión musical más auténtica de esta zona norte del Pacífico colombiano”, cuenta el profesor e historiador Cesar CórdobaAunque no hay ni un centímetro de pavimento en el barrio, sí hay mucha y bastante camaradería. En los sectores pobres de Quibdó brotan por montones talentosos músicos, en sitios como La Cumbancha. Sin lujos ni mayores pretensiones, se hace escuela y los músicos veteranos traspasan sus conocimientos a los más jóvenes como manda la tradición. Y no solo eso, la música cumple con otro papel, igual o más importante.“Tenemos muchísimos jóvenes, niños, adolescentes, que están concentrados y trabajan principalmente a través del arte como esa herramienta de transformación social y que están resistiendo desde sus prácticas y que bailan por la vida, pero que más allá de algo corporal también conectan su espíritu”, manifiesta Karina Agudelo, coordinadora de cultura de Quibdó.Carnavales y fiestas, símbolo de la identidad colombianaCuando no es la chirimía es el baile o la danza urbana la que en barrios pobres evita que los jóvenes sanos y talentosos caigan en la absurda lógica de la guerra de pandillas, droga y muerte.Porque en Chocó, para ser claros, la gente estudia y se gradúa en distintas profesiones, pero el título de artista viene incorporado en el ADN, o simplemente se perfecciona con el tiempo.“Cuando llegaban los grupos armados, sacaban el grupo musical, y con el grupo musical les estaban diciendo a ellos que no querían violencia, sino que querían la paz”, dice Córdoba.Quibdó no deja de sorprender por la riqueza y diversidad de sus tradiciones.Reviva completa la décima entrega de El proyecto es Colombia: culturaMás que en otras partes se libra una silenciosa batalla contra la incesante y apabullante dizque civilización. Walter Martínez, músico y profesor, recorre en su moto las calles polvorientas para enseñar y transmitir costumbres como la de fabricar las auténticas tamboras de la chirimía, lejos del patrocinio y apoyo estatal, en una labor tan admirable como quijotesca: mantener viva la tradición.
Los grandes carnavales y los eventos folclóricos gozan de un amplio reconocimiento nacional y mundial; no obstante, al igual que todo en la vida, estos certámenes también han sufrido por la pandemia del COVID-19.Lea, además: El Circo del Sol vuelve a subir el telón, tras receso de dos años por la pandemiaLa fiesta es, sin duda, una de las manifestaciones más importantes de la cultura y en Colombia sí que abundan, pues al año se celebran 4.030, 271 de ellas, carnavales.Lo triste es que muchas celebraciones no se pudieron disfrutar en los últimos años, pero, aun así, Noticias Caracol encontró colombianos que luchan por mantener vivas las tradiciones en medio de las dificultades.El historiador e investigador Marcos González lleva más de 30 años estudiando el tema y conoce la importancia de la fiesta para una sociedad como la nuestra.“El ser social colombiano pasa por lo festivo. En Colombia hay 4.030 fiestas que se celebran cada año. No hay región, municipio o rincón que no tenga fiesta, por eso, ese fenómeno que se nos atravesó con el COVID, con la pandemia, fue muy fuerte para las comunidades, no solamente con el que vive de la fiesta, sino con el que considera que este es un derecho del ser humano”, manifestó el historiador González.Para el investigador, todos los seres humanos necesitan algún hecho que rompa lo cotidiano y, precisamente, la fiesta es el único elemento que genera esta ruptura."Cuando uno mira el fenómeno de un pueblo sin fiesta, también hay que entender que la fiesta tiene que ver con la salud mental. En el Siglo XI, se dijo que un pueblo sin fiesta, un pueblo que no tuviera fiesta, se entretenía haciendo la guerra, pero yo puedo decir con toda seguridad que en el año 2020 no tuvimos fiesta. Entramos en tristeza colectiva e individual”, añadió Marcos González.Puede ver: Carnaval de Barranquilla anuncia la suspensión de algunos desfiles por COVID-19Por su parte, Diana Rolando, diseñadora barranquillera, vivió una difícil situación durante el Carnaval de 2020.“Para mí, como empresaria, como diseñadora, fue un golpe muy duro, porque tener todo los días a los empleados llamando y preguntando:¿qué hay que hacer?, ¿dónde vamos a trabajar?. Conmigo se creó un grupo pequeño que yo traté de nunca desampararlos , siempre estar con ellos, pero es un número de gente que uno como empresario le queda demasiado difícil. Yo digo, sinceramente, que los días oraba mucho, le pedía a mi Dios que me diera una luz”, expresóEn los días más fuertes de la pandemia, en la soledad de su taller, entre telas, lentejuelas y plumas, Diana ideó otra forma de vivir el carnaval.“Gracias a esa idea magnífica de crear una muñequitas en miniatura, que son los últimos vestidos de las reinas del Carnaval de Barranquilla, con sus vestidos de coronación que en su momento los hicieron grandes diseñadores como Alfredo Barraza, Amalín de Hazbun, July Donado y muchos diseñadores que han pasado por esos 25 años”, manifestó Diana Rolando.Las ideas continuaron y, con toda la mercancía que tenía en su taller, se inventó otra empresa para que la gente viviera sus fiestas.“Entonces, me puse a hacer algo que gustó en el momento, nos alivió un poco, pude aliviar a los que tenían trabajo en ese momento. Tengo 5 mil vestidos, puedo armar una batalla. Creé el programa para quinceañeras, el que se va a casar, para escenógrafos, todo en un mismo lugar. Hacemos el disfraz de lo que quieras”, agregó Diana.Vea también: Juanes anuncia la fecha de su próximo concierto en Bogotá: “Me llena de alegría”De acuerdo con el historiador Marcos González Pérez, lo que ve con el ejemplo de Diana es que la gente tiene en la fiesta un espacio de construcción de su propia vivencia. Por eso, como investigador, indica que la fiesta existe y que puede cambiar sus formas mientras pasan los problemas.El maestro Morre Romero decidió dictar sus clases de música al aire libre en un parque de Valledupar para enseñarles a los niños la importancia de rescatar la fiesta y la tradición del acordeón.“El vallenato es la representación de una cultura, es una esencia de una región, que llena de sentimiento a un pueblo, llena de emoción a una región, y que vive de una cultura exquisita, a través de un instrumento que es el acordeón. Nosotros estamos, primero que todo, salvaguardando lo que es nuestra música y queremos sacar adelante a todos estos niños, armar grupos con ellos y, sobre todo, a los niños con discapacidad. Ellos están aprendiendo con nosotros música y está demostrándose que tienen toda la capacidad del mundo para hacer música y mostrar su talento. Ahora, más que nunca, venimos con más ganas, con más entusiasmo que nunca, con más sentimiento para seguir adelante con nuestro folclor vallenato. ”, manifestó el maestro Romero.Con esa misma energía, Brando Pérez Loaiza, bailarín de la fundación delirio, en Cali, sostiene que la alegría de la Feria de Cali no paró un solo día de mostrar la tradición de la fiesta salsera a Colombia y al mundo.“Bueno, ya al no tener los teatral, tener los escenarios cerrados, tener, por decirlo así, la Cenital cerrada, ya tocaba proyectar desde la casa, tratar de inspirar también a los niños jóvenes, tratar de ir a mostrar los espacios de Cali, ir a la Ermita, al Gato, al centro y al barrio obrero, a los monumentos y mostrar esa Cali cultural, esa Cali artística de la que todos nos sentimos orgullosos”, expresó Brando Pérez.Podría leer: Francés aprovecha el Salsódromo de la Feria de Cali para proponer matrimonio a su noviaEsta ha sido una de las fiestas más difundidas por los artistas desde diferentes escenarios durante la pandemia. Personajes como Viviana Vargas, campeona mundial de baile, líder de la fiesta caleña.“La comunidad y los líderes políticos de este país deben entender que el arte y la cultura son el bálsamo para todas las cosas complejas que tiene que llevar y sobrevivir un país”, dijo Viviana Vargas.Durante los meses en los que la fiesta se ha transformado, surgió el tema de la inclusión, base de la fiesta para un pueblo. “No habrá nunca inclusión si la comunidad no es la que está organizando su propia fiesta y sus actos culturales”, indicó el historiador Marcos González.La alegría y el color de la tradición musical regresaron a las calles en la Feria de Cali. Los tambores, marimbas y violines volvieron a la tradición en el Petronio Álvarez.“Los que son artistas y cantan dan a conocer su música, y sus proyectos. Las artesanas que viven aquí en Cali dan a conocer sus propuestas. Entonces, de alguna manera, se convierte en un escenario que da voz a esas voces que siempre han estado allí, que están aportando, que están creando, pero que no son escuchadas”, comentó la líder del Petronio Nidia Góngora.Para Ana Copete, directora del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, la cultura permite generar identidad, pese a las adversidades. Además, con ella se puede reconstruir y sobrevivir.Puede ser de su interés: Un recorrido por el Museo Nacional demuestra que la belleza no solo entra por los ojos
Historias que se repiten a diario dejan ver dos caras opuestas del sistema de salud en Colombia. Una, la de las claras fortalezas como la alta cobertura, pero la otra cara es la de las debilidades, que se hacen más evidentes al entender que salud no es solo que le den un medicamento, una cita o le autoricen un procedimiento.“El derecho a la salud no es ser atendido solamente, es el derecho a gozar del mejor nivel de salud posible. Salud, no atención de la enfermedad”, señala de manera contundente Mario Hernández Álvarez, coordinador de doctorado interfacultades en Salud Pública en la Universidad Nacional.En 1986, delegados de 38 países adoptaron la Carta de Ottawa que definió varios prerrequisitos para la salud. Ellos son: la paz, la educación, la vivienda, la alimentación, la renta, un ecosistema estable, la justicia social y la equidad. Todas condiciones que están fuera de los hospitales y que exigen la participación de muchos actores y sectores, entre ellos, el sistema de salud que se ha centrado en la enfermedad, es decir, en la prestación de servicios curativos y complejos más que en garantizar que el ciudadano permanezca sano.Cronología de los hitos del sistema de salud en ColombiaPromoción y prevención“A quién de ustedes los ha llamado su EPS para (decirle) ‘oiga, usted no ha venido a tamizaje en salud oral, no ha venido a consejería en psicoactivos’, no lo llaman, si acaso llaman para la citología”, cuestiona Luis Jorge Hernández, médico salubrista y epidemiólogo de la Universidad de los Andes, agregando que “hay que buscar las personas, hay que ir a las casas, las aseguradoras deben ir”.El experto menciona algunos ejemplos de acciones llamadas de promoción de la salud y prevención de la enfermedad, tareas que también corresponden al sistema de salud y que no son nuevas, hace rato están en la norma, pero su aplicación se convirtió en una utopía.La Ley 100 tiene ya 28 años de creada, en los que se le han hecho casi 3 mil ajustes normativos, a esto se suma una pionera ley estatutaria que, en el 2015, hizo de la salud un derecho fundamental, pero aún ese derecho no es efectivo.El eje del sistema de saludEl eje, el centro del sistema de salud, no son las EPS ni el ministerio, tampoco los hospitales, clínicas, gremios o la superintendencia, sino los ciudadanos, los más 50 millones de colombianos.“Para mí es muy claro que todos tenemos que ir para el mismo lado. Aquí no se trata de buscar culpables”, comenta Jorge García, de la Fundación Retorno Vital.A su vez, Claudia Beatriz Naranjo Gómez, activista del derecho a la salud, enfatiza en que “no podemos hacerle más remiendos a la Ley 100, tenemos que reorganizar todo el proceso desde su concepción”.El sistema de salud en Colombia: ¿qué hacer para tener uno más equitativo, inclusivo y justo?“Se necesita hacer cambios estructurales en la ley y no creo que con paños de agua se vaya a resolver”, señala Yaneth Cerón Fabara, coordinadora del programa de salud del Consejo Regional Indígena.“Llegó la hora de que los pacientes seamos pacientes cuando estamos enfermos, pero llegó la hora en que los ciudadanos dejemos de ser pacientes”, puntualiza Gustavo Campillo, de la Fundación Rasa.Ellos son ciudadanos activos que llevan años trabajando por el derecho a la salud, a la participación ciudadana, buscando que se haga control social sobre la gestión pública y queriendo ser tenidos en cuenta en la toma de decisiones. No ha sido fácil, pero poco a poco han ido capitalizando el esfuerzo.Para no ir muy lejos, la ley estatutaria es tal vez el mayor logro de la participación ciudadana en materia de salud, por eso no desfallecen, conocen el sistema de salud al dedillo, tienen claros los diagnósticos y también las soluciones, por ejemplo, frente a uno de los aspectos más sensibles del sistema: los recursos. "Un buen sistema de salud es un potente instrumento de paz": reflexiones del médico Saúl FrancoExpertos manifiestan que más que falta de plata, el problema es cómo se administra.En medio de tantos desafíos, ellos también proponen ajustes en el modelo de atención en el que se prioricen la promoción de la salud, la prevención de la enfermedad y no solo la atención al enfermo. No hay que ir tan lejos para ver que este modelo sí es posible, un buen ejemplo es el del funcionamiento del Sistema Indígena de Salud Propia e Intercultural (Sispi).“Tenemos organizadas zonas de cuidado con 120 familias, se les asigna agentes de salud comunitarios que visitan cada familia diagnóstica de su condición de salud y, a partir, de allí un ejercicio de cuidado basado en el saber ancestral”, cuenta Yaneth Cerón Fabara, coordinadora del Programa de salud del Consejo Regional Indígena.Además, tienen dinamizadores agroambientales que evalúan las condiciones del territorio. Un enfoque centrado no solo en el individuo sino en la familia y la comunidad, saberes que se complementan con prácticas convencionales. Lo que hay es una larga lista de propuestas. La campaña por el derecho a la salud, por ejemplo, tiene 5 mandatos ciudadanos para construir un mejor sistema de salud y ya hay experiencias nacionales e internacionales que demuestran que sí se puede avanzar hacia un mejor sistema de salud: humano, único, equitativo, inclusivo, justo incluso con el talento en salud.Reviva completa la novena entrega de El proyecto es Colombia: saludEntre más rápido logremos un verdadero sistema de salud, más rápido evitaremos pérdida de calidad de vida, enfermedades y muertes prevenibles y al final tendremos menos sufrimiento.Las propuestas están sobre la mesa. Piden romper la apatía y la resignación con lo que tenemos y mejor construir entre todos a partir de un diálogo tranquilo en el que se recojan las propuestas y se logren acuerdos mínimos partiendo del interés general y no particular y, lo más importante, teniendo en cuenta el sentir de la gente.
1975: Decreto 056 reglamenta el Sistema Nacional de Salud Colombiano (SNS). Por primera vez se estructura un sistema de salud.1991: Ley 10 reorganiza el Sistema Nacional de Salud con la descentralización político-administrativa del servicio. Queda en manos de alcaldes y gobernadores.El sistema de salud en Colombia: ¿qué hacer para tener uno más equitativo, inclusivo y justo?Hasta ese momento, la gente de estratos altos accedía a servicios particulares; los de estrato medio (trabajadores formales) a través del Seguro Social, y los estratos bajos eran atendidos en hospitales públicos.1993: La ley 100 crea el Sistema General de la Seguridad Social en Salud. Establece una afiliación obligatoria a través de las Entidades Promotoras de Salud (EPS), que administran los recursos de las cotizaciones, ofrecen un paquete de servicios o Plan Obligatorio en Salud (POS), a través de las instituciones prestadoras de servicios de salud (IPS)."Un buen sistema de salud es un potente instrumento de paz": reflexiones del médico Saúl FrancoEl más reciente cambio fue:2015: Ley estatutaria 1751, que define la salud como un derecho fundamental que tiene que ser provisto y protegido por el Estado colombiano. Sigue estando en el papel.Reviva completa la novena entrega de El proyecto es Colombia: salud
Siempre se dice que hablar de política o religión pone en riesgo la convivencia en la familia y en la sociedad. Sin embargo, los dos temas son parte inherente y vital de la vida de la gente y por esa razón pretender no hablar de esos asuntos es prácticamente imposible. Alejandra Giraldo nos muestra dos escenarios donde se dan las rupturas familiares y sociales, que van desde los problemas en la casa, en la escuela y en la universidad, hasta las diferencias en los escenarios laborales y en el mundo de las redes sociales. Dos historias para reflexionar sobre la diversidad.En un universo donde la diversidad prima, vivimos en sociedades donde esa misma diversidad se convierte en motivo de señalamientos y hasta de discriminación.“El ser humano rechaza por miedo a lo que no puede controlar, genera miedo, y esto está relacionado por el otro lado con la confianza. La confianza y el miedo funcionan por las mismas vías, pero de manera diferente: o confío o temo, o temo o confío. Entonces cuando no confío porque no puedo controlar, genero temor y empiezo a ver a todo lo diferente como enemigo, y quiero destruir, luego quiero volverlo parte mía, pero son dos errores porque la diferencia hace que crezcamos. En la naturaleza todo es diferente. Lo vemos en todas las especies hay unas que nadan, otras que vuelan, otras que reptan, otras que caminan, si todo fuera igual sería caótico”, dice el psicólogo Santiago Rojas.¿Cuándo y por qué la diferencia y la diversidad se convirtieron en un blanco de ataque?“Eso es una construcción social pero no tiene sentido en la naturaleza. Un animalito por ejemplo nos ama siendo gordos, flacos, de cualquier tipo de género, raza, o característica o cultura”, agrega Rojas.Y desde ese primer momento de la formación y la construcción del ser humano se alimenta una realidad a blanco y negro, y se perpetuán los modelos que llevan a personas como Jorge, que sienten que no encajan en ellos, a vivir en modo automático: el deber ser era tener una novia y, cumpliendo la regla, pues eso fue lo que hizo por 12 años.“Y un día me pregunté: ¿yo por qué no soy feliz, a mí qué me hace falta? si yo soy un buen hijo, juicioso, trabajador, estudio superbién. Nos sentamos a hablar y le dije: yo no sé si usted es mi hermana, mi novia, mi amiga, yo siento que no puedo tocarla y me dijo Jorge, yo también”, relata Alejandro.Tres maneras prácticas para ser un poquito más felices: diálogo como Bernardo StamateasY se liberó de un primer piano a cuestas y se perdió del mundo que lo conocía para encontrarse a sí mismo. Se fue de su pueblo natal a vivir a Medellín, y durante cinco años no regresó al lugar donde nació y creció.“Quería saber si era o no era cierto. Si era una moda, si era un momento de una noche, si era placer, diversión. Pero entendí que no era eso, que era que estaba en mí, nació en mí. No lo descubrí a tiempo, pero estaba en mí”, relata.Y empecé a trabajar y sufría demasiado, sufría por mis papás. La familia se convierte en el principal núcleo de discriminación y en el que uno se siente mucho más presionado, pero es por falta de educación”, indica el hombre.“Lo primero es saber que nosotros necesitamos de la autoestima, que es la valoración justa de quienes somos. Esa valoración justa requiere de dos cosas fundamentales, saber a dónde puedo llegar y dónde no me puedo pasar. O sea, yo no puedo pretender ser lo que no soy. Pero sí puedo desarrollar lo que soy, de la mejor manera”, agrega Rojas.Y tras encontrarse y encontrar el amor, Jorge decidió desarrollar lo que realmente era y de la mejor manera.“Yo ya trabajaba en Grupo Nutresa, Nacional de Chocolates, el sueño también de mis papás de que yo tuviera una posición en el agro, proyectos trabajando con ingenieros agrónomos, de botas, en campo que es mi pasión. Y esa noche les dije: ‘Papás, Alejandro no tiene novia, Alejandro tiene un novio’”, cuenta el ingeniero.“La reacción de mi papá no fue la mejor. Yo estaba preparado para una reacción difícil y sabía que me tenía que regresar a mi casa. Sin embargo, desde ese momento no tuve a mi papá durante tres años más o menos. La relación se fracturó. Y, bueno, entendí que quería gozar de felicidad, quería gozar de tranquilidad. Sabía que es lo que yo soy era primero, mi tranquilidad, mi felicidad, y que no le estaba haciendo mal a nadie”, indica.“Lo que no podemos es dejar que la opinión de los demás determine cómo yo me siento. Este espacio de vida donde yo habito que tiene mente y cuerpo, debo definir cómo tiene que funcionar, y para eso tengo que empezar por la aceptación de mí mismo”, indica Rojas.Y aunque ahora vivía más livianito, el costo de ser y pensar diferente le tenía una factura pendiente a Alejandro.“Después de eso empecé con unas arritmias, empecé a sufrir del corazón y empezó el tratamiento. Mi mamá superpendiente de mí y un día deciden operarme, me ponen un marcapasos, mi papá se entera de que me operan y cuando desperté de la cirugía al lado mío estaba era mi papá, porque simplemente soy su hijo. En ese momento un papá que buscaba mi perdón y los hijos no tenemos que perdonar a los papás simplemente son nuestros papás. Y desde ese día es otro papá, otra familia, una persona que me admira, que me acompaña”, explica el ingeniero.¿Qué podemos hacer en Colombia para comprender mejor al otro?: Mauricio García respondeY se construye de nuevo la estructura familiar pero basada en el respeto.Respeto. Un valor que por un poco más de 30 años buscó Alejandro para poder tener la tranquilidad de vivir siendo quien es.Casi el mismo tiempo que le tomó a Manuela hacer lo mismo.“Me autorreconozco como una mujer gorda hace aproximadamente unos 5 años, de 30 que tengo. Entonces pasé 25 años en una negación, porque con la gordofobia que es una fobia que está muy extendida y es una invisibilidad maltrata a las personas que tenemos cuerpos gordos”, dice Manuela.Gorda o gordo, una palabra que no debería ir más de ser lo que es: un adjetivo calificativo como rubia, alto, pelinegro, blanca o morena. Pero se convirtió en un insulto, en una forma de descalificar, de segregar, de humillar a una persona.“Que cuando te vayas a montar a un bus te dé mucho miedo de no caber en la registradora. Eso es algo que por ejemplo a una persona de talla regular nunca le ha pasado, entonces no lo dimensiona. Habitar un cuerpo gordo en una sociedad gordofóbica supone un estrés constante. Todo el tiempo”, explica la joven.“¿Luchaste por ser delgada? Toda la vida, mucho, mucho. Yo desde muy chiquita, más o menos desde los 11 años, empecé a tomar pastillas para adelgazar. Y a los 17 que me gradué del colegio, les dije a mis papás: yo no soy capaz de entrar a la universidad con el cuerpo que tengo; ustedes verán: o me quedo en la casa, o me dan la lipo”.La discriminación y el matoneo es un fenómeno con un impacto absolutamente trascendental en la sociedad. No sólo por las secuelas sicológicas que deja en los individuos que la padecen, es un problema que trasciende hasta lo económico: muchas personas se desescolarizan y así disminuye su capacidad laboral productiva, su capacidad de progreso.“Tú no sabes lo que me paso en mi primera entrevista laboral. Llegué con mi mejor cara, mi mejor sonrisa: ¡doctor como está y no sé qué!, y él me dice: ‘Querida, contanos, ¿vos por qué estás tan gorda? Y yo le dije: ‘no es que yo disfruto mucho comer’, y él me dijo: ¿cuánto pesas tú? Le dije como 90 kilos, y él me dijo: aquí sacrificamos los cerdos de 70 kilos. A partir de ahí yo nunca busqué trabajo. Los trabajos que han llegado a mí es porque el universo me ama mucho, porque yo nunca quise volver a presentar una entrevista laboral”, agrega la activista,Y pasó lo inevitable, Manuela se operó y pensó que con la lipo no solo desaparecerían los rollitos, sino también los rechazos, las burlas, y el matoneo, y llegaría la autoaceptación.“Y ahí hay uno de los grandes aprendizajes de mi vida y es que una autoimagen corporal negativa no se opera”, dice.Y no tuvo otra opción que acallar las voces que venían de afuera y la descalificaban por ser diversa y comenzó un camino de enfocarse en el interior: conocerse, amarse, cuidarse, respetarse y aceptarse.Y como el universo la quiere tanto, le mandó las pasarelas a Manuela para que visibilizara los cuerpos diversos. Manuela fue la protagonista del primer desfile de mujeres de tallas grandes que se hizo en la feria de moda más importante de Latinoamérica: Colombiamoda. Y sacando el pecho y mostrando curvas ilumina el camino de las mujeres que, como ella, una vez quisieron estar en la sombra.Y eso es el activismo gordo: un mensaje de amor propio, pero también de trasformación social.“Respetar sería lo ideal en la naturaleza humana, que respetáramos que el otro fuera diferente, pero llegaríamos mucho más lejos si aceptáramos la diferencia y la valoramos como esencial para la vida, no para la supervivencia, sino para la vida con calidad”, reflexiona Santiago Rojas.Alejandro hoy trabaja en una de las empresas más grandes de Colombia y creó en su interior el comité de diversidad e inclusión y dicta una charla que lleva por nombre ‘Me permito ser, me cumplo".Se casó y la boda fue un sueño y, por supuesto, su papá lo acompañó.Manuela creó una línea de ropa deportiva para mujeres gordas, una que no incomode y les alimente la fuerza y las ganas.Reviva la octava entrega de El Proyecto es ColombiaSer mejores como individuos y como sociedad, ese sería el mejor de los propósitos para el 2022. Que las diversidades no pesen, ni nos dividan. Que nos reencontremos, que el respeto sea el protagonista, como dijo Santiago Rojas, no para sobrevivir, sino vivir y con calidad de vida.
Bajo el cielo plomizo del litoral Pacífico se dan permanentes luchas de resistencia. Allí están los hijos de la selva, las montañas y las aguas. Son los awá."Ahora nosotros tenemos que tener cuidado, los árboles todos, los ríos, nada de echar veneno, para que haya peces limpios, si los contaminamos se dañan, si tumbamos estos árboles los animales se van lejos donde hay pepas", dice Antonio Pascal, mayor awá.El pueblo awá está forjado sobre la narrativa oral de sus mayores. Son guardianes de sus territorios y así han pervivido.“Antiguamente ha sido muy de tranquilidad, no ha habido ningún reclutamiento de los jóvenes y ahora es muy difícil”, explica Eduardo Canticus, awá del resguardo El gran sábalo, en Tumaco.Floriberto Canticus es el secretario general de la Unipa, la unidad de los cabildos indigenas awá en el sur del país.Son 22 mil habitantes asentados en las poblaciones de Barbacoas, Ricaurte, Samaniego. Zona fronteriza sur, declarada como zona roja de alto impacto.“Desde este punto por la trocha estamos a 10 horas de camino. Existe esa comunidad, nací y crecí allí y a los dos años tuve que salir de esa comunidad a esta que se llama Previo El verde", explica el líder.Canticus conoció la violencia contra su pueblo al tiempo que aprendía a caminar. Y desde que tuvo uso de razón supo que sus padres tenían que defender la tierra de los grupos armados dominantes hasta hoy."En el andar del tiempo he tenido que atender varias adversidades con de los grupos armados. Cuando se han tenido que atender casos de homicidio, casos de desaparición. He tenido que actuar pero con la palabra, es decir incidir con la palabra para que hechos violentos no vuelvan a ocurrir”, dice el líder awá.Caldono, un territorio azotado por el conflicto, hoy ve caminar la esperanza por sus callesUna palabra que no ha sido respetada por los grupos en su guerra por el dominio territorial y el tráfico ilegal. Actos de crueldad suprema, de los cuales Canticus lleva la cuenta."Se nos presentó 5 homicidios pertenecientes a la comunidad El gran sábalo, a la cual representé por 4 años, pero si hablamos del pueblo awá desde el 2020 a lo que va del 2021 llevamos 47 homicidios”, relata.El pueblo awá ha sufrido el confinamiento, sus territorios están plagados de minas y en cualquier momento en su andar terminan siendo detonados o abusados.“Las mujeres igual han sido víctimas en ocasiones en temas de violencia sexual, los niños también han sido víctimas de reclutamiento forzado. La desarmonización ha sido a diario, es una situación de homicidio sistemático, exterminio, del pueblo awá", indica Floriberto.Ellos los protectores de su territorio. En la reserva La nutria está el gran tesoro de la montaña, son 369 hectáreas. Es el corazón biodiverso de los awá.Es el bosque encantado de mil verdes. El joven guía Wilmer Bisbicus habla de 236 especies de aves."Dentro de la reserva están dos especies endémicas, son aves, el nombre científico es bancia esguarse y hay otra de la misma especie que se llama bianciarochilde, es un ave de color negro y tiene en el pecho un corazón amarillo. Es una especie muy atractiva”, indica Wilmer.La reserva La Nutria es el aula por donde los niños awá caminan de la mano de su maestro mayor, allí conocen y aprenden que ésta es su casa grande.“Nuestros abuelos, y nuestras abuelas, siempre nos han trasmitido un mensaje muy significativo para el pueblo awá en el andar del tiempo y es el watushan, significa el buen vivir y así mismo andar bonito para la vida, andar bonito para el camino, andar bonito en el territorio”, dice Floriberto.En el centro educativo Letaba está el semillero de niños y niñas que aprenden en su lengua los saberes de usos y costumbres.Con la presencia de su líder, en el gran salón escolar suenan los ritmos tradicionales, los alumnos danzan armónicamente para despedir a los visitantes.La lección es simple, nacer, crecer para andar bonito y en paz y morir sin renunciar a ser hijos de la selva.Padre Francisco de Roux: “La verdad nos ha costado tanto”Al otro lado de este maravilloso espejo de agua se encuentra una mujer. Es hija de la violencia, que se trasformó en una líder resistente, y decidió construir un edén, un diminuto paraíso que lleva por nombre Camarón. Una comunidad de sembradores de agua.El guía es un joven de 28 años de nombre Nahún, que en hebreo significa "el que da consuelo".“Esta es mi vida, aquí nací, aquí crecí y esta es mi lucha constante por eso soy quien soy por defender mi territorio. Sinceramente a nosotros nos llegó un conflicto que prácticamente acabó con estos pueblos yo fui víctima de ese conflicto y por eso estoy luchando que no se vuelva a repetir todo lo que sufrieron los campesinos montemarianos por eso soy defensor", cuenta.Su pasión por el territorio no es fortuita, es la semilla fértil que sembró la mujer que llevó su mano para que escribiera las primeras letras, la profe Angelina.Angelina y Camarón, son un mismo mundo feliz. Es un caserío pequeño donde todos son familia. Así lo quiso Angelina, y así lo construyó con los suyos. Y es que Angelina hay solo una para los camaroneros.“Angelina es una mujer campesina. Es una mujer que ama mucho el amor, mucho la vida, ama mucho al ser humano en cada colombiano, no ve a un colombiano sino a un ser humano, eso es”, dice María Angelina González, lideresa de Camarón.Angelina es un torrente inagotable de saberes y anécdotas. Cuenta cómo con su gente conoció, hospedó y alimentó a los enemigos que llegaban a su tierra. Un método de desarme efectivo.Aunque algunos dolores y perdidas se cuelan en sus recuerdos, como cuando vio el primer muerto en 1997. Era un hombre cercano a su familia."A ese señor le desnivelaron los dientes, le desnivelaron toda la cabeza. A mí me tocó acomodarle la chapa, le acomodé los dientes y le acomodé esto con un trapo. Al día siguiente nadie quería sacarlo a enterrar porque se sentía miedo. Entonces yo invité al personal y les dije, que pasaría si el muerto no fuera Naime sino fuera tu hijo, o fuera tu papá, o fuera tu mamá o tu hermano, eso es grave que se lo coman los coleros o los perros”.Es una mujer que aprendió y enseñó a perdonar. En su comunidad recibieron a jóvenes desmovilizados que se quisieron quedar y hoy son sus vecinos, a los que reconoce como hermanos.“Es una relación de igualdad, una relación de hermandad, es una relación de amor, entonces cuando encuentras esos factores en un territorio, tú eres feliz”, agrega Angelina.Ella es la suma de alegría y lucha sobre dos pilares sociales: la educación y en cuidado del medio ambiente. En Camarón se aplica la cartilla ecológica de Angelina.“El agua para mi es vida, por medio del agua tenemos salud, tenemos alimentos, tenemos paz y tenemos de todo”, indica.Observando el comportamiento de la naturaleza, descubrió la importancia del árbol del caracolí.“Yo decía que el caracolí tenía una magia, porque siempre yo me daba cuenta que las nubes venían donde él y se condensaban, se preñaba y a cada rato se formaba el sereno”.El territorio es bosque tropical seco, todo un reto para esta la comunidad de campesina, donde el verano se prolonga y es inclemente.Reviva completa la séptima entrega de El proyecto es Colombia: Paz y Memoria“Las arroceras, los palmeros aprovechan el agua, se exceden con la cantidad que aprovechan, sin tener en cuenta que el agua es el medio de transporte paras las personas que vivimos acá arriba. Por eso nos hemos dado cuenta que si nosotros protegemos las fuentes hídrica acá que son los que surten esas represas vamos a tener ganancia. Ahí esta la insistencia de nosotros de proteger las aguas subterráneas, lo que llamamos ojos de agua”, explica la lideresa.Ojos de agua, nacimientos estudiados que contienen un 90% de agua potable que mitigan la sed de los labriegos.Ella muestra los ojos de agua que cuidan con esmero, esas fuentes naturales de montaña que son su bendición.
El padre Javier Porras llegó a Caldono como párroco justo cuando se firmó el acuerdo de paz. El pueblo ya había sufrido cerca de 248 incursiones armadas y más de 500 hostigamientos cometidos por las desaparecidas FARC-EP hasta el 2014.En relación: Exguerrilleros de las FARC piden perdón por el dolor que causaron en Caldono, CaucaLa sistematicidad de las confrontaciones llevó al deterioro de los planes de vida de las comunidades indígenas y campesinas que habitaban ese territorio. La profesora Samara Guzmán lo resume todo en su doloroso testimonio.“Como mujeres muchas veces nos acostumbramos a eso, a vivir en la guerra, a exponer a nuestros hijos. A nosotros la guerra se nos volvió costumbre. Nos decían cayó una bomba, mataron a alguien era una cosa normal, pero cuando mi bebé nace digo: ‘No puede nacer en esas condiciones debemos cambiar algo’”, expresó Samara Guzmán.Lea, además: Desplazamiento forzado: aquellos que tuvieron que cambiar su destino por el conflictoEse es el Caldono que el padre Javier y los 35.000 habitantes de este municipio del Cauca querían cambiar y lo lograron. Se juntaron las víctimas, lideradas por el padre; las autoridades indígenas, la fuerza pública, y los excombatientes y sellaron una alianza que se llama ‘Juntos por Caldono’.“Nuestra pregunta fue cómo hacer para que la gente volviera a recuperar la confianza de venir a este parque, es que ya la gente no quería salir de sus casas porque en cualquier momento la guerrilla se tomaba el pueblo. Empezamos un trabajo en el que hicimos un proyecto que se llamó ‘De regreso a mi Pueblo’”, declaró el padre Javier Porras.Este joven sacerdote, hijo de una familia de artistas, impulsó a los caldoneños a recuperar su pueblo a través del arte. Recogieron sus pedazos y volvieron a armar ese Caldono que añoraron siempre.Empezaron por el cerro Belén, lugar al que solían subir a hacer asados y a compartir en familia, y al que no volvieron porque la guerrilla se lo tomó para atacar desde allí a la estación de Policía sin importar que sus tatucos y cilindros lo destruyeran todo. Después llegó el Ejército y lo transformó en su centro de operaciones.Organizaron una minga para recuperar entre todos el cerro. Primero, el Ejército desminó el lugar, luego subieron las víctimas, los alumnos de los colegios, los excombatientes de las FARC, la Policía, y las autoridades indígenas.Puede leer: Desde 1810 a 2022: cronología de la violencia en ColombiaHoy, el cerro Belén es un lugar al que vienen los jóvenes enamorados a jurarse amor eterno, los deportistas a ejercitarse y los estudiantes de las veredas suben en excursión para conocer el nuevo Caldono.“Esas son las personas que murieron en todo el espacio del conflicto armado de más de veinte años que sufrió Caldono”, añadió el padre Porras.No obstante, para lograr un pueblo nuevo no bastaba con el cambio estético y los habitantes se dieron cuenta de que para sanar las heridas que llevaban en su corazón debían hablar de lo ocurrido. Volvieron a llorar a sus muertos, ya sin miedo, juntos hicieron catarsis.Cuando se anunció, a finales de 2016, que los hombres y mujeres de las FARC que generaron tanto daño en el pueblo dejarían las armas, las comunidades indígenas abogaron porque lo hicieran allí mismo, en su resguardo.“Ya han pasado casi los cinco años de la firma de los acuerdos de paz y nos da la razón de que siempre digamos el movimiento indígena le ha apostado a la paz y que, hoy, pasados cinco años sabemos que no todo está perdido, pero bueno, creo que después de la firma hay una calma, y creo que así lo vivimos", indicó Edgar Bomba Campo, gobernador del resguardo indígena de San Lorenzo de Caldono.Edgar Bomba es un gran impulsor de que las nuevas generaciones nasa se apropien más del territorio, se alejen del consumo de droga y se vinculen a los planes de vida de la comunidad viviendo en paz.“Ahora es responsabilidad de todos, no solamente de los indígenas, sino también de toda la sociedad del país", agregó Edgar Bomba.Los indígenas acogieron a los excombatientes como hijos de esta misma tierra y hasta les dieron parte de su territorio para que se asentaran allí, formaran sus familias y desarrollaran sus proyectos productivos.“En este momento estamos ubicados en San Lorenzo de Caldono y es parte del ETCR (Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación) que está ubicado en este resguardo que se llama san Lorenzo y la otra mitad del mismo ETCR está en el resguardo de pueblo nuevo”, dijo Nilson Vargas, ex combatiente de las FARC.Nilson Vargas, tiene 45 años, nació en este territorio, pero aquí lo conocieron como ‘Leo’. Fue integrante de las FARC durante 20 años y dice que entró a la guerrilla porque, a pesar de que quería ser profesional, solo pudo llegar hasta 10 grado.“Al principio reunimos 460 muchachas y muchachos, incluyendo guerrilleros y milicianos que estaban activos en ese momento. Fue difícil porque no éramos bienvenidos en este territorio porque estábamos en armas y aquí en este territorio indígena hay autoridades ancestrales, los cabildos y la guardia”, añadió Nilson Vargas.El mensaje de los awá: andar bonito por la vida y cuidar la naturalezaAcoger a los excombatientes en su territorio fue el primer paso de parte de la comunidad de Caldono para la reconciliación.Braulio Vásquez nació en Puerto Boyacá y de los 51 años que tiene, vivió más de 30 en la guerra, militando en las FARC. En 1999, llegó a la columna Jacobo Arenas que operó en el Cauca.“De todas formas el reconocimiento sí lo hicimos. Nosotros tuvimos un encuentro en abril en Caldono, previo a ese encuentro, tuvimos tres cuatro reuniones. La Comisión de la Verdad nos abrió eso espacios”, declaró Braulio Vásquez.En esos encuentros, la gente preguntaba: ¿por qué se ensañaron contra Caldono? y ¿por qué hacerle tanto daño al pueblo que decían defender?“Afectamos nuestra razón de ser, que es el pueblo, nosotros luchábamos por un pueblo, pues afectamos a nuestra razón. Allí la afectación fue en todo sentido, no solamente las casas, se perdieron vidas, el alejamiento de los muchachos que se van del seno de sus hogares y se van para la guerra. El dolor que le produce uno a las familias, la afectación de la economía, la afectación del turismo”, manifestó Braulio Vásquez.Padre Francisco de Roux: “La verdad nos ha costado tanto”Braulio trabaja en la Unidad Nacional de Protección y está respondiendo ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) por sus delitos, en cuatro de los siete macrocasos que ha abierto la justicia transicional.Él, los excombatientes, la Iglesia, la autoridad indígena, el Gobierno local, la sociedad civil, la Policía, el Ejército, y decenas de hombres y mujeres, como Sol Ángela Benavides, que se la juegan por la paz y son hoy los reconstructores del tejido social de un pueblo que le gana la batalla al conflicto.“Hay tanto por hacer que un día que dejemos sin hacer es lastimosamente porque es el tiempo de la vida de un ser humano. Hay tanto por hacer y digamos que el proceso nos está llevando a otros escenario que no lo dejemos pasar, que no lo dejemos como una piedrita más en el río, sino que lo hagamos sentir y que valga la pena este proceso", manifestó Sol Ángela Benavides.Sol Ángela no es una excombatiente, pero les da la mano a los firmantes del acuerdo de paz, como directora de una cooperativa de excombatientes y miembros de la comunidad. Sólo así, cree ella, es posible construir la paz.Reviva completa la séptima entrega de El proyecto es Colombia: Paz y Memoria
“Nuestros ancestros nos han dejado esa herencia”, dice Pablo Aristeo, taita de la comunidad indígena siona, en la Amazonia, la imponente selva donde la naturaleza es sagrada y espiritual y se convierte en un lugar que nos devuelve al origen.La comunidad indígena siona se encuentra en el Piedemonte amazónico, donde solo el río Putumayo separa a Colombia y Ecuador. “En nuestro territorio es donde está la vida, está el aire, está el agua no solamente para nosotros sino para el mundo entero”, enfatiza el taita.La Amazonia es su vida, es su forma de supervivencia, son sus creencias, es la espiritualidad que florece por medio de los rituales, es la música que le ponen a la espesa selva.En esta selva y contando los 4 países que la conforman se calcula que viven alrededor de 400 pueblos indígenas, entre otras comunidades, hace 11.000 años y a través de su herencia cultural luchan por conservar sus tradiciones.“Lo más importante es que estos pueblos indígenas han habitado esta región desde hace miles de años, por lo tanto, es una gente que tiene un conocimiento profundo del medioambiente. Han convivido y tienen un conocimiento no solo de todas las plantas y todos los animales sino de cómo funciona la selva”, resalta Martin Von Hildebreant, fundador de la fundación Gaia.Él ha sido de los primeros antropólogos que han estudiado a los indígenas en Colombia. Para Von Hildebreant y Sandro Piaguaje, líder del pueblo siona, la herencia cultural se traduce también en sus medicinas.Sin embargo, la destrucción del bosque y el abandono causa desolación y tristeza.Minería ilegal, corte de madera ilegal y cultivo ilícitos han contribuido a la destrucción de esta majestuosa selva. Las cifras hablan por sí solas, el 15% de esta selva ha desaparecido y muchos ya hablan de un punto de no retorno.“Hay muchas quebradas que se han secado o el mismo río Putumayo”, alerta Sandro Piaguaje, líder del pueblo indígena Siona.En la escala de degradación del bosque amazónico, territorios como Brasil y Bolivia preocupan por la alta deforestación.Por fortuna, existen personas como Yamid Mera, ingeniero de una de las redes de Naturamazonas, estaciones producen 1,5 millones de plantas al año. Tiene una historia como la de muchos colombianos, se crio en el campo y hoy le duele recordar cómo la deforestación ha sido un símbolo de guerra.Tanto él como muchos otros expertos reiteran la necesidad de que tanto la población como los dirigentes tomen conciencia cuanto antes para pasar del reconocimiento del problema a la acción.Según el informe El Amazonas que queremos, que este ecosistema desaparezca significaría perder la sexta parte de agua fresca del mundo y 5,5 millones de kilómetros de bosques y una majestuosa selva en la que hay más variedades de árboles que en toda América del norte.
Las postales de la crisis medioambiental ya las conocemos y las vemos cada vez con más frecuencia: devastación, ríos contaminados y mala utilización de los recursos.Muchas son las huellas del consumismo, de la producción desenfrenada, de la falta de conciencia de quienes producen y de quienes consumen. Sin embargo, y por fortuna, esta realidad ya empezó a hacer mella en una sociedad que poco a poco está entendiendo que el Planeta se nos está acabando y la presión social se está trasladando al mundo empresarial.Johana Cerpa, vicepresidenta de asuntos legales y corporativos Coca-Cola FEMSA, dice que este gigante de las bebidas entendió que solo protegiendo el recurso clave para su producción y para el medio ambiente podrán ser sostenibles como negocio, como empresa y como industria."Si no tenemos política de protección ambiental, no somos nada. Para nosotros, el agua es nuestro principal insumo y, si no garantizamos tener agua a futuro, no podemos seguir operando. Nos pusimos una gran meta que era devolverle a la naturaleza el 100 % del agua que nosotros utilizamos en nuestra operación”, asegura.Esa misma política la plantea Alexandre Lemos, el presidente para Colombia de la compañía Natura, que produce cosméticos y bienes de aseo personal, basados, dice él, en insumos netamente naturales.El asunto se ha vuelto tan importante que ya en Colombia muchas compañías hablan de las ganancias verdes, la ecoeficiencia, la utilidad más allá de los números y las ventas.El presidente de ISA, la empresa más importante para la interconexión eléctrica del país, también da fe de que toda industria debe tener la protección del medio ambiente como parte de sus políticas y estrategias sin importar a qué se dedica.Y como el tema es corporativo y cultural, también es político. La meta de cientos de gobiernos del mundo es reducir en un 50 % la emisión de esos gases efecto invernadero de aquí al 2030.El papel de los consumidoresTodo esto, por su puesto, deberá ir de la mano de cambios de hábitos de consumo, de cambios en las conductas de quienes de manera desenfrenada compran, acumulan y presionan a que ese círculo perverso destruya nuestro Planeta.Sin ese cambio, nada servirá para terminar con la devastación, dicen los expertos, que hace solo unos días alertaron por las impresionantes imágenes de toneladas de ropa desechada en el desierto de Atacama, en Chile. Una muestra más de los efectos del consumismo desenfrenado y la producción desbocada para atender la insaciable necesidad de comprar, de tener y de usar poco para desechar rápido.Las esperanzas están puestas en que la misma sociedad cambie, para que sus hábitos de consumo sean realmente compatibles con la protección del medio ambiente.